Son parte habitual del contenido que se difunde a través de redes sociales, compartidos con amigos, familiares o compañeros de escuela o trabajo, a veces cientos de veces cuando no miles de ocasiones según el momento que vivimos, para unos inofensivos, en tanto que para otros muestran una cierta intencionalidad cuando tocan temas polémicos o políticos.
Nos referimos a los famosos memes.

La primera definición que se tiene registrada de este tipo de contenido viene de 1976, cuando el biólogo evolutivo Richard Dawkins apuntó que se trataba de una unidad de transmisión cultural que cumple un papel similar al que tiene un gen en la evolución biológica. En su obra Error 404, preparados para un mundo sin Internet, la autora Esther Paniagua agrega que se trata de “un producto que se reproduce rápido –por imitación– en una determinada cultura”.
La autora refiere que proviene del griego mimema, que significa “cosa que es imitada”, y que mediante ellos el argumento se realiza “a través de la ausencia de la premisa o conclusión”.
También alerta por su uso como arma de desinformación por su atractivo para muchas personas que atienden, principalmente, su carácter lúdico.

Se trata de un formato que no exige demasiado esfuerzo para quienes lo ven y uno de los que mejor se ha adaptado a las pantallas de nuestros smartphones.
Los memes han motivado estudios e investigaciones en las que se trata de probar distintas teorías acerca de su uso en una sociedad dominada por las redes sociales, mientras los usuarios de las mismas se entretienen compartiendo todos los que llegan a sus pequeñas pantallas.
Y tú, ¿cuántos compartes al día, también le dices Guillermes para hacerte notar?

