Hemos sostenido la tesis del fracaso de la cuarta transformación ante la carencia de un asidero ideológico en que haga descansar sus bases, no existe una filosofía política que le sirva de guía a efecto de convertirla en un programa de donde deriven acciones sustentadas.

Más bien, es consecuencia de un movimiento social liderado por un caudillo en un momento donde convergieron múltiples factores, circunstancias que abrieron la puerta canalizando el hartazgo ciudadano hacia una oferta de transformación que ha resultado incierta.

El triunfo de López Obrador despertó grandes expectativas a la vez que su legitimidad proveniente del voto ciudadano le permitió hacer lo que quiso. Bajo el lema de no robar, no traicionar y, no mentir, bandera que ha utilizado durante toda su administración, se ha escudado para elaborar su línea discursiva y justificar sus actos.

En ese orden, no se advierte un cimiento ideológico, no se aprecia un principio doctrinario. Las decisiones en este sexenio parten del hombre fuerte, el líder del movimiento, que impone su muy particular pensamiento, sin compartirlo, consensarlo o siquiera explicarlo, simplemente ordena y exige obediencia.

Desde el principio de su mandato tomo una actitud de intolerancia e intransigencia, a grado tal que hizo famosa la célebre frase: “a mí no me vengan con que la ley es la ley”. Se volvió implacable con sus adversarios a quienes denostó y persiguió.

De manera permanente se ha confrontado con otros poderes constitucionales al no ceder a sus intenciones, ventilándose los conflictos en situación de crisis alentadas desde Palacio Nacional, ante la negativa de las instituciones de supeditarse ante la indebida intromisión del Ejecutivo.

Quizás el mayor daño ocasionado por la cuarta transformación es el del régimen constitucional y democrático del país, al violentar de manera sistemática los principios contenidos en la Carta Magna, vulnerando tanto a las instituciones como los derechos ciudadanos.

Nunca entendió que cualquier transformación pasa por la adecuación del Pacto Social, texto que deriva de grandes debates y consensos, que además su contenido adoptó la filosofía proveniente de los derechos humanos y el sistema de equilibrios.

Tuvo éxito electoral, porque la gente pensó que era el indicado para poner orden, sobre todo para extinguir los privilegios, la corrupción y la impunidad. A toro pasado, en los albores del sexenio, los resultados son desastrosos.

Solo se cambió de personas privilegiadas, quitaron a unos y pusieron otros inclusive más voraces, la corrupción ha penetrado como la humedad, el discurso frente a los hechos es distante y, la impunidad, un inacabable lastre lleno de complicidades oficiales.

Así, el panorama de la 4T desde su origen y en la actualidad se ha construido y depende de la voluntad de un solo hombre, de su pensamiento, estado de ánimo, ocurrencias y determinaciones, que no responden ni se vinculan a una línea especifica más allá de su particular manera de reaccionar con tendencia centralista.

Empieza y se termina con la persona, su indisoluble unidad no permea sin él, al ser una característica personalísima y lo que no trasciende, fracasa.