El 7 de marzo, el presidente Joe Biden rindió ante el Congreso el informe anual sobre el estado de la Unión, que por disposición constitucional y los usos protocolarios, tiene lugar -registra la historia- desde 1870. El acto, además de su evidente valor jurídico, da pábulo a que el mandatario, los miembros del Congreso presentes y los invitados participen en una suerte de escenificación teatral. Propio de la política y a menudo deseable como diálogo civilizado, independientemente de su cordialidad o de su rispidez y hasta violencia verbal.

El teatro abundó en actores, más de uno de gran cartel, comenzando por el presidente, que hábilmente utilizó el evento como inicio de la campaña para su reelección, cuando se enfrentará de nuevo a Donald Trump, a quien derrotó en los comicios del 11 de noviembre de 2020, lo que este no reconoció y, en consecuencia, el 6 de enero de 2021 exhortara a sus partidarios a entrar al Capitolio para impedir que el Congreso certificara ese día la elección de Biden.

Recordemos: El asalto al Capitolio por una chusma portando algunos, símbolos nazis y otros blandiendo banderas de los confederados, puso al vicepresidente Mike Pence, a la presidenta del Congreso Nancy Pelosi, y al resto de miembros del Congreso en peligro de ser linchados, por lo que los responsables de la seguridad los desalojaron por salidas laberínticas del edificio. El saldo del asalto fue de una de las asaltantes muerta y daños materiales.

Lo más grave del hecho es que fue un conato de golpe de Estado sobre el que el expresidente tiene una grave responsabilidad. Bien dice la investigadora de la Universidad Johns Hopkins Anne Applebaum que, si el Trump de 2020 era sólo un abusador sexual y un tramposo en los negocios, a partir del 6 de enero de 2021 es un delincuente que ha atentado contra la constitución y un sedicioso que intentó un golpe de Estado. El mayor ataque a la democracia estadounidense desde la Guerra de Secesión (1861-1865), añaden otros.

En este escenario del discurso sobre el estado de la Unión Trump estará presente, aunque Biden no lo mencione por su nombre en las trece ocasiones en las que se refirió a él. Pero lo que importa primordialmente al mandatario es utilizar el escenario para presentarse como el mejor candidato a su reelección: con un largo -una hora diez minutos- impactante discurso, pronunciado con voz sonora y energía, empleando la ironía y permitiéndose bromas, incluso de sí mismo.

Para desvirtuar las críticas feroces de los republicanos y las inquietudes y angustia de sus correligionarios demócratas sobre su senilidad: un hombre de 81 años, que concluirá su mandato a los 86, lo que se traduce en impopularidad: según una reciente encuesta de CNN, solo el 31% de norteamericanos opina a favor de la candidatura de Biden.

El escenario de este discurso sobre el estado de la Unión y simultáneo lanzamiento de la candidatura a la reelección del presidente, abundó en personalidades de toda índole: la vicepresidenta Kamala Harris, que, para mi desencanto, no ha sabido pilotear -con México que tampoco ha estado a la altura- el Mini Plan Marshall de desarrollo del sureste mexicano y Centroamérica, el Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras. El presidente (speaker) de la Cámara de Representantes Mike Johnson, republicano, civilizado, respetuoso de los opositores, Alexandria Ocasio-Cortes y Bernie Sanders entre los demócratas distinguidos.

También destacó la presencia de Rashida Taib, congresista de origen palestino, ante el drama de Gaza y la de familiares de las víctimas de Hamas y de la masacre de Uvalde contra mexicanos. Y la de Marjorie Taylor Greene, representante de Georgia, fanática trumpista, vulgar e ignorante: ¡llamó gazpacho a la Gestapo!, y se dedicó a incomodar a Biden.

Estuvo, asimismo, entre los invitados el primer ministro sueco, de visita en Washington con motivo de la entrada de su país a la OTAN. Lo que dio lugar a que algunos comentaristas compararan esta visita del representante de un país de la Unión Europea y de la OTAN, proamericano, con la que hizo en esos mismos días a Trump en su residencia de Florida -Mar-a-Lago- el primer ministro Viktor Orban de Hungría, cuya membresía de la Unión Europea está llena de conflictos, al tiempo que Orban.

Como era previsible -dicen los expertos en partidos políticos estadounidenses- Biden ofreció en su mensaje aumentar sustancialmente impuestos a las grandes empresas, reducir el monto de comisiones de tarjetas de crédito y se presentó como el candidato de la clase media trabajadora, víctima de la globalización y la deslocalización de las cadenas de producción a países como China o India. Porque, a fin de cuentas, el partido demócrata sería la socialdemocracia, que incluye los derechos humanos como uno de los valores cardinales, en versión estadounidense. Tomando en cuenta esto me pregunto si aquí cabría la iniciativa del presidente que establece prohibiciones a la poderosa y peligrosa Asociación Nacional del Rifle.

Sí es, en su condición de presidente y candidato perteneciente a un partido “social demócrata”, que Biden ofrece echa abajo la prohibición y penalización del aborto. Que la mujer recupere “el derecho de disponer libremente de su cuerpo”, que le arrebató una ultraconservadora Corte Suprema.

Como es obvio, han sido temas clave del discurso sobre el estado de la Unión y del inicio de campaña electoral la guerra en Ucrania, el tema de Gaza y la inmigración.

Respecto a la guerra en Ucrania, el tema dio para insistir en que los republicanos, con Trump a la cabeza, no sigan obstaculizando el envío de fondos multimillonarios a Kiev -el presidente Zelensky los pide incansablemente. Dio lugar también el tema para reiterar condenas a Putin y, de paso, para criticar a Trump por su expresión de que “Putin haga en Ucrania lo que le venga en gana”. Comentario muy de Trump, pero sacado de contexto.

El tema de Gaza sigue empantanado, con saldos de millares de muertos, miles de hambrientos y sin hogar, que Netanyahu no suelta, pues es su patente de impunidad y declara continuará la guerra hasta destruir totalmente a Hamas -lo que es imposible. Por ahora se está enviando comida y ayuda humanitaria por barco, a través de un corredor marítimo.

El tema es explosivo para Biden, que requiere los votos de millones de estadounidenses de origen árabe, indignados por la complacencia de Washington con Israel. En este contexto, el mandatario estadounidense sigue reiterando la propuesta de la “solución de dos Estados”, que implica reconocer al Estado Palestino, sobre la que he insistido, como muchos países y que apenas ayer el presidente de Gobierno de España, Pedro Sánchez, anunció que lo propondrá al parlamento. Concluyo el tema recomendando la lectura del espléndido artículo “Biden y Netanyahu en conflicto”, de Brenda Estefan, publicado en Reforma del 12 de marzo.

El tema migratorio, que mueve a millares de personas, desde Sudamérica, el Caribe y Centroamérica -incluso gente de otros continentes- hacia Estados Unidos, pasando por México es grave porque no hay voluntad y sí graves prejuicios en Washington, además de incompetencia e irresponsabilidad en México para resolverlo.

Como señalé al principio de este artículo, el presidente criticó duramente a su antecesor sin nombrarlo: habló de sus ideas apocalípticas, de odio, cólera, rencor y de venganza, de su racismo que habla de que la inmigración “envenena la sangre de América”.

Añadió: Yo soy viejo, pero mis ideas son nuevas, no todas esas viejas ideas, sino las que me muestran el país renovado y de futuro promisorio que estamos viviendo.