Los cuatro magníficos
Hoy es común, entre los estudiosos de las relaciones internacionales, hablar de cuatro potencias que ejercen influencia –y poder– en determinados espacios geopolíticos y a menudo compiten entre ellas en alguno de esos espacios, pudiendo llegar a la violencia e incluso las armas. Serán los expertos quienes diluciden si el resultado de estas luchas entre estas potencias muestra la existencia de un poder hegemónico o la competencia entre varios poderesy
El mundo bipolar, entre 1922 y 1991, de la difícil y peligrosa coexistencia de la Unión Soviética y el bloque socialista –incluída China– con Estados Unidos, Europa Occidental, casi toda Latinoamérica, “Occidente”. El mundo unipolar: Estados Unidos, potencia reinante al desaparecer la Unión Soviética en 1992 y la humanidad se encuentra con “el fin de la historia”, según Francis Fukuyama: la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo basado en la democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría.
Pero no hubo un final de la historia y ya en 2001 el mundo fue testigo, del ataque asesino y suicida de fundamentalistas islámicos a lasTorres Gemelas en Nueva York y a instalaciones del Pentágono en Washington. Y en 2003 la arrogante torpeza de George W Bush, flanqueado servilmente por Tony Blair, primer ministro británico y el presidente de gobierno español José María Aznar, se lanzó en guerra contra el Irak de Sadam Hussein, provocando al fundamentalismo islámico que hoy hace víctimas tanto a los no musulmanes como a pacíficos fieles del Islam.
Hoy, como dije, los estudiosos de las relaciones internacionales coinciden generalmente en identificar a Estados Unidos, China, Rusia e India como las principales potencias en el actual escenario mundial. Sin perjuicio de que algunos expertos mencionen como potencia a un grupo de países: el respetado sociólogo y ex ministro catalán Manuel Castells, ante lo que estima una parálisis que afecta a las Naciones Unidas, afirma que “va a desarrollarse otro orden internacional, liderado por los BRIC (Brasil, Rusia, India y China”, más Sudáfrica, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Y –añado– daría a nuestro vecino sudamericano primacía en la región.
Respecto a la condición que los expertos señalan para considerar potencias mundiales a China, Rusia, India y, por supuesto en primer lugar a Estados Unidos, destaco lo siguiente: Respecto a Rusia y China, rechazan la primacía de Washington y sus aliados y temen –en términos de paranoia, dice el respetado periodista Andrea Rizzi– los supuestos intentos occidentales de desestabilizar sus regímenes. Sin embargo, no todo son coincidencias entre estos gobiernos antioccidentales, porque mientras se dice que Rusia impugna brutalmente el orden mundial y se pone el ejemplo de la invasión a Ucrania, se considera, en cambio, que China es solo una potencia reformista, que busca un orden mundial más acorde a sus intereses, pero sin aspavientos. Hoy Rusia, en grave controversia con Occidente –aunque también con algunos amigos y hasta cómplices como Viktor Orban, premier húngaro– necesita del apoyo de China, “amistad sin límites”, como lo declaran ambos gobiernos. Mientras que “para Pekín el Kremlin es solo un socio de conveniencia.”
Creo que puede interesar a los lectores, hablando de estos “socios y amigos” chino y ruso, el artículo de Frédéric Lemaître en el periódico Le Monde, titulado: “Xi Jinping–Vladimir Putin: Una amistad lejos de ser evidente”. Un artículo que nos da los datos biográficos de ambos, de los que destaco que el ruso nació en octubre de 1952 y Xi en junio de 1953, el ruso en una familia modesta y el chino hijo de uno de los hombres más poderosos del país. Putin fue bautizado, corriendo su madre riesgos al hacerlo. La infancia dorada de Xi cambió a sus 9 años, cuando su padre fue defenestrado por supuestas críticas veladas a Mao. Al paso de quince años Xi y su padre vuelven a Pekín y el joven se integra a la universidad, aunque no aprenderá idiomas ni vivirá en el extanjero. A diferencia d Putin, que estudia derecho, se integra a la KGB –el espionaje soviético– y es enviado a Alemania del Este en 1985.
Hoy por hoy los dos amigos, que se han reunido en 43 ocasiones, la última este 16 y 17 de mayo en Pekín, tienen papeles clave, como lo tiene India, “tercero en discordia”, en la reconfiguación del hoy tormentoso escenario mundial. Tormentoso si tenemos presente que además de la interminable y riesgosa guerra en Ucrania y la represión infame en Gaza, la elección presidencial en Estados Unidos puede traer de vuelta a Trump, un perverso con poder y ánimo de venganza. Y, de menor gravedad, pero también grave, la elección del Parlamento Europeo –a la que me referí en mi último artículo.
India, uno de los Cuatro Magníficos en el presente escenario internacional es un país continente, el más poblado del globo: 1 437 627 700 según censos de 2020, con una población mayoritariamente joven y con cifras impresionantes, de las que puede presumir el primer ministro Narendra Modi, de millones de indios rescatados –por así decirlo– de la pobreza. India se presenta, por contraste con China, su vecina y en conflicto territorial con ella, ostentando excelentes relaciones con Occidente. Compite con China en la aspiración de liderar el Sur Global: Pekín con los BRICS; Delhi desde el G20. La India de Modi –a punto de concluir su prolongado proceso electoral– muestra cifras económicas impresionantes que prevén catapultarla como tercera economía mundial en 2030. Pero sus libertades democráticas van en retroceso y el hinduismo, que Modi promueve con descaro atenta contra las minorías religiosas, principalmente la musulmana y es una grave lacra para el país.
Estados Unidos, el país más poderoso del mundo –así se le considere en declive– debe también responder a peligrosos desafíos en víspera de la elección presidencial del mes de noviembre. El desafío ostensiblemente peligroso es el de la participación de Donald Trump como candidato, por su naturaleza tramposa, porque competirá previsiblemente con apoyos peligrosos para la democracia estadounidense como es el de Putin que, como ya lo hizo en el pasado –recuérdese la competencia de Trump con Hillary Clinton en 2016– apoyará a su amigo americano, lo que le redituará en su guerra contra Ucrania. Trump es, además, peligroso porque no aceptará una derrota en la elección y no vacilará, llegado el caso, en convocar nuevamente al asalto del Capitolio.
Las instancias de inteligencia del Gobierno y Congreso estadounidenses han tomado seriamente cartas en el asunto a fin de contar con antídotos técnicos a la previsible invasión de toda clase de elementos cibernéticos, de inteligencia artificial, etc. que puedan utilizar agentes extranjeros –se habla de Rusia, pero también de China e Irán– para sabotear las elecciones. Y en otro orden de ideas, pero quizá más grave, entre la gente pensante –académicos, politólogos, gente de a pie– hay temor fundado de que los estadounidenses se despreocupen cada vez más de los principios y valores de libertad, democracia, derechos humanos que son connaturales de Estados Unidos y de su grandeza.
Incendio en la pradera
Este incendio metafórico tiene que ver con las elecciones del Parlamento Europeo y la peligrosa irrupción de la ultraderecha, que haría peligrar la naturaleza misma de la Unión Europea.
La guerra de Ucrania es otro incendio que debe apagarse presionando a las partes a negociar.
El tema Gaza que, ante la condena a Netanyahu –con más de 35,000 muertos sobre las espaldas, además de otros crímenes– al igual que la condena a los terroristas de Hamas, para nada condena a la sociedad judía que respeto y admiro. Pero sí debe condenar a los colonos y a la ultraderecha religiosa.
Este dossier se vincula al del Estado Palestino, cuyo reconocimiento internacional avanza –España, Noruega e Irlanda lo están haciendo y yo espero que el nuevo gobieno de México lo haga. Aunque seguirá pendiente la superación de ls vetos absurdos que impiden que Palestina e Israel convivan en paz y con fronteras reconocidas.