El 2 de junio México celebra las elecciones más importantes de nuestra historia reciente, que enfrentan, además, graves riesgos para la subsistencia de nuestra democracia. Este año también, el 5 de noviembre, tendrá lugar la elección presidencial de Estados Unidos, importante para el mundo y para México además como su vecino –para bien y para mal– y socio económico y comercial por excelencia.
Respecto a las elecciones americanas, que hoy son y en los próximos meses serán objeto de innumerables comentarios, produce grave inquietud el posible retorno de Trump, un inmoral y –si se me permite el término– suicida, que puede llevar al mundo a hecatombes de toda índole.
Tendrán lugar, asimismo, comicios en la Unión Europea, la organización supranacional que integra 27 países de Europa –entre ellos los más importantes, con excepción del Reino Unido–, es interlocutor de peso entre las potencias mundiales y tiene que ser de interés prioritario para México y Latinoamérica. Las elecciones del Parlamento Europeo, uno de los órganos de la Unión y uno de los legislativos más poderosos, se verificarán entre el 6 y el 9 de junio.
La UE cuya “acta de nacimiento” fue la propuesta del ministro francés de Relaciones Exteriores Robert Schuman del 9 de mayo de 1950, a Alemania Occidental y a los países europeos que lo deseasen para que sometieran bajo una única autoridad común el manejo de sus respectivas producciones de acero y carbón. Acogida de forma entusiasta por el canciller de la República Federal de Alemania Konrad Adenauer, la firma de un tratado, también por Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, creo la “Europa de los Seis”. Que ha sido objeto de diversas ampliaciones –y la retirada del Reino Unido, que seguramente lamenta la estupidez del brexit– hoy a 27 países.

Hoy Bruselas –la Unión Europea– considera candidatura oficial a la adhesión la de 9 países, comenzando por Ucrania, en su condición de país víctima de una invasión bélica y librando una guerra contra la potencia invasora. Así como otras 8 candidaturas que son tan ambiciosas como arriesgadas, según lo comentaré.
Ahora me interesa relatar brevemente mi “encuentro” con la Unión Europea cuando, como embajador de México fui testigo en Varsovia de la incorporación, el 1ª de mayo de 2004, de Polonia, República Checa, Chipre, Estonia, Eslovaquia, Hungría, Letonia, Lituania y Malta, al selecto club de Bruselas.
La felicidad a partir de ese mes de mayo, inundó literalmente a Polonia y su gobierno y su diplomacia ostentaron incansablemente su pertenencia al club. Pero los diplomáticos no europeos –no los de las potencias mundiales– nos sentimos, justificadamente, relegados y, ante ello, necesitados de hacer diplomacia y la hicimos:
El embajador suizo y yo echamos a andar el “club de embajadores de países miembros de OCDE”, que no sean miembros de la UE. Lo que abrió de par en par las puertas de ministros y hasta del presidente de la República, al embajador suizo, a mí y ¡a los embajadores de Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, Corea del Sur y más de un país europeo no miembro de la UE! Hicimos filigranas diplomáticas.
La ambiciosa ampliación de 2004 al Este muestra un balance parcialmente positivo: los nuevos miembros han progresado económicamente y la vida cotidiana se desarrolla en una atmósfera de libertad. Pero los gobiernos no siempre han estado a la altura: Polonia padeció, desde 2016 hasta 2023 un gobierno de ultraderecha católica y un grave deterioro de la vida democrática que la enfrentó a Bruselas, hasta que un nuevo, flamante gobierno ha significado una vuelta a la democracia y a las buenas relaciones con Bruselas. Hungría, sin embargo, padece un gobierno que responde a las pulsiones dictatoriales del primer ministro Viktor Orban, racista y, diríase, en relaciones cómplices con Putin, hoy enfrentado a Europa y Occidente.

Vuelvo al presente proyecto de ampliación de la UE, que contempla a Ucrania, incluiría a Turquía (candidata desde 2004), Macedonia del Norte (desde 2005), Montenegro (desde 2010), Serbia (desde 2012), Albania (desde 2014), además de Bosnia y Herzegovina, y Moldavia (desde 2022). En diciembre de 2023 Georgia se convirtió en el noveno candidato oficial.
Un proyecto que, si bien en teoría fortalece al este de la UE, sin Estados tapón entre Bruselas y Moscú, lo cierto es que entre los posibles nuevos miembros más de uno es inestable políticamente, sin sólidas estructuras de gobierno y administración pública, tiene relaciones conflictivas –o de amistad/sumisión– con el Kremlin, con fiebres de nacionalismos y sufre de corrupción.
Josep María Lloveras Soler, investigador del CIDOB (Barcelona Center for International Affairs) es pesimista al analizar esta ampliación, aunque, por otro lado, señala que, de llevarse a cabo la ampliación, “hay algo que no puede olvidarse, Rusia será el gran vecino… y, aunque no se trata de abrazar al oso, para no caer en sus garras no cabe ignorarlo, hay que saber tratarlo.”
El Europarlamento que tendrá elecciones –la Unión Europea– deberá seguir abocándose al tema de la supremacía de la “constitución” comunitaria sobre las constituciones nacionales, cuestión sujeta a polémica sin resolverse hasta hoy: hace 3 años por ejemplo, en una conferencia de los embajadores del Grupo Visegrado (Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría) en el Instituto Matías Romero, de la Secretaría de Relaciones Exteriores, respondieron –casi airadamente– a una pregunta mía, que la ley suprema de cada Estado es su constitución nacional. Lo que significa para mí desvirtuar el concepto de entidad supranacional de la Unión Europea: un conglomerado de Estados soberanos que le ceden parte de su soberanía.
El mencionado tema, que se antoja complejo, tedioso, poco periodístico, no lo es, si tenemos presente la reciente irrupción, en fuerza, de la ultraderecha que, por una parte, dificulta llegar a acuerdos en temas vertebrales como el migratorio, en un continente urgentemente requerido de fuerza de trabajo joven, que produzca, además, niños en un continente que envejece, y por otra, más grave, amenaza los cimientos mismos de la Unión Europea. Porque se trata de una ultraderecha euroescéptica y hasta eurofóbica por naturaleza.
La Unión Europea ha podido avanzar gracias al largo período de un pacto entre la derecha moderada y la socialdemocracia, en los últimos años con el tándem Macron–Merkel, el motor franco–alemán, incluso protegida la democracia a través de un “cinturón sanitario” que impedía a las formaciones ultras presentarse a elecciones. Pero eso concluyó a ahora y los extremismos participan en la competencia, con posibilidades de éxito: Los últimos sondeos prevén que de los 720 escaños en juego en la Eurocámara la ultraderecha obtendría, para empezar, 166 puestos.
De suerte que previsiblemente el Parlamento Europeo contará con la ultraderecha, cobijada por Manfred Weber y el Partido Popular Europeo: Alternativa para Alemania (AfD), la ultraderecha francesa de Marion Marechal y la de su tía Marine Le Pen, la italiana de Georgia Meloni y de Savini, la española de Salvador Abascal, y más. A lo que haría que añadir a la organización ultraconservadora estadounidense Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) que celebró apenas en Budapest una reunión “con lo mejorcito de la extrema derecha europea”.
Del otro lado está Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea, lanzada a la reelección –y constreñida, por la política, a declarar que podría pactar con cierta ultraderecha– Emmanuel Macron como heraldo de la Europa progresista, Olaf Scholz, canciller –jefe de gobierno– alemán y el presidente español Pedro Sánchez, que previsiblemente será importante en la UE, lo que conviene a México y Latinoamérica.
Como informe final de este recorrido por la Unión Europea en víspera de sus elecciones, destaco la visita del presidente chino Xi Jinping a Francia, invitado por Macron, de alta importancia política –y comercial.
