Muy a la moda de los gobiernos latinoamericanos a mediados del siglo XX, Venezuela tuvo sus dictaduras militares, entre ellas la de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), conviviendo con la del colombiano Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), en un “florido” escenario, con Miguel Ydígoras en Guatemala (1958-1963) y la inevitable dinastía somocista en Nicaragua (1936-1979).
Más los gorilatos sudamericanos: Brasil, de Castelo Branco a Figuereido (1964-1985), Bolivia y gobiernos militares, entre otros el de Hugo Banzer, que en 1965 capturaron y fusilaron al Che Guevara, Paraguay con Alfredo Stroessner (1954-1989), Uruguay, de Bordaberry a Rafael Addiego (1973-1985), Morales Bermúdez en Perú (1975), Argentina, de Videla a Bignone (1976-1983) que, después de la vergonzosa guerra de las Malvinas, retorna a la democracia de la mano de Raúl Alfonsín. Y, ¡por supuesto Augusto Pinochet en Chile! (1973-1990).
Concluyo la brevísima reseña de dictaduras latinoamericanas en el siglo XX con las de izquierda: Cuba, desde 1959 y Nicaragua, bajo la presidencia de la República en manos de Daniel Ortega -y su esposa Rosario Murillo, esotérica y farsante- desde 2007, pero, como señala una reseña de internet, con 26 años en el poder, sumada la totalidad de sus gestiones como jefe de Estado.
En cuanto a México, la “dictadura perfecta”, según la bautizó Vargas Llosa, nos libró en el mismo período y en lo que va de este siglo, de dictaduras militares, a cambio de válidos pactos políticos, algunos no exentos de corrupción. Veremos que sucede con el nuevo gobierno en vísperas de asumir.
Respecto a Venezuela después de Pérez Jiménez, entró en un período de gobiernos democráticos. Dejando, además, el dictador, una Caracas moderna convertida en una metrópolis dispersa y automovilística, atravesada por autopistas y caracterizada por arquitectura modernista. Este legado arquitectónico constituye hoy en día una topografía residual de una Caracas que en los años 1950 se vislumbraba como la capital moderna de América Latina.
Esta ciudad, en la que viví durante un mes en 1965, en reuniones estudiantiles latinoamericanas, fue la capital de un país en el que hacían política principalmente Acción Democrática, de izquierda, entre cuyos líderes destaco a Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez, quien fue víctima de un juicio político por malversación de fondos públicos en 1993. Asimismo, destacó el partido COPEI, la democracia cristiana, más de izquierda que la democracia cristiana europea, pero a la derecha de sus homólogos de Chile.
Esta Venezuela, cuyos gobiernos civiles, no exentos de corrupción, fueron derrocados por Hugo Chávez y la “Revolución Bolivariana”, hoy en manos de Nicolás Maduro, ha hecho, antes de la demagogia bolivariana, aportaciones tan originales y valiosas como la OPEP, para garantizar autonomía y liderazgo de los países petroleros sobre sus industrias, frente a los intereses de empresas extranjera: Legado de Juan Pérez Alfonzo quien fue ministro de Minas e Hidrocarburos en los años 60.
La elección secuestrada
Después de once años sin posibilidades realistas según adversarios políticos y también los expertos, los opositores al régimen, analistas internacionales, venezolanos “de a pie” en su país y en el extranjero -y diríase que incluso gobiernos escépticos otorgaban el beneficio de la duda- exploraron o incluso creyeron en la posibilidad de unas elecciones libres este domingo 28 de julio. Y Caracas y mil sitios en Venezuela y en el extranjero, miles de venezolanos salieron a votar y otros más a esperar, con esperanzas y ansias de celebrar el triunfo de la oposición.
Porque, si bien el régimen había inhabilitado a la carismática líder de la oposición, María Corina Machado -de quien se dice que está muy próxima a la ideología de Vox en España y los aliados más extremistas de Donald Trump- y a Corina Yoris, quien la reemplazaría, la oposición se alineó en pleno con el diplomático Edmundo González Urrutia, como el candidato sustituto, este sí tolerado por el gobierno. Además, para afianzar las esperanzas, la inmensa mayoría de encuestas y el análisis de respetados expertos, daban ventajas amplias, inalcanzables, hasta en 30 puntos porcentuales, a González Urrutia sobre Nicolás Maduro, que contendía por su reelección.
Sin embargo, no había que subestimar el arraigo del movimiento bolivariano, la fidelidad de amplios sectores sociales beneficiarios de ayudas y subsidios -como lo que se vivió en las elecciones mexicanas. Asimismo, el hecho de que el gobierno controla, entre otros organismos, al Consejo Nacional Electoral (CNE), que informa de los resultados de los comicios. Finalmente, el que no haya observadores internacionales fiables: solo fiable, el Centro Carter, tiene muy limitada su capacidad territorial de fiscalización.
Y sucedió lo inaceptable, pero previsible: Información desaseada, incompleta, retrasada, de bloqueo a las comprobaciones intentadas por la oposición, en un contexto callejero de amenazas y hasta violencia, que dio como resultado el triunfo de Nicolás Maduro con un 51.2% de votos frente al 44.2% de Edmundo González Urrutia.
Lo sucedido enajena, por lo pronto, al sector privado del gobierno, pues los empresarios esperaban que un resultado creíble propiciaría acuerdos políticos con el gobierno. Hace temer una nueva ola de sanciones internacionales. Y ciertamente, no es factible que el gobierno de Biden cancele las sanciones económicas contra el país. Es previsible, por otro lado, una nueva oleada migratoria -los dramáticos datos revelan que uno de cada cinco venezolanos ha emigrado durante la última década.
Las reacciones de personalidades, gobiernos y organismos internacionales no se han hecho esperar:
Como era de preverse, China, Cuba, Nicaragua, Bolivia, etc., han expresado su apoyo a Maduro y lo informado y resuelto por las instancias electorales del gobierno. Pero el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, ha exigido “transparencia total” en la información. Asimismo, el Centro Carter y la OEA han cuestionado la información y lo resuelto.
Argentina, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay, han exigido “la revisión completa de los votos, en presencia de observadores electorales independientes”.
Es muy importante y ha sido ampliamente comentado en los medios y entre los expertos, que Colombia, Chile y Brasil, gobiernos de izquierda, han cuestionado, “apoyándose en los sondeos previos a la elección y a pie de urnas, que -subrayan- anunciaban una ‘marea’ a favor de la oposición”.
Los expertos y comentaristas hablan de la posición “sorprendentemente fuerte” de Lula contra Maduro, al decir a los periodistas, hablando del mandatario venezolano, “cuando pierdes te vas”. Al tiempo que envió a Celso Amorim, su principal asesor de política exterior a Caracas, sin que hasta el momento el brillante asesor haya dado “señales de vida”.
Falta por expresarse la posición de México, que el presidente sigue sin expresar. Lo que resulta interesante es el comentario de Jorge Castañeda al respecto, quien afirma “que el fin del régimen de Maduro entrañaría severas consecuencias para la dictadura cubana, que México se vería forzado a sustituir a Venezuela como proveedor eterno de todo, a un país que ya no produce nada. Sacrificar a Maduro implica abandonar a Cuba o hacerse cargo. Pero separarse de Brasil y de Colombia, si Maduro no sube las actas, significa quedarse solo en la región con Cuba, Nicaragua, Honduras y Bolivia, y en el mundo con Irán, Rusia y China”.
Además de que -continúa diciendo Castañeda- “Sheinbaum irá seguramente al G-20 en Brasil en noviembre, y otras cumbres regionales a fin de año y en 2025. ¿Querrá ir aislada, o en compañía de Irán y Corea del Norte?”