El domingo pasado pudimos participar en una gigantesca ola de marea rosa que tiñó gran parte del primer cuadro de la ciudad de México, y de las principales plazas del interior del país y de algunas ciudades en el extranjero. La concentración del Zócalo se llevó a cabo sin incidentes, a pesar de los obstáculos que desde el Palacio Nacional trataron de impedirla, espontáneamente miles de mexicanos expresaron unidad en torno a la candidata de la oposición Xóchitl Gálvez.

En los últimos días hemos presenciado un doble discurso, por un lado, se habla del triunfo contundente de Morena y por el otro, la candidata del presidente en entrevista televisiva señaló que al estilo de López no reconocería el triunfo de la oposición. En las redes sociales se insiste en que el plan de morena es reventar la elección con el robo de urnas mediante el uso de la violencia, esta actitud denota falta madurez en las izquierdas para reconocer cuando los votos no les favorecen y consecuentemente aceptar el resultado y prestarse a  iniciar una nueva etapa de construcción de acuerdos, sin demerito de poder acudir a las impugnaciones por la vía legal y esperar a que el TEPJF resuelva de manera inatacable, como son sus resoluciones.

En lo que no podemos estar de acuerdo es en la estrategia de deslizar nuevamente al país a un escenario de confrontación, polarizar a la sociedad y generar un clima de encono. La violencia verbal a la que nos ha acostumbrado el presidente también es violencia. Resulta muy mezquino negarse a aceptar el resultado, habiendo aceptado las reglas y al árbitro, eso es no saber perder. Lo que está en juego, es el futuro de México. De ser cierto que estaríamos frente a una crisis de gobernabilidad, lo que racionalmente se espera son propuestas de diálogo y conciliación, a partir de la resolución institucional

A  la izquierda mexicana tradicionalmente ruidosa e intolerante frente a todo aquel que piense distinto, le hace falta serenidad y madurez para aceptar el resultado de la votación que en última instancia es la voluntad de las mayorías. Las declaraciones de soberbia expresadas por la candidata de Morena denotan intransigencia y proyecto de un gobierno autoritario.  El país, no merece tanta mezquindad

El epílogo del régimen lópez-obradorista ha comenzado. Cuesta abajo en su rodada, los  últimos días de su gobierno se perciben llenos de sombras de los 187 mil muertos y miles de desaparecidos que, cual fantasmas, se alzan en busca del esclarecimiento de su muerte. Es cierto que  no le es imputable directamente el inicio del problema del narcotráfico, ni tampoco el resto de vertientes de delincuencia organizada que han crecido como nunca, pero sin duda es responsable de la equivoca permisibilidad seguida hasta ahora con abrazos y no balazos.

Somos muchos los mexicanos que desde el primer mes de su gobierno, cuando declaró no habría “guerra al narco” sino todo lo contrario, expresamos nuestras reticencias y en busca de ser escuchados, formulamos planteamientos de reconducción de la política pública de seguridad, señalamos desde entonces que la intervención del ejército en las tareas de seguridad pública es anticonstitucional, que la corrupción permearía a las fuerzas armadas y desde luego que se presentaría una espiral de crecimiento de violaciones a derechos humanos.

Respecto de la estrategia seguida, en la cual sigue empecinado con terquedad digna  de mejor causa, desde la sociedad y la academia diversas voces y con distintas tonalidades le hemos venido señalado que el acento de las acciones debería ponerse en la Inteligencia policiaca-financiera  y el lavado de dinero; que debe construirse una hoja de ruta para el retiro gradual de las fuerzas armadas, que no pueden por ningún motivo regresar derrotadas a sus cuarteles.

Los resultados de la errática acción gubernamental, están a la vista,  aumentan las violaciones de derechos humanos: desaparición forzada, torturas, ejecuciones extrajudiciales, la ya escalofriante cifra de homicidios siguen impunes, mismos que solo cuentan en su mayoría con indagatorias abiertas. El precio de las drogas continua estable, el trasiego se mantiene, creció el consumo entre nuestros jóvenes

La barbarie vivida en estos seis años de decapitados, calcinados, colgados, descuartizados y encajuelados. Las fosas multitudinarias clandestinas, los huérfanos, las viudas, todos esos delitos no pueden quedar impunes cual cifras estadísticas. Las víctimas tienen rostro, sus familias reclaman justicia y la represión para acallarlos no logrará apagar sus voces.  Al contrario, conforme se termine de consumir el tiempo del régimen subirá el volumen de los reclamos.

Ante la cerrazón oficial y la impunidad es entendible que por desesperación y hambre de justicia no se descarta la  presentación de una denuncia colectiva ante la Corte Penal Internacional. La reacción del ejecutivo, ante todos los señalamientos en su contra es muestra de una respuesta visceral, llena de bilis e intolerancia, no puede exculparse por sí y ante sí. Ya tendrá tiempo libre para ocuparse de ello.  Al tiempo.

En fin, resulta necesario referirse a este tema de la seguridad pública –sin agotarlo– debido a que fue desde los primeros días de su gobierno,  el eje central sobre el que ha gravitado todo este tiempo el gobierno.

El juicio histórico sobre este gobierno deberá todavía decantarse, pero los ciudadanos mediante su voto decidirán si arrojan a un segundo lugar a su partido, lo que demuestra, cuando menos, hastío, acaso total reprobación al tiempo morenista, que se agotó en un sexenio.

La evaluación del régimen está por hacerse y habrá de revisarse los diversos rubros de la administración, como los magros resultados en materia de crecimiento económico o los relativos a  generación de empleos, basta revisar los indicadores, metas y objetivos del Plan Nacional de Desarrollo y contrastarlos con la realidad que vive el país, para hacer un juicio justo. Las sombras se ciernen ominosas en la evaluación que se hará de la presente administración al final de su gestión. El crepúsculo del régimen solo permite percibir un gobierno fallido.