La denuncia en contra del expresidente de la Corte, Arturo Zaldívar, es la radiografía de un personaje oscuro, la historia de un juez que traicionó a su país y a la Constitución por el hambre insaciable que tiene de dinero y poder.

Lo más importante de la denuncia no radica, sin embargo, en mostrar la declinación ética y moral de un abogado, sino en hacer ver que Zaldívar, un ministro que juró defender la Constitución, se convirtió en cabeza de una red para destruir el Estado de Derecho y la democracia.

La ministra presidenta de la Corte, Norma Piña, no aceptó sólo investigar a un ministro en retiro. Dio entrada a una denuncia que atenta contra la nación. La acusación implica que un grupo de funcionarios se agruparon para destruir los cimientos de la división de poderes.

Se trata de una alta traición al orden constitucional. Zaldívar es solo la punta de un iceberg, la cabeza visible de un proyecto para poner la justicia al servicio del presidente o para decirlo de manera más clara, para ir colocando las bases de un perverso sistema de dictadura judicial.

En la denuncia hay tres claros ejemplos que lo confirman: las amenazas en contra de los jueces Juan Pablo Gómez Fierro y Rodrigo de la Peza para que no concedieran amparos en contra de la Ley de Hidrocarburos y la Industria Eléctrica, promovidas por Morena en el Congreso. Y la presión para mantener la cancelación del Aeropuerto de Texcoco.

Zaldívar sabe que merece ser llevado a juicio. Sabe que, como juez, aceptó ser un instrumento para violar la Constitución. Sabe que traicionó su juramento como abogado, que engañó a la sociedad al utilizar su cargo para beneficiarse, sabe que abusó de la confianza de sus colegas y que aceptó ser agente de un régimen autocrático para “tronar” desde adentro el orden constitucional.

Todo eso lo sabe y lo hace sentir culpa. Esa culpa es la que lo ha llevado a solicitar se inicie un juicio político en contra de la presidenta de la Corte, Norma Piña para destituirla.

Zaldívar habla como habla y grita como grita porque se sabe protegido por el Presidente.

Cuando anunció que pediría llevar a Norma Piña al patíbulo lo hizo bajo el cobijo de Morena, del partido en el poder. Lanzó aullidos desaforados en contra de la ministra porque se sabe impune. La duda es si su valentía sería la misma en otras condiciones.

Utilizó argumentos demagógicos y engañosos, para acusar a la ministra de querer causarle un daño personal cuando él lleva años operando para destruir a la república. Le imputa el tratar de “intervenir activamente” en el proceso electoral cuando él se incorporó a la campaña de Claudia Sheinbaum antes de haber presentado formalmente su renuncia como ministro.

Norma Piña y otros siete ministros se han convertido en un muro de contención contra la deriva autoritaria del presidente y contra los dinamiteros de Palacio Nacional que trabajan sin descanso para dar golpes de Estado continuos a la Constitución.

A los mexicanos sólo nos quedan dos bastiones para impedir el apuntalamiento de una dictadura: El Poder Judicial y el voto de los ciudadanos el próximo 2 de junio. Habrá que salir a defender los dos.

 

@PagesBeatriz

 

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