El 4 de agosto, esta revista publicó mi artículo “Venezuela secuestrada”, en el que me refería a la información de las autoridades electorales venezolanas declarando que el presidente Nicolás Maduro había sido reelecto en los comicios del 28 de julio. Una declaración que no se sustentaba en prueba alguna, contradecía encuestas de prestigio y los sondeos previos a la elección y a pie de urnas, y fue desconocida por múltiples gobiernos de América Latina, Estados Unidos, países de la Unión Europea y la propia Bruselas, entre otros.

Venezolanos “de a pie”, en el país y en países extranjeros -Colombia, España, México, etc.- expresaron su desacuerdo con la información. Además, los principales gobiernos latinoamericanos de izquierda -como Brasil- exigieron las actas de las votaciones, que todavía hoy no hace públicas el Consejo Nacional Electoral (CNE), y, ante esa situación, Chile desconoció los resultados, Colombia y Brasil propusieron diversas fórmulas de avenimiento entre gobierno y oposición y México optó por hacer y no hacer.

El resto de gobiernos latinoamericanos de izquierda, los irrelevantes y alguno vergonzante: Cuba, Nicaragua, Bolivia, Honduras, reconocieron el triunfo de Maduro. Como también lo han reconocido, en este juego de influencias y provocaciones, Rusia, su aliada, China y otros gobiernos del antiguo “Eje del mal” –remember Bush en 2002, condenando a Irak, Irán y Corea del Norte.

Todavía el 4 de agosto quienes analizaban opciones de solución a la controversia postelectoral, como el prestigioso grupo de expertos españoles de POLÍTICA EXTERIOR Y DE EL ORDEN MUNDIAL EOM, celebraban los esfuerzos de Brasil, sobre todo, y de Colombia en la búsqueda y propuesta -y hasta la presión de Lula, el mandatario brasileño- de soluciones al impasse provocado por el irreductible desacuerdo entre lo declarado por el gobierno, de que Maduro se había impuesto por el 51.2 por ciento de votos frente al 44.2 por ciento de Edmundo González Urrutia, el candidato opositor y lo que sostenía la oposición, mostrando copias de las actas, de que González Urrutia estaría derrotando a Maduro por una diferencia de hasta 30 por ciento.

Los analistas de POLÍTICA EXTERIOR y EOM expresaban optimismo respecto a la influencia de Lula, sobre todo, y de Petro el mandatario colombiano, para lograr que Maduro cediera el poder a cambio de una amplia amnistía para él y la cúpula chavista. Una fuerte presión de ambos mandatarios, que parecía más factible ante la amenazante posibilidad del retorno de Trump a la Casa Blanca.

Hoy, sin embargo, la situación ha cambiado y, para empezar, no hay optimismo entre los mencionados analistas sobre la influencia y eficacia de Brasil y Colombia, cuya propuesta de repetir las elecciones fue rotundamente rechazada por Maduro -y también por la oposición venezolana. México, por cierto, aceptó el dictamen final del Tribunal Supremo venezolano, que avaló el fraude electoral.

A propósito del fraude, el NEW YORK TIMES del 26 de agosto informa que el rector del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, Juan Carlos Delpino, denunció “irregularidades” durante los comicios presidenciales del 28 de julio, con lo que, a su juicio, se perdió confianza en la integridad del proceso, así como en los resultados anunciados, que dieron como ganador a Nicolás Maduro.

Hoy en efecto, Brasil -y Lula- que el 4 de agosto era considerado de influencia significativa sobre el presidente y gobierno venezolano, pasó a ser “un mero espectador” -el informe, del 26 de agosto, de POLÍTICA EXTERIOR cita a Oliver Stuenkel, analista político y profesor en la Fundação Getúlio Vargas, quien escribe en America’s Quarterly que Brasil tiene en Asunción y La Paz una cierta influencia pero que en Caracas es un “mero espectador”.

Aunque ello no tiene que significar el que Lula y Petro -Brasil y Colombia- abandonen sus esfuerzos de mediación. De hecho, Celso Amorim, el famoso, eterno asesor de Lula en política exterior sigue sobre el tema y sostiene, entre otras cosas, que, si ambos candidatos, Maduro y González Urrutia están seguros de haber ganado la elección, una forma de superar el impasse es una nueva elección, que sería en realidad -subraya- como una segunda vuelta. Y claro, afirma el brasileño: “nosotros no podemos reconocer la victoria del presidente Maduro sin ver las actas”.

Mientras los gobiernos, unos lisa y llanamente condenan al régimen venezolano, otros lo cuestionan, otros más lo apoyan y no faltan los muchos que voltean a otro lado o n se interesan en lo absoluto, el escenario nacional es de tensiones y violencia: Maduro y el gobierno “se atrincheran”, pasando página y jugando a la normalidad: el presidente hace cambios en el gabinete, algunos cosméticos, pero otros clave, como el de Diosdado Cabello, de larga trayectoria, desde la época de Hugo Chávez y hoy, nuevamente con el cargo de Ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, para retornar insolente y amenazante.

El gobierno, además, hostiga a los dirigentes de la oposición: a González Urrutia le ha exigido presentarse personalmente ante la autoridad y lo acusa, entre otros delitos, de “conspiración” por publicar en una web las actas que desmontan la versión oficial de los resultados electorales y avalan el triunfo del propio González Urrutia.

Por supuesto, ni este ni María Corina Machado, la carismática opositora que el régimen vetó como candidata presidencial, se presentarán ante la autoridad, temerosos, justificadamente, de que se les encarcele. Como ha sucedido con periodistas, una docena por lo menos. María Corina y González Urrutia están bien guardados en lugar seguro y solo se hacen presentes en manifestaciones de la oposición y protegidos por sus partidarios.

Como está sucediendo este 28 de agosto, mientras escribo el presente artículo y aparecen en Internet fotos de María Corina, llegando en un camión de redilas, acompañada de una multitud al sitio donde inició una marcha de protesta contra el gobierno. Bajo el lema “acta mata sentencia”, en referencia a las muchas detenciones -miles- anunciadas por el gobierno y registradas por organizaciones no gubernamentales.

La atmósfera social es insoportable: 1674 presos políticos, según datos del Foro Penal Venezolano y 2400 personas detenidas arbitrariamente, denuncia la ONG Provea. Con la presencia de grupos chavistas, muchos de choque, en todo lugar donde pueda haber grupos de ciudadanos -incluso sin intenciones de manifestarse políticamente- a los que acosan y amenazan con su sola presencia: son la conocida “Furia Bolivariana” chavista, hoy pro Maduro, que resguarda la revolución bolivariana -declaran.

También, como es obvio, protegen al régimen los militares. En las calles y en el gobierno, del que forman parte, y, casi diríase, constituyen su columna vertebral. Al fin y al cabo, Hugo Chávez era militar y hay que tener presente, por ejemplo, que el general Vladimir Padrino López, general en jefe del Ejército Bolivariano, que asumió el cargo de ministro de Defensa desde octubre de 2014, hace casi una década, tiene unos 200.000 militares de carrera y cerca de dos millones de milicianos bajo su mando. Por cierto, la líder opositora María Corina Machado intenta, hasta ahora sin éxito, obtener apoyo de los militares, sugiriendo que Maduro y el régimen están condenados a muerte.

Asimismo, Padrino sostiene, con Maduro, que el no reconocimiento del triunfo de este no es otra cosa que el intento de un golpe de Estado “de carácter fascista y contra-revolucionario; y que la derecha está apostando a un quiebre dentro del gobierno que obligue al presidente a negociar su salida.

Queda por comentarse, primero, que el presidente Daniel Ortega, de Nicaragua ha criticado con violencia y grosería, a Lula y Petro porque no están aceptando el triunfo de Maduro. Ha dicho: “La forma en la que se ha comportado Lula, ante la victoria del Presidente legítimo de Venezuela es una forma vergonzosa, vergonzosa, repitiendo las consignas de los yanquis, de los europeos, de los gobiernos arrastrados de América Latina”, y similares insultos lanza al mandatario colombiano.

Mientras, para mayor indignidad, los analistas internacionales equiparan el régimen de izquierda venezolano al de la izquierda, vergonzante, de Nicaragua, Cuba ¿y Bolivia y Honduras? Y no con la izquierda brasileña, chilena, colombiana ¿y mexicana, de Sheinbaum?

Último comentario: la única salida a la crisis postelectoral venezolana tendrá que pasar por el diálogo y Amorim lo sigue intentando, con el mandato de Lula. ¿Asumirá, el México de Sheinbaum, un papel activo y brillante, como el que tuvo, por ejemplo, en los 80 con el Grupo Contadora a favor de la paz en Centroamérica, en los 60 defendiendo a Cuba, solo, frente a Estados Unidos y gobiernos, unos rastreros y otros timoratos de América Latina?