Este fin de sexenio el país atraviesa momentos difíciles, que sólo el inquilino del palacio ensoberbecido de poder no quiere aceptar, y se niega a ver, y desde luego él tiene otros datos. La crisis de inseguridad con más de 181 mil muertes, las recurrentes fosas clandestinas donde arrojan por centenares a ejecutados, y ciego de poder, quien gobierna busca que la cotidianización de la violencia sea asimilada y aceptada sin protestas sociales y cuando se enfrenta a movilizaciones de la sociedad como las de las madres buscadoras, con sorna las descalifica, expresando que obedecen a intereses inconfesables o falta de información. Quien se cree Tlatoani se equivoca, la sociedad ha reiterado su hartazgo, y solo debe esperar dos meses y medio para darse cuenta de su grave error.

Las crisis cuando afectan a las Instituciones y golpean a la sociedad en su conjunto sin que desde el poder se encuentre una salida política consensuada que permita sortearla, se convierte en un problema irresoluble tal y como plantea lúcidamente JJ Linz, en su ensayo “La quiebra de las Democracias”, que leído en clave mexicana nos permite desentrañar el abismo a que nos ha conducido el régimen lopezobradorista.

La crisis de inseguridad es consecuencia de una falta total y absoluta de una política pública sustentada en modelos ya probados en otros países, su equivoca respuesta para enfrentar a la delincuencia organizada y en especial al narcotráfico, con abrazos y no con balazos, aunque hoy lo niegue, la seguridad, y una gran parte de las acciones del gobierno actual como la obra pública las aduanas los puertos está en manos del Ejército violentando la Constitución; y cuando las Fuerzas Armadas son sacadas de sus cuarteles sin un marco jurídico y una planeación adecuada, sin tener claro el qué, el cómo, el dónde, el cuánto y durante cuánto tiempo, afirma Linz, se quiera o no, los Ejércitos comienzan a ejercer poder y los desenlaces suelen ser trágicos para los Gobiernos.

En teoría, un desenlace para sortear la crisis con el Ejército ejerciendo poder en combinación con un Gobierno fallido es un golpe de Estado, lo cual en las circunstancias actuales de México resulta sobre todo muy preocupante ya que el propio presidente ha mencionado que pudiera suceder.

Ponemos nuestra esperanza en la tradición de lealtad de nuestro Ejército y que nuestro país desde el lejano 1929, no ha vivido una intentona golpista, sin embargo por muy corrompidos que los tenga su Comandante Supremo, nuestra Fuerzas Armadas siempre han mantenido una lealtad institucional.

Frente al debilitamiento del Estado, puede crecer la posibilidad de una salida autoritaria por parte del presidente, que en su empecinamiento de no construir una hoja de ruta para regresar a los cuarteles al Ejército, situación que será casi imposible porque cuentan  con un presupuesto aladinesco del que no quieren prescindir, y del cual un día tendrá que rendir cuenta el General Secretario y su jefe, el Presidente.

Preocupa que en el empecinamiento de no modificar la estrategia, arribemos a los comicios del ya iniciado proceso electoral del 2 de junio, con las Fuerzas Armadas en las calles y nos vayan a salir con que no existen las condiciones para realizar la votación en todo el territorio o en regiones importantes y, posiblemente con una declaración de estado de sitio y suspensión de garantías en varias zonas del país. Esta posibilidad de cesarismo, es la que hay que atajar e impedir.

La otra vertiente, es una movilización social masiva como la que vivieron las naciones árabes en el 2011, denominada por algunos la “revolución del jazmín”, en Oriente Medio y el Norte de África hubo un estallido sin precedentes de protestas populares y exigencias de reformas. Comenzó en Túnez y, en cuestión de semanas, se extendió a Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria. Fueron derrocados líderes autoritarios que ostentaban el poder desde hacía mucho tiempo, como Hosni Mubarak en Egipto y Zin el Abidín Ben Alí en Túnez y Muamar Gadafi en Libia.

En nuestra patria, pese a movilizaciones importantes de los últimos meses, organizadas por la Sociedad Civil no parece -y es sólo apariencia- existir el suficiente fermento o levadura social que la haga crecer masivamente con una fuerza tal que le permita sacar del Palacio al Tlatoani. Lo cual no quiere decir que en caso de un nuevo suceso, las cosas se galvanizan y una vez despierto y enojado el “México bronco”, no lo para nadie.

Por todo ello, es urgente que retornemos a la ruta de la transición democrática trunca, en la cual el eslabón de la alternancia falló lastimeramente y no pudimos hacer un reequilibrio institucional. Ese nuevo arreglo institucional quizá requiera de un nuevo pacto de toda la sociedad y de ser necesario hagámoslo. Somos más los ciudadanos que queremos una salida pacífica y democrática. La violencia sólo la necesita y se regodean en ella los autoritarios. Cerremos el paso a la tentación autoritaria cesarista que se vislumbra desde el poder.

¡Defendamos nuestra Democracia!