En el año 2012, la Barra Mexicana Colegio de Abogados, generosamente me otorgó el Premio Nacional de Jurisprudencia. Con ese motivo escribí algunas líneas de agradecimiento, evocando el pensamiento de un gran constitucionalista mexicano, Don Felipe Tena Ramírez, que de manera elocuente y certera, como todo lo que él manifestaba, reflejan la importancia del abogado postulante y de las y los impartidores de justicia.

“…. En la función de dar a cada quien lo que le corresponde, trascendente es el papel que el abogado y el juez realizan cotidianamente como integrantes de la sociedad.

Característica esencial de la función de impartir justicia es la imparcialidad, razón por la cual el juzgador permanece ajeno a los conflictos, pero está a su expectativa en la imperturbable reserva de su potestad.

Es al abogado a quien corresponde presentar la controversia ante el juez, y según Alfonso el Sabio: “apercibirlo para su conocimiento, darle carrera para librarlo con presteza”. Es el abogado el motor de la actividad del juez, sin el que permanece inerte la maquinaria de la justicia.

Por eso afirma Calamandrei que “…la fatiga del abogado no conoce horario ni tregua; cada proceso abre un nuevo camino, cada cliente suscita un nuevo enigma. El abogado tiene que estar presente, al mismo tiempo, en cien sitios distintos, de la misma manera que su espíritu debe seguir cien pistas a la vez. A los clientes, y no a él, les pertenecen también sus horas nocturnas, que son aquellas en que él, tormentosamente, elabora para ellos los más precisos argumentos.”

Al promover la acción correspondiente el abogado y el juez ocupan en la controversia sus respectivas posiciones. El abogado será parte, al defender los intereses de su cliente, por tanto, es parcial, pues con ahínco y convicción tratará de convencer al juez de lo razonable de su pretensión.

El juez, opondrá a la parcialidad del abogado, su inajenable imparcialidad, fundamento y legitimidad de su actuación, pues es la aplicación del derecho el mejor método de acceso a la justicia, y su proclamación recta y responsable, la única forma de garantizar el bien común.

Estas son las posiciones que en el proceso corresponden al abogado y al juez. Posiciones totalmente distintas, pero no necesariamente contrarias.

Si durante la contienda se cruzan las espadas de las partes, éstas jamás deben herir, ni siquiera tocar a quien no es parte, sino juez.

Así, las actitudes opuestas fraternizan y coadyuvan en la empresa común de descubrir la verdad, la verdad que para ser justicia sólo necesita hacerse respetar.

Probablemente se piense que estas afirmaciones solamente están referidas a un mundo ideal y que la realidad se desarrolla de manera diferente. Que tanto jueces como abogados somos ante todo seres humanos, falibles, plagados de virtudes y defectos. Conscientes de que cada día el abogado más probo puede cometer un error en perjuicio de su cliente y una injusticia en contra de su adversario, así como el juez más recto dictar una sentencia equivocada.

Ni los abogados ni los jueces hemos jurado nunca practicar la infalibilidad, pero sí nos hemos comprometido a no esquivar deliberadamente la verdad que se nos presenta, agotar hasta donde nuestro intelecto lo permita el esclarecimiento de esa verdad, a colocar nuestro estudio, conocimiento y convicción por encima de todo.

La prueba final de la rectitud del juez y del abogado, sólo pertenece al tiempo.  Su prestigio quedará sin ulterior recurso, reconocido o no el día en que abandonen definitivamente su sitial, porque hasta entonces se obtendrá el saldo ya inmodificable de su conducta.

Como justiciable difícil es aceptar la derrota, pero más difícil es aceptarla cuando la actuación profesional del abogado o del juzgador denotó descuido o negligencia. Todos estamos conscientes de que el derecho no es una ciencia exacta, que las divergencias de criterio propician enfoques diversos, lo cual es perfectamente admisible.   Aquí está en juego el respeto del juez por su función y el respeto del abogado por la propia y la del juzgador. El juez respetable merece el respeto del abogado y el abogado respetable merece el respeto del juez y, jueces y abogados respetables merecen el respeto de la sociedad”.

Creo que hoy más que nunca la academia; las diferentes asociaciones de abogados, tanto nacionales como extranjeras; representantes de Organismos Internacionales; la iniciativa privada y un amplio sector de la sociedad mexicana han hecho patente su respeto, apoyo, confianza y solidaridad para las y los Jueces, Magistrados y Ministros del Poder Judicial Federal de nuestro país.

Creo firmemente que estas muestras de reconocimiento a su actuación profesional, responsable y honesta, son el mejor voto de confianza que un impartir o impartidora de justicia puede recibir de las y los abogados integrantes del foro y de la sociedad en general. Es el que más reconforta y estimula a su solitario corazón de juzgadores, que en la resolución de los asuntos ha latido siempre, con inquietud bajo su toga.

Como dijo Don Felipe Tena Ramírez, “No desconozco el medio que nos rodea a jueces y a abogados. Y precisamente por conocerlo, de él rescato gota a gota -tan pura cada gota como la del agua que perfora la roca de las montañas- lo más íntimo de mi fe en la administración de justicia”.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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