Morena sabe que el rechazo hacia esos partidos es grande y por eso uno de sus argumentos de campaña es llamar a Xóchitl Gálvez “candidata del PRIAN”, pero si se analiza un poco estas palabras encontramos que pueden tener razón si se considera que de ambos partidos han salido políticos que han afectado al país, como es el caso de Manuel Bartlett, el propio López Obrador, el ahora candidato Alejandro Murat, los ahora diplomáticos Quirino Ordaz ex gobernador de Sinaloa, Claudia Pablovich ex gobernadora de Sonora y Carlos Miguel Aysa González de Campeche, los candidatos de su aliado Verde Eugenio Hernández o Eruviel Ávila, así como Ignacio Mier, Ricardo Monreal, Alejandro Armenta, Claudia Delgadillo –actual candidata a gobernadora en Jalisco–, entre otros cuadros destacados de la 4T.

Y del PAN que decir cuando vemos defender al proyecto de Claudia Seheinbaum a ex panistas como Javier Corral, Gabriela Cuevas, o como candidatos a Rommel Pacheco, Alma Alcaraz, Huacho Díaz Mena, José María Martínez entre otros que han generado protestas al interior del Movimiento, así como a Manuel Espino o a Cruz Pérez Cuellar.

Pero el rechazo a los partidos políticos no es exclusivo del PRI, pues de acuerdo a una encuesta de Arias Consultores “al preguntar por el peor partido, el PRI lidera con un 34.6% de desaprobación, seguido por Morena con un 30.2% y el PAN con un 20.4%. Los otros partidos políticos presentan porcentajes menores de rechazo, con MC obteniendo un 2.6%, el PRD un 3.0%, el PVEM un 3.1%, y el PT un 2.3%. Sin embargo, la cantidad de encuestados que no indicaron un partido como el peor es considerablemente menor, con un 3.8%”.

Así, uno de los argumentos que los propagandistas de Morena han utilizado con mucha frecuencia es reducir el ejercicio de gobienro del PRI y del PAN a asuntos de corrupción, dejando de lado dos aspectos: primero, que hubo obras destacables que también se llevaron a cabo en las administraciones tricolores y blanquiazules –al igual que hoy se puede decir del gobierno morenista–, sin que esto sea muestra de apoyo a estos partidos, sino un simple ejercicio de análisis; y en segundo lugar, que muchos de sus ahora militantes fueron parte de esos gobiernos y, por lo tanto, corresponsables de eso que tanto critican y señalan como parte del recurso propagandista llamado “PRIAN”.

Por citar un par de ejemplos, ¿se puede votar siendo morenista convencido de lo dañino que fue para México el PRIAN por quien fue coordinador de campaña de Enrique Peña Nieto en 2012 en Puebla, como es el caso de Alejandro Armenta, actual candidato a la gubernatura en dicha entidad?, de igual manera, ¿se puede apoya la presencia en el gabinete presidencial de alguien vinculado en el fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, incluso llamarle patriota, con resultados cuestionables como Manuel Bartlett? Y no entramos en el terreno de cuestionar si es congruente postular a exintegrantes del PRIAN que antes cuestionaban severamente a Morena como en el caso de Javier Corral o a quienes desplazan a liderazgos locales como en el de Rommel Pacheco en Yucatán.

Así, la respuesta a la pregunta con la que titulamos esta colaboración es que ni el PRI o el PAN son tan malos comparados con lo que ha hecho Morena en su actual ejercicio de gobierno, ni el rechazo a estos dos partidos es tan grande como la fuerza política oficial quiere hacer creer, pues el rechazo respecto al PRI y a Morena es similar, de acuerdo a la encuesta citada en este espacio, además de que los integrantes de los equipos de gobierno son los mismos –Esteban Moctezuma formó parte del gabinete de Ernesto Zedillo y también fue parte del de López Obrador, por ejemplo–, así que si a calificar a los gobiernos recientes del PRI, del PAN o de Morena debe ser similar y resaltar los logros, aunque sean menores, y criticar sus errores, en un ejercicio alejado de pasiones políticas, algo que no tenemos en la actualidad.

Pero como la decisión del voto es un ejercicio más emocional que racional, los fanáticos de ambos polos electorales ya decidieron que discurso repetir y en que creer, a pesar de las evidencias y de la realidad.