Una puerta de Palacio Nacional fue rota. Se trata de una de las que dan a la calle de Moneda. No de las que dan al Zócalo; sólo eso nos faltaba. Todo estuvo muy sospechoso.

El atentado fue mayúsculo por cuanto a que se trata del asiento oficial del titular del Poder Ejecutivo federal y que, además, es su residencia; que se realizó en horas de la “mañanera” del día y a la vista de quienes tuvieron ojos para ver. Se trató de un auténtico insulto a la autoridad presidencial y un reto a las autoridades responsables, tanto de cuidar el sitio en especial: la Secretaría de Defensa Nacional; como de guardar el orden en la entidad: el Gobierno de la Ciudad de México. Luis Crescencio Sandoval y Martí Batres Guadarrama, en teoría, deberían de estar haciéndose chiquitos para que no los vean y los culpen, no de los daños, sino de la encuerada que sufrió la investidura presidencial.

El atentado, aparte de brutal, fue muy sospechoso; al parecer estuvo a cargo de elementos paramilitares que actuaron de manera ordenada, con entera libertad y sin que se los obstaculizaran las fuerzas del orden. Los padres de familia de las víctimas de Ayotzinapa, sorprendidos, se limitaron a observar los desmanes cuya autoría pretendían atribuírseles.

AMLO, durante su campaña para llegar a la presidencia de la República y al inicio de su gobierno, prometió esclarecer los hechos; que se haría justicia y que se castigaría a los responsables. No cumplió. Estando al final de su gobierno, no puede prometer que, como en el caso de los servicios de salud mejores que los de Dinamarca, que se hará el año que entra.

En el atentado contra Palacio Nacional, como en muchos otros, no hubo autoridad que lo impidiera. Aunque las fuerzas del orden hicieron acto de presencia, no intervinieron para evitar los desmanes y detener a los responsables. Su presencia fue testimonial: por si eventualmente se requiere su declaración.

Todo fue a tono con la política presidencial: abrazos y no balazos. El presidente habla de que se tiene identificados a los responsables. ¡Qué bueno! Así podrá acusarlos ante sus papás o ante sus abuelitos. No quisiera estar en lugar de los responsables. Les esperan unas buenas nalgadas y uno que otro jalón de orejas. No lo volverán a hacer.

AMLO no aprende. Tiene la cabeza dura. Hace unos meses, por no abrirle puerta a alguien que quería hablar con él, le echó a su pobre y desplumada gallina Claudia Sheinbaum una rival de peso y entrona, si no sabe su nombre, se lo digo: Xóchitl Gálvez Ruíz.

Ahora que el gran luchador por el respeto de los Derechos Humanos, don Emilio Álvarez Icaza, le ha solicitado un “campito” en la Mañaneras, para hablar con él respecto de las acusaciones e infundio de que fue objeto; seguramente se lo va a negar. Que lo haga, la negativa va a permitir que don Emilio se consagre como uno de los grandes líderes democráticos de país. ¡Que buena mano tiene AMLO para hacer crecer a sus adversarios!

AMLO acusó, sin pruebas, al senador Emilio Álvarez Icaza, a algunos organismos internacionales y a ciertos abogados de estar “acelerando” a los padres de los desaparecidos, para desprestigiarlo a él y al gobierno que preside. No es una novedad que acuse de esa manera. Si, efectivamente, los acusados por él incidieron en algún delito, la vía es la denuncia antes las instancias competentes, no la difamación y, mucho menos, ante la opinión pública que, aunque muy respetable, no está autorizada para investigar delitos y ejercer la acción penal.

En el supuesto de ser AMLO el acusado, a estas alturas, él con mucha y sobrada razón estaría exigiendo la presentación de pruebas. Él mismo, en el caso del Senador Álvarez Icaza no exhibe pruebas y, de haberse dado los encuentros de él con los padres de los normalistas, conociendo su integridad moral e intelectual, estoy absolutamente seguro de que don Emilio nunca les aconsejó que cometieran ilícitos; que simplemente se limitó a hacerles saber la forma y términos en que pueden exigir justicia al Estado Mexicano.

También estoy cierto de que los funcionarios de los organismos internacionales a los que acusa no aconsejaron la comisión de delitos para hacer oír sus gritos de reclamo y su demanda de que se castigue a los autores intelectuales y materiales de los ilícitos.

Al parecer hay interés en que el crimen de los normalistas de Ayotzinapa no se aclare, lo anterior lleva a confirmar la idea y el temor de que en los ilícitos pudieran haber intervenido algunos miembros de las fuerzas armadas: Ejército y Marina. Sólo los jefes de ellos tuvieron y tienen el poder de impedir una investigación o de desviarla durante el sexenio de Peña Nieto y de AMLO. José Luis Abarca, presidente municipal de iguala, Guerrero, el día de los hechos, no tenían poder para desviar la investigación.

En el caso no está de por medio el crédito, la seguridad y la libertad del matrimonio Abarca/Pineda. Los gobiernos federales y locales no tendrían tanto interés en proteger a esa familia durante tanto tiempo y en con tanto desgaste político. A quienes los gobiernos priistas y morenistas pretenden salvaguardar están más arriba.

AMLO fue quien, durante su campaña a la presidencia. se comprometió a investigar los ilícitos y a castigar a los responsables. A estas alturas, frente a otro de sus fracasos, no nos puede salir con que es una conjura de los conservadores o de algunos periodistas que no lo quieren

Con la connivencia que AMLO tiene con las fuerzas armadas, veo difícil y hasta imposible que le cumpla a los parientes de los cuarenta y tres sacrificados en el Valle de Iguala. Si eventualmente llegara a ganar la presidencia Claudia Sheinbaum –toco madera–, menuda herencia va a recibir de su mentor y padrino. No va a poder echarle la culpa ni hacerse un lado.

A pesar de la destrucción, los mexicanos fuimos afortunados. La puerta que fue dañada no es aquella por la que salía el Benemérito Benito Juárez a buscar aventuras amorosas, como se cuenta en la obra de Víctor Hugo: El rey se divierte.

Según se refiere, el gran patricio de la Patria, algunas noches salía de Palacio Nacional en busca de aventuras amorosas por la pequeña puerta que aún existe y que está frente al Arzobispado; su alcahuete era don Guillermo Prieto; éste era el responsable de cerrar la pequeña puerta por la que salía el Patricio y también de abrirla, cuando regresaba; para estar atento al regreso del primer mandatario, de escuchar los ligeros toques que le hacía el presidente itinerante, el señor Prieto se sentaba junto a la puerta referida.

En una ocasión el ilustre conserje se durmió, no escuchó los ligeros toques que le hacía el aventurero; ante la posibilidad de ser sorprendido en la calle por la luz del Sol y visto por los madrugadores, el Padre de la Patria optó por entrar por la puerta de honor que da al Zócalo de la Ciudad: obvio, por tratarse del presidente de la República se le hicieron los honores de rigor. Por el escándalo armado, todo mundo se enteró de las aventuras presidenciales.