Los convulsos días que vive el mundo y desde luego México, llenos de ansiedad, miedo, incertidumbre y desesperanza, han agudizado las conductas sociales buenas y malas.
Las guerras en Ucrania por la invasión Rusa, la guerra en Medio Oriente, de Israel contra el grupo terrorista de Hamas, las protestas de los agricultores de Europa en contra de las medidas drásticas de mitigación dentro de la agenda mundial 2030, la amenaza de los grupos extremistas sobre una próxima pandemia mundial para efecto de reducir la población del mundo, son temas que tienen al mundo convulsionado.
En nuestro caso, han desnudado como el miedo a los ataques y masacres frecuentes en muchos estados de la República, se traducen en agresión como modo de vida, evidenciando una cara trágica y horrenda de algunos segmentos de la población. Los mexicanos en esencia solemos ser solidarios en situaciones trágicas, lo de hoy sería impensable.
La crisis de inseguridad, mal enfrentada o consentida, solo el tiempo lo dirá; ha venido a sumarse la ausencia de previsión, la impericia en la conducción, la falta de una estrategia pensada y diseñada en función de escenarios para efectos de planear las acciones y decisiones. Es muy difícil creer que nadie en el gobierno federal entendió que la falta de seguridad tenía en la otra cara de la moneda de la crisis económica.
Y que no se busque justificar la totalidad del problema a la herencia de los gobiernos anteriores, desde el año 2019, hubo decrecimiento económico, pérdida de empleo, caída de la recaudación fiscal, baja en la inversión pública y privada y en general una mala conducción de política pública económica. Y lo mismo cabe decir del sector salud, con recortes presupuestales incomprensibles que se tradujeron en falta de abastecimiento de medicamentos y despidos injustificados. Hoy el gobierno paga las consecuencias y ya nadie le cree que todo fue culpa del pasado. El gobierno centralizado en el presidente tiene cinco años y meses gobernando y tomando decisiones, las que tiene ahora que afrontar, y gobierna sin conducción, sin rumbo y sin una estrategia.
Y como dice la conseja popular “éramos muchos y parió la abuela” en los momentos álgidos de entrar a la fase terminal del actual gobierno, la terca realidad nos arroja que la violencia creció como nunca. Los datos indican que es falso que bajaron o se estabilizaron los índices de los delitos dolosos o se alcanzó el “punto de inflexión” como le gusta decir al presidente. La verdad monda y lironda es que creció la violencia y están muriendo a balazos más mexicanos que nunca en la historia reciente de nuestro país.
Este contexto, descrito brevemente, se agrava aún más, si se observa que la sociedad rebasó ya en muchos ámbitos a un gobierno ineficiente y reactivo. Los gobernadores están tomando medidas de cuidado para con sus gobernados sin esperar directrices de un gobierno federal perplejo y paralizado. Los industriales y comerciantes, ante la falta de respuesta a sus propuestas están actuando ya también por su cuenta.
Nadie, ningún mexicano, quiere conscientemente un escenario catastrofista con miles o centenares de miles de contagiados y muertos, y tampoco que el desempleo alcance las cifras de millón y medio, dos millones que podrían hacerse presentes. Quienes señalamos o criticamos algunas acciones del gobierno, no somos, ni seremos, enemigos ni adversarios de quien detenta el poder. Nos preocupa la conjunción de crisis institucional, de seguridad, económica y sanitaria.
En el proceso electoral de este año, se juega el futuro del país, no solo se renueva el Ejecutivo Federal y ambas cámaras del legislativo federal, habrá elección de gobernadores en seis entidades y el Distrito Federal, además de renovar legislaturas locales y presidencias municipales, en total con elecciones locales en 16 entidades, sí incluimos las regidurías, se sufragará por cerca de cuatro mil cargos de elección popular.
La trascendencia es enorme, porque del resultado dependerá el ajuste o cambios al actual modelo de desarrollo económico, el que deja como saldo tras treinta años; la pobreza extrema de más de la mitad de la población, de los cuales 28 millones sufren de pobreza alimentaria y, en contraste una acumulación brutal de la riqueza en tan pocas manos como nunca en nuestra historia.
El rumbo que se imprima al devenir de la Nación impactara en las próximas generaciones. Es urgente generar empleos para los jóvenes tanto para quienes abandonan sus estudios como para los egresados del sistema educativo en sus diferentes niveles.