La identificación de un problema es la clave para su correcta solución. Hoy estamos en el ocaso del período de las campañas electorales y hemos escuchado de todos los bandos (dejando a un lado agresiones, acusaciones y litigios en tiempo récord fuera de lugar), el planteamiento de problemas que tal vez no lo son o que no corresponden a la causa eficiente, la causa que no está subordinada a ninguna otra, y que, al no encontrarla, la solución estará lejos de resolver el verdadero problema. José Antonio Marina, en su Historia universal de las soluciones (Ariel. 2024), nos dice que no basta con conocer la realidad que tenemos enfrente, sino saber de dónde viene.

Las soluciones, particularmente las de orden social –incluida la política– nunca serán únicas ni definitivas, pues representan lo que el propio Marina y Karl Popper llaman una “aporía”, problemas a los que nunca podemos dejar de enfrentarnos, pero que no tienen una solución definitiva; muy señaladamente, la felicidad y la justicia. El derecho -dice Wiehweg- se manifiesta como “una técnica al servicio de una aporía”. Confieso de esto último que, como abogado, hasta hoy ignoraba este bello acercamiento a la siempre inacabada tarea del Derecho.

Pues, bien, es a estas aporías a las que se enfrentan quienes hoy pretenden gobernar el país. Al caso, nos hacen ver lo que para ellos son los grandes, medianos y pequeños problemas nacionales, y a cada uno le arriman -valga decir- una solución que, por buena lógica o por ideología, creen es la más adecuada. Ciertamente en tiempos electorales, los excesos, errores y promesas inalcanzables que se esgrimen durante las campañas, digamos que son en la praxis “aceptables”, no así en los programas de gobierno que el candidato ganador proponga como plan de gobierno, o lo que conocemos como Plan Nacional de Desarrollo, en este caso, 2024-2030. En la etapa que está por venir de construir un nuevo gobierno, no puede haber extravíos ni soluciones adversas, favoreciendo a unos y perjudicando a otros. Deberá ser un instrumento en el que quepan todos, si es que queremos que prive la democracia y la justicia. Nuestros próximos gobernantes deberán instrumentar las mejores soluciones, a los verdaderos problemas.

Cuando reflexionaba sobre el título de este escrito (tomé la frase de Marina), el ejemplo me dio una sorprendente claridad sobre la importancia de definir bien un problema para así buscar la mejor solución: el adicto ya tenía un problema (de orden psíquico, emocional, genético, de entorno social, de pobreza -o riqueza- extrema) y tomó la vía equivocada de acudir a una sustancia adictiva. Su solución fue tan de corto plazo como falsa; el problema quedó intocado ¿Cuál es, entonces, la solución para resolver las adicciones? Piénselo, lector; no me voy a detener en proponer soluciones. Prefiero acudir a más interrogantes.

En el tema de la pobreza, ¿es la riqueza la causante de la pobreza? Mi parecer es que no: es la injusticia la causa de la pobreza. ¿Es válido plantear -como lo pregunta Gabriel Zaid- la lucha contra la desigualdad y la pobreza? “No. Son dos cosas distintas y se tratan de diferente manera”. La pobreza -nos dice Zaid- se combate proporcionando los medios para salir de ella: salud, educación, Estado de derecho; la igualdad -por su parte- es algo que ningún ser humano es su intimidad desea, pues dejaría de ser esa creación única e irrepetible. ¿Debemos combatir la informalidad? No: quienes la ejercen disfrutan la libertad de no tener un patrón, un horario, ser independientes. Si se quiere que los informales se incorporen al Sistema, la solución que propone Zaid es reducir al máximo los costos y maximizar los incentivos para su incorporación a éste.

En fin, antes como ahora, y en adelante, el Plan Nacional de Desarrollo es y seguirá siendo obligatorio (Art. 25 constitucional) “en el que participarán los sectores social y privado”. En la titánica tarea que le depara al ganador de la contienda presidencial, dos retos esenciales tendrán que ser abordados: uno, la correcta identificación de los problemas y, dos, la construcción colectiva de las soluciones. Y digo “colectiva” porque nadie, por poderoso o débil que sea, debería quedar fuera, y en esta tarea las mentes más brillantes deberán aportar sus luces, desterrados de dogmas, ideologías o partidismos. De aquí que los “equipos de asesores” de cada contendiente (que los hay brillantes y honestos) sería deseable conjuntaran esfuerzos para construir un solo proyecto: el Proyecto de Nación.

Si quisiéramos llegar, sin embargo, a este escenario ideal, es imperativo que los problemas se planteen como tal y no como “conflicto”. En el conflicto -según la cita de Marina de Kenneth Boulding- cada parte desea ocupar una posición incompatible con la del otro (eterna aporía); no se busca una solución, sino una victoria para uno y derrota para el otro. Cuando el conflicto, en cambio, se plantea como problema, la ecuación cambia de una “suma cero” (win-lost), a otra de “ganar-ganar” (win-win). La transición no es difícil cuando se contraponen intereses; el problema surge cuando hay que conciliar ideologías, creencias, dogmas irrenunciables, fuente histórica de los grandes conflictos y en la que no pocas veces la ecuación resulta en una “suma negativa” (lost-lost) en la que todos pierden. La tesis principal de la propuesta de José Antoni Marina es que “conseguir el resultado de suma positiva es el objetivo de la justicia”, no conseguirlo es cuando hablamos de “Estados fallidos”.

La tarea para nuestros nuevos gobernantes no está fácil. Nunca lo ha sido. Pero lo que México enfrenta para los cinco siguientes lustros, no es un nuevo sexenio, tampoco una nueva etapa, ni siquiera una nueva época. Estamos frente a una nueva era. Habremos de extinguirnos o reinventarnos. Pudiera, o no, caber el “no somos iguales”, lo que sí es seguro es que jamás seremos iguales a lo que hoy somos. No cabrá una identidad de clases (win-lost), sino una colectiva (win-win).

Construir un nuevo país no es tarea de una corriente, de un partido ni de una mayoría: es tarea de todos. Los ingredientes son la inteligencia, la prudencia y un altísimo concepto de justicia, del que deriva el principio de la democracia deliberativa, ya contemplado en nuestra Constitución. La misión será encontrar los problemas origen de nuestros males y diseñar las soluciones (que con una buena dosis de humildad las aceptemos como transitorias y perfectibles), de las que emanen perdurables bienes.

“Brunelleschi fue un gran solucionador -nos dice Marina-, no porque realizara los planos del Duomo de Milán, sino porque también diseñó las herramientas para poder construirlo, y lo construyó”.

En buen lenguaje mexicano: esperamos “el remedio y el trapito” para esta gran Nación.