Cifras desmesuradas y competencia desigual

El 19 de abril se iniciaron las elecciones legislativas en India, el país más poblado del mundo, que concluirán el 1º de junio y convocan a las urnas a 970 millones de electores. Más de un millón de colegios electorales están siendo instalados en 543 circunscripciones -y más de 5.5 millones de máquinas de votación electrónica se movilizarán- en un país cuya superficie supera los 3 millones de kilómetros cuadrados.

El primer ministro Narendra Modi, de 73 años, a quien algunos de sus compatriotas ven como deidad, en el poder desde hace 10 años, a la cabeza del Bharatiya Janata Party (BJP) “Partido del Pueblo Indio”, el partido nacionalista hindú, se ha fijado como umbral alcanzar 370 escaños de los 543 que hay en juego en la Lok Sabha, la cámara baja del Parlamento. O sea, 67 diputados más de los obtenidos en 2019.

Pero no solo eso, sino que el partido de Modi planea dirigir una coalición, la Alianza Nacional Democrática, que le daría una mayoría por encima de los 400 escaños, y con ello, poder hacer reformas sin una oposición con fuerza para impedírselo.

Se enfrenta a Modi una alianza de formaciones opositoras encabezada por el Partido del Congreso, que dirige Rahul Gandhi, de 53 años, miembro, además de una dinastía que ha estado presente en la historia reciente y la política de India: Rahul es hijo del asesinado ex primer ministro Rajiv Gandhi y de la ex primera ministra Sonia Gandhi, nieto de la también asesinada ex primera ministra Indira Gandhi y biznieto de Jawaharlal Nehru, primer jefe de Gobierno tras la independencia.

Nehru, además, fue uno de los artífices y líderes -uno de los más brillantes- del llamado Tercer Mundo que en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado hizo posible la independencia de no pocos países afroasiáticos y dio influencia internacional al mundo no europeo y no estadounidense.

Gandhi y los miembros de la alianza que encabeza han sido acosados -acusaciones de corrupción no probadas, congelación de cuentas por supuestos adeudos de impuestos, encarcelamiento de dirigentes, etc.- lo que se ha traducido en serias dificultades y hasta la imposibilidad de hacer campaña. Tal acoso y represión han sido denunciados por Amnistía Internacional, que también sufrió la congelación de sus cuentas en India, así como por el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, quien en marzo expresó su preocupación por “las crecientes restricciones del espacio cívico”

La inexistencia de “piso parejo” para la oposición, con recursos económicos congelados, líderes en la cárcel y más de un dirigente comprado, implicó enormes esfuerzos económicos para hacer campaña a lo largo del país. Hay, al respecto, registros de que el propio Rahul Gandhi ha recorrido, en autobús y a pie, 11,500 kilómetros a fin de contrastar su visión sobre el país y sus propuestas con las de Modi, en intentos desesperados de modificar, a su favor las preferencias de las mayorías, que se inclinan por el primer ministro.

Pero los resultados no son satisfactorios, si se toma en cuenta la reciente encuesta de India TV-CNX, que prevé para la coalición de Modi 399 de los 543 diputados. Mientras que la alianza opositora ganaría solo 94 curules, de los que el Partido del Congreso -el de Gandhi- solo obtendría 38 escaños. Un resultado -se hace notar- aún peor que el de 2014.

 

Elecciones de una potencia mundial

Estos comicios son de importancia mundial, no solo por ser India el país más poblado del globo en el que en los últimos 10 años -período de gobierno de Modi- casi 250 millones de personas han abandonado la pobreza y cuenta con una fuerza de trabajo joven: el 65% de la población india es menor de 65 años. Adicionalmente, entre las diversas informaciones interesantes sobre India, destaco la de su crecimiento económico, de 8.4% el último trimestre de 2023, que según expertos podría convertirla, en 2030, en la tercera economía mundial.

India hoy por hoy, aparece como potencia compitiendo con China: como líder del llamado Sur Global -al que pertenece América Latina, aunque habría que preguntarse si la condición geopolítica de México como Norteamérica nos ubica en ese Sur. Una competencia, por cierto, también entre egos, entre Narendra Modi y Xi Jinping.

Pekín da relevancia a los BRICS+ (Brasil. Rusia, India, China y Sudáfrica) + Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Etiopía, como un foro de grandes países emergentes. India, por su lado desde el G20 incorporando a la Unión Africana, intenta aparecer como el líder del mundo democrático no occidental.

En esta competencia de liderazgos mundiales, la aspiración china de dominio en Asia, está actualmente impedida por las alianzas creadas y fortalecidas por Biden, entre ellas y clave, la que existe con Delhi, “aliado” por excelencia de Washington.

Muchos politólogos hacen notar que India tiene mejor imagen que China en el mundo y relaciones con todos -es un decir- incluida Rusia. Hay que recordar, entre paréntesis, que Pekín y Delhi tienen una disputa fronteriza sobre 4000 kilómetros, “la principal manzana de la discordia”.

 

El Caudillo y el odio

Los 10 años de gobierno de Narendra Modi son muestra ciertamente de la popularidad de la que goza en amplios segmentos de la población -ya mencioné que hay gente que lo considera una deidad- y también, de más de un aspecto de su gestión que ha beneficiado al país y a la gente.

Sin embargo, el apoyo de que goza por una parte de la población, puede ocultar lacras graves de su gestión. Para empezar, la hostilización e incluso acciones contra la libertad de expresión y de movimiento -y hasta cárcel- de opositores, como lo indiqué ya en este artículo.

Tales disposiciones legales, acciones específicas y una política dieron lugar a que el índice de The Economist considerara a India como “democracia deficiente” y ya en 2019, el instituto sueco V-Dem rebajara su calificación de “democracia electoral” a “autocracia electoral”.

Pero esto solo es parte de la política de Modi que se ha descarado en su islamofobia que violenta al país, a la mayoría hindú -casi 1000 millones, el 78.9% de la población- contra la minoría musulmana -150 millones, el 15.4% de los habitantes. Con comentarios que califican a los musulmanes de “termitas” y los consideran, por tener “muchos hijos”, una amenaza para los hindúes a los que reemplazarán: la teoría del gran reemplazo, inventada en Francia y practicada en Europa y Estados Unidos contra los inmigrantes y que en India llaman “love djihad”, en alusión a los musulmanes.

La escenificación de esta islamofobia ha sido la inauguración de un gran templo al rey-dios hindú Ram, sobre las ruinas de una mezquita, en Ayodhya, el 22 de enero pasado, con la presencia del primer ministro, quien anunció “el advenimiento de una nueva era”. ¿La dominación del hinduismo: el templo, sobre el islam; las ruinas de una mezquita?

En todo caso, quienes han analizado la personalidad y política del primer ministro, como la periodista Sophie Landrin en la biografía que escribió, intitulada Dans la tête de Narendra Modi, que el nacionalismo hindú es su proyecto político.