La droga del poder

Entre el 15 y el 17 de marzo tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Rusia que, como estaba previsto, ganó Vladimir Putin, con el 87.1% de sufragios favorables contra no más del 4.1% obtenido por su adversario más cercano -es, evidentemente irrelevante mencionar el nombre de este y los otros tres competidores. Sí interesa, en cambio, enterarse del número de votantes y a qué porcentaje del padrón electoral corresponde: más de 98 millones de un padrón de 122 millones.

Hay, por cierto, informes sobre la votación “masiva” a favor del mandatario en Crimea, cuando se cumplen 10 años de su ocupación por Moscú, así como acerca del voto de los 4,5 millones de ucranianos pro-rusos en los territorios anexionados ilegalmente en el este de Ucrania: Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.

Al margen de los datos oficiales, sobre el apoyo sin fisuras de los rusos a su presidente, la información que ha escapado al control, en la misma Rusia, de la censura oficial y la de fuentes del extranjero, revela un cúmulo de trampas, presiones y amenazas a los ciudadanos y totales de votos burdamente inflados. Además de que las elecciones han sido ensombrecidas por el asesinato del opositor Alekséi Navalni el 16 de febrero pasado, que trae a la memoria otro asesinato, el de Boris Nemtsov en febrero de 2015.

Los comicios han sido objeto del oportuno comentario de Bernardo González Solano en su artículo “Vladimir Putin, líder adicto al poder: de 1999 a 2030”, publicado el 24 de marzo en Siempre! El autor alude a “la droga del poder” a la que ha sucumbido el personaje quien, cuando apenas llevaba ocho años gobernando habría dicho textualmente: “La peor adicción es al poder, yo nunca he sido adicto a nada”.

La elección, celebrada con bombo y platillo en el entorno del dictador y por los millones de sus compatriotas que lo apoyan o toleran, contra los también millones que se le oponen y condenan, fue cuestionada en la Unión Europea, en Estados Unidos -y digo al respecto que aterra pensar en un Trump reelecto presidente, formando dupla con Putin- y por otros gobiernos. Mereció, en cambio los parabienes de China, India, Arabia Saudita, Turquía, de países satélites de Moscú en su entorno geográfico y de otras latitudes. Entre los latinoamericanos Brasil, miembro con Rusia de los BRICS+ (con India, China, Sudáfrica, Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Etiopía), así como Cuba, Bolivia y Honduras, felicitaron a Putin.

El terrorismo irrumpe en la celebración

La celebración del triunfo de Putin fue brutalmente interrumpida a escasos días de los comicios, pues el 22 de marzo Rusia sufrió un ataque terrorista -el peor en veinte años- en el que al menos 139 personas fueron asesinadas por un grupo de atacantes que asaltó Crocus City Hall, en Krasnogorsk, un suburbio del norte de Moscú. El Estado Islámico –Dáesh– reivindicó su autoría horas después.

Sin embargo, las autoridades rusas acusan a Ucrania de la matanza. Lo que niega Kiev, asegurando, por el contrario, que fue el Kremlin quien orquestó los ataques en una presunta “operación de falsa bandera”. En tanto, la Casa Blanca, en declaraciones de la vicepresidenta Kamala Harris, subrayó la autoría islamista en el atentado, precisamente para evitar que Putin culpe de esto a Kiev. Ello ha dado lugar a que el Kremlin cocine teorías de conspiración que vinculan al Estado Islámico con Ucrania ¡y hasta con la OTAN y Washington!

Una noticia del 26 de marzo, en The New York Times, la BBC, Le Monde y El País, reveló que Putin, reconoció por primera vez que “islamistas radicales” están detrás del ataque, pero sugirió que el atentado encaja en una campaña de intimidación más amplia liderada por Ucrania.

El por qué del ataque de Dáesh a Rusia es ampliamente explicado por David Gómez, analista experto de El Orden Mundial (EOM), prestigioso medio -el principal- de análisis internacional de divulgación en español. El analista dice que Rusia ha estado en el punto de mira del Estado Islámico porque “los yihadistas consideran que Moscú tiene las manos manchadas de sangre musulmana desde la intervención de la Unión Soviética en Afganistán en 1979 que desencadenó un conflicto de diez años entre el Ejército soviético y la insurgencia afgana”. Animadversión que agravaron las guerras de Chechenia, república rusa de mayoría musulmana, en los años noventa y 2000.

El análisis de EOM hace notar, asimismo, que Rusia es una pieza clave en la lucha contra Dáesh en Siria y en el Sahel -sobre Rusia y el Sahel haré más adelante un comentario. Destaco, por último, como elemento importante las relaciones de Rusia con Tayikistán, el país más pobre de Asia central, uno de los focos de radicalización islamista en la región, que Moscú frena. Hay más de dos millones de tayikos en Rusia, viviendo en los suburbios más pobres, soportando continuos abusos de la policía y siendo reclutados para luchar en Ucrania -a cambio de buenos salarios y la nacionalidad rusa.

Por cierto, los 4 presentados a tribunales, de los 11 detenidos por su presunta responsabilidad en la masacre de la sala de conciertos en Krasnogorsk son tayikos. Su presentación a la opinión pública en Rusia y ante el mundo revela que habrían sido víctimas de tortura y, en el caso de uno, víctima de mutilación y otras infamias. ¿Les arrancarán “confesiones” involucrando a Ucrania?

 

Imperialismo ruso

La consagración en Rusia, de un Putin, “más importante que Stalin y equiparable a los zares Pedro el Grande y a Catalina”, provoca inquietud en el extranjero, particularmente en Occidente ante el previsible intento del nuevo zar de que Rusia recupere su nivel de potencia mundial, al lado de Estados Unidos y de China.

Por lo pronto, el mandatario reinicia sus duras críticas a la OTAN, que se encuentra ya literalmente a las fronteras occidentales del Kremlin y apoyando a Ucrania -críticas que compartí en el pasado, pero no ahora ante la invasión a este país. Se ha lanzado en una escalada bélica contra este vecino del oeste y amenaza incluso con un ataque nuclear en respuesta a los “ataques” de la OTAN -Washington y la UE.

Respecto a la amenaza de emplear armas nucleares, que inquietan y atemorizan a todo mundo, los expertos lo consideran una bravuconada, pues -dicen- no daría ventajas bélicas a Rusia, provocaría una respuesta directa de Occidente y haría perder a Moscú el respaldo de China.

En cuanto a la guerra contra Ucrania, sin desconocer que este país es víctima del imperialismo ruso bajo los comandos de Putin, considero que se está volviendo un infame negocio de la industria bélica y que Zelensky, con su válido membrete de líder de la resistencia de Ucrania, está siendo también un personaje iracundo, exigente de armamento, ¿socio de este negocio de las armas?

Sigo pensando que Ucrania, “acompañada” de otros gobiernos europeos, ¿Francia, Alemania o “neutrales” como Noruega?, debe negociar la paz con Rusia, negociando por ejemplo status de condominio en Crimea y derechos a la población ruso hablante del este de Ucrania. La propuesta del papa Francisco, de buscar la paz, es la del realismo, aunque haya provocado reacciones coléricas e histéricas entre los ucranianos.

El imperialismo -llamémosle así- ruso está ya presente en África: en el Sahel occidental: Burkina Faso, Mali y Níger, de donde expulsó a Francia y pone coto a los yihadistas, pues la región se ha convertido en “el epicentro del terrorismo mundial”, y este imperialismo de Moscú indigna a Dáesh, que ha respondido con su acción terrorista. Recuérdese también que la República Centroafricana ha sido feudo del grupo ruso Wagner, de Pawel Prigozhin, fallecido oportunamente después de su fallida traición a Putin.

América Latina tiene fieles a Rusia en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y asociados pragmáticos en el Brasil de Lula. ¿Y simpatizantes en el México de AMLO? El Kremlin está presente a través de sitios web, como Rusia Today y El Ciudadano, que da noticias, este último, sobre Claudia Sheinbaum y AMLO. También lo está en la creciente inmigración rusa -no de pobres- que se asienta en sitios como Quintana Roo. ¿Imperialismo o Softpower?