Partiendo del principio de Brandolini, también conocido como principio de asimetría de la estupidez, a lo que se suma el sesgo de confirmación y la manera en que en el imaginario colectivo el conocimiento producido por la ciencia es visto como algo prescindible, ahora enfrentamos el surgimiento de una gran cantidad de creencias que son potenciadas por las redes sociales.
Ejemplos hay varios, desde los terraplanistas, los que creen que las vacunas causan autismo –algo completamente desmentido–, hasta quienes cuestionan la llegada a la Luna, avistamientos OVNIS y un etcétera que puede ocupar varias páginas, con lo que vemos es que este tipo de temas cuentan con una gran legión de seguidores a quienes no les importan ni las pruebas, ni las evidencias científicas, mucho menos la verdad.
Esto es así porque, por principio de cuentas, la dificultad de desacreditar información falsa o engañosa es enorme, como postula el principio de asimetría de la estupidez: “La cantidad de energía necesaria para refutar tonterías es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlas”, a lo que suma que los creyentes de estas ocurrencias siguen en redes sociales a quienes comparten esto, excluyendo a quienes poseen información que les puede hacer cambiar de opinión.
Pero esto también nos lleva al fenómeno de la necesidad de creer en algo, como una forma de integrarse a una comunidad o como una manera de diferenciarse del resto, algo que convierte esta actividad en una especia de fanatismo que rechaza cualquier idea en contrario a lo que piensan.
Parafraseando a Mark Twain, es más fácil ser engañado que convencerse de que estamos engañados.