En esta semana en que en el mundo cristiano se conmemora la pasión y crucifixión de Jesucristo, resulta propicia para reflexionar sobre los acontecimientos que hemos venido viviendo en los últimos tiempos y especialmente en el año transcurrido desde la anterior semana santa.

Estos días, desde hace quinientos años,  a partir de la Conquista y colonia española, en nuestro país, se ha conmemorado por la comunidad cristiana, que representa el 90 por ciento de la población, con un espíritu de reflexión, meditación e introspección, la tradición que nos dejó la colonia, con las representaciones de la pasión de Cristo, algunas de las cuales son famosas en el mundo entero, como: la procesión del Silencio de San Luis Potosí; los penitentes de Taxco que cargan atados de varas espinosas sobre sus hombros; la representación de la  Pasión de Cristo en Iztapalapa en la Ciudad de México; las representaciones  de Metepec o la de Tenango del Valle, en el Estado de México, por citar algunas.

A la par de las celebraciones religiosas, dentro de un particular “sincretismo  mexicanísimo” estos días se convierten en temporada de holganza, esparcimiento, diversión y hasta excesos; de vacaciones en distintos lugares, en playas -quienes pueden- aunque algunos pueden con visita previa o posterior al Monte de Piedad. En suma tenemos nuestra propia tradición.

La fiesta pascual de los cristianos tiene sus raíces en la pascua de los judíos. La celebración judía, se  entiende mejor al conocer los ritos de celebración pascual  del Antiguo Testamento para posteriormente conmemorar el enjuiciamiento y muerte por crucifixión y  el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret, y que constituye el ritual y misterio más importante de nuestra Iglesia Católica.

El origen de celebrar la primavera, puede rastrearse desde la noche de los tiempos en Medio Oriente, cuando  los pastores nómadas celebraban con una fiesta especial el comienzo del año o  la transición entre el invierno y la primavera. Coincidía con  la época del año en la cual nacían las crías de las ovejas. La noche del primer día de luna llena de la primavera se reunían los pastores en el desierto, sacrificaban y cenaban un cordero, realizaban un rito mágico-religioso  para espantar los espíritus que podían perjudicar a los ganados o para ganarse la protección de los buenos espíritus y  agradecían a los dioses la protección a su pueblo. Posteriormente el pueblo Judío  conmemoró  la salida de los judíos del cautiverio en Egipto.  La Pasión de Cristo tiene otras lecturas filosóficas y de mayor trascendencia que afectan el paso del hombre en el tiempo infinitesimal de la vida humana. La sociedad espera un planteamiento y un convencimiento de construir una rúa por donde transitar hacia una sociedad más justa. Un mundo mejor, como el que Jesús soñó y prometió para toda la humanidad.

En esta Semana Santa el reclamo casi unánime de los mexicanos, sigue siendo una exigencia de seguridad. Esa seguridad perdida desde hace algunos años, que lastima las diferentes esferas de nuestra sociedad. La Nación está siendo puesta a prueba por el crimen organizado. La mal denominada estrategia de seguridad iniciada al principio de este sexenio en contra de la delincuencia organizada con “abrazos y no balazos” en sus diversas manifestaciones, y especialmente con el narcotráfico, ha entrado en una nueva dimensión.

Estos días hemos presenciando el aumento de las acciones violentas, y del escalamiento de su crueldad así como incremento desmedido de sus víctimas.  Hemos testimoniado actos de terrorismo, como el masivo secuestro violento en Culiacán Sinaloa ante el cual el gobernador  hizo un llamado a la población para “vacacionar sin miedo”  y los 5 cadáveres aventados frente a la Presidencia Municipal de Cárdenas en el estado San Luis Potosi  y el  hallazgo  de diversas fosas clandestinas en donde fueron enterrados los cuerpos de migrantes mexicanos y extranjeros, es noticia que  cimbra al país, hasta que un nuevo acto de barbarie demencial lo supere. Muchos mexicanos estamos convencidos de que ha corrido ya demasiada sangre, ya más de 182 mil muertos en lo que va del sexenio, hacen que muchas familias vivan su propio vía crucis.

En este ambiente convulsionado por la muerte y violencia hacia ciudadanos ajenos a la lucha del crimen organizado, resulta imperiosa la necesidad de contar con una política pública de acción para hacer frente al mayor problema nacional. Estamos a tiempo de que la próxima presidenta de México, se replante con seriedad la estrategia, se requiere modificar las acciones, desde luego que deben persistir las acciones destinadas a golpear la logística operativa de los cárteles, pero simultáneamente se deben fortalecer las tareas encaminadas a incautarles el dinero que blanquean en los sistemas financieros, mexicanos y de Estados Unidos, con acciones destinadas a detener el flujo de armamento proveniente de los EU, a exterminar la red de protección que les proporcionan no sólo las estructuras del gobierno, sino también políticos, empresarios y comerciantes que se prestan a blanquear el dinero sucio, y finalmente a utilizar con mayor rigor el Sistema de Inteligencia. El uso de la inteligencia civil y militar debe privilegiarse. La violencia no se combate con más violencia.

Al hablar del tema de la inseguridad debemos englobarla en los temas torales de nuestro país, con respecto del sexenio gobernado por Morena, la sociedad tiene la percepción de que perdimos la oportunidad de avanzar en la democracia, debido a la impericia e ineptitud del presidente y de las clases gobernantes que se negaron de caminar por la vía del Estado de Derecho.

Esta Semana Santa en pleno año electoral, las candidatas y el candidato a la presidencia de la República, harán una pausa en sus mítines por los estados y se concentrarán en la preparación del primer debate  que se llevará a cabo el próximo domingo 7 de abril.

Así las cosas, hago votos por que estos días de descanso y recogimiento, sirvan a nuestra clase política para reflexionar con serenidad y responsabilidad sobre lo que el País necesita, que lo hagan con visión de futuro, comprometidos con México y que de una vez por todas entiendan que no tienen el monopolio del amor a México y que es una desmesura denostar a quienes les señalan sus equívocos y extravíos, deben tener la humildad de aceptar sus errores y enmendar y corregir lo que no ha funcionado.