En un reciente artículo periodístico (El País México, 19 de julio 2024, Los números electorales de la Reforma judicial), José Ramón Cossío, ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no deja de hacer aportes invaluables a la cultura jurídica mexicana. El papel que desempeña el ahora exministro me recuerda al que en su momento desempeñara el maestro Ignacio Burgoa Orihuela, de tan grata memoria.
Hoy Cossío Díaz aborda la propuesta de reforma al Poder Judicial aplicando una técnica que yo llamaría de microcirugía, mostrando en su análisis el galimatías que contiene dicha iniciativa y las consecuencias prácticas que implicaría su inminente aprobación. Su diagnóstico se concreta a examinar algunos circuitos judiciales, mostrando la inviabilidad de elegir por voto popular a los impartidores de justicia. De inicio, toma como ejemplo el Primer Circuito Federal.
En esta circunscripción –nos informa- se elegirían 352 posiciones, entre ministros, magistrados y jueces. De los candidatos para cada una de las categorías –en un ejercicio hipotético, pero bien cercano a la realidad-, aparecerían 2,088 nombres en la papeleta, cada uno con su perfil curricular para que los votantes decidan por el mejor juzgador. Considerando -dice Cossío- que en la CDMX la lista nominal de electores, en números redondos, es de 7 millones 765 mil votantes, se tendrían que imprimir ¡más de mil millones 300 mil boletas! Ello es así -nos dice el jurista- porque debe haber una papeleta para la Suprema Corte, una para el tribunal disciplinario Judicial, una para la Sala Superior Electoral, una para la Sala Regional de dicho Tribunal, con al menos 10 candidatos para cada categoría y una para cada uno de los 165 órganos jurisdiccionales federales de este Circuito, con no menos de 6 candidatos.
Cuando calcula las cifras para el ámbito de la CDMX (que también debe considerarse, según el artículo 122 constitucional), los cargos a elegirse se incrementan a 452 funcionarios y el número de boletas a imprimir llegaría ¡a más de 3 mil millones, dando a cada elector 404 boletas, a depositar en igual número de urnas!
Pero este escenario no es más que el principio del proceso, ya que el exministro prevé cómo sería la jornada electoral: el elector procedería a elegir uno de los nombres de cada boleta, analizaría los candidatos a juez, primero, en materia administrativa del primer Circuito; seguiría con los de materia penal, civil y laboral, y el mismo proceso para los distintos tribunales de cada una de las materias señaladas. Marcadas cada una de las 169 boletas federales y 404 locales, depositará una por una en la urna correspondiente, una fila de algo así como 573 cajas.
Sin pretender el maestro Cossío ocultar que toma los ejemplos más extremos (Circuito-CDMX), procede a calcular entidades menos pobladas, como Nayarit y Tabasco, en donde las cifras -toda proporción guardada- alcanzan también cantidades exorbitantes. Por cierto, la base de cálculo de los cuatro ejemplos de los circuitos judiciales analizados, son pulcros y aritméticamente lógicos. Aquí los he omitido por economía de espacio, pero obran en el documento original.
Volviendo al tema central, el análisis señala otros problemas de gran calado. Por ejemplo, el reclutamiento de representantes y escrutadores de cada candidato; el desahogo de las denuncias que se presenten (habrá, obvio, más perdedores que ganadores); la adecuación geográfica de los Distritos Electorales a los Circuitos Judiciales (no todos coinciden); el control del financiamiento (aunque el crimen organizado ya se está frotando las manos); otro problema es el umbral de votos mínimo para ocupar un cargo ¿Podrá un candidato a magistrado ganar con un solo voto? Finalmente, habrá que multiplicar estos problemas operativos por cada una de las entidades federativas que habrán de replicar el ejercicio para designar por el voto popular a su respectivo poder judicial ¿Se imagina?
No se me escapa -como a José Ramón Cossío tampoco- el problema de fondo como es el imperativo constitucional de conservar la división de poderes y la independencia del Poder Judicial, pero aquí no es el lugar ni el centro de nuestra atención. Es cierto que la noción de la democracia directa, el pueblo votando las decisiones en la plaza pública, como alguna vez la practicaron griegos y romanos en el ágora y el forum, fueron un bello sueño, aunque superado por la democracia moderna representativa, el parlamentarismo y la división de poderes.
Hoy como siempre, los sueños tienen más magia que razón, y siempre podrán convertirse en pesadilla, más aún si se aplican a la política. Convocar al pueblo en estos días para que de manera directa elija a los juzgadores que garanticen una impartición de justicia pronta y expedita, apegada a la letra y espíritu de las leyes, es convocar a las apetencias y creencias que en su mayoría no conocen una de las profesiones -junto con la medicina- más complejas y antiguas de la Historia, como es la abogacía. Tan errada puede ser la decisión -recordemos-, que hace veintiún siglos Pilatos preguntó a la multitud a quién debería liberar de la crucifixión, a Jesús o a Barrabás. El pueblo por aclamación pidió clemencia por Barrabas, y la muerte para Jesús. De nuevo, hoy estamos a punto de cometer otra barrabasada.
No sabemos si la próxima vez que acudamos a un tribunal a pedir justicia, el encargado de tan noble función sea un Hammurabi, un Salomón, un Sancho o un Pilatos. El azar, la fortuna, la casualidad o el mal fario decidirán si mi demanda de justicia está apegada a Derecho.
Recuerdo la historia de, cuando le preguntaron a un político mexicano de la vieja guardia, que cómo se elegía a los presidentes en México, esta fue su respuesta: “Mire usted, la política mexicana es muy compleja y tiene rasgos que sólo los mexicanos entendemos, así que para qué le explico. Mejor -continuó el entrevistado- le cuento algo que me pareció muy misterioso en un juego de cartas que presencié en un remoto pueblo africano. Resulta que cuatro lugareños se repartían la baraja y ponían una cantidad de dinero al centro. Ninguno tocaba las cartas, sólo las observaban. De pronto, uno de ellos se llevaba toda la apuesta. Intrigado, les pregunté si se trataba de algo mágico o de una percepción extrasensorial. “No -me contestó uno de los jugadores-. Aquí no conocemos los números ni el valor de las figuras de cada carta. Simplemente las repartimos y a la primera que se le para la mosca, ¡ese gana!”. Como vemos, no había magia ni ciencia, sólo casualidad.
Es posible que un futuro no muy remoto, la vigencia de nuestros derechos se los debamos, no a los hombres sabios y justos, sino a la casualidad.
En cuanto a si las reformas al Poder Judicial van o no van, mejor tome sus precauciones… ¡por si las moscas.!