Hecha a un lado la tentación de comentar el debate de Vance y Walz, candidatos republicano y demócrata a la vicepresidencia de Estados Unidos, descafeinado e irrelevante, comentaré la guerra infame de Israel de Netanyahu contra víctimas, y contra culpables como Hamás, Hezbolá e Irán. Una ofensiva cuyos hechos de “última hora” son el descabezamiento de Hezbolá -el “Partido de Dios”- criatura de Irán en Líbano, la invasión israelí a este país y la respuesta de Teherán lanzando casi doscientos misiles balísticos contra la capital Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades.

Muchos de estos fueron abatidos por el sistema de defensa israelí Cúpula de Hierro, además de que el ejército estadounidense tenía la orden de Biden de derribarlos. Aunque no pocos de los misiles superaron las defensas antiaéreas y alcanzaron zonas residenciales.

Ya que hablamos del descabezamiento de Hezbolá, recuérdese la noticia de que decenas de personas murieron y miles resultaron heridas en Líbano luego de que aparatos buscapersonas (también conocidos como beepers o pagers) y walkie-talkies que eran utilizados por miembros de la milicia armada de Hezbolá explotaran. Al respecto, The New York Times informó que tales aparatos fueron fabricados en Taiwán y, presumiblemente se les colocaron mecanismos explosivos al salir de fábrica. Y, desde luego, es de atribuirse a la Mossad israelí estar detrás de este diabólico proyecto.

Estos enfrentamientos entre Israel e Irán, que amenazan incendiar a todo Medio Oriente con una guerra, son, en primera instancia secuela de los ataques del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás, partido gobernante de los palestinos en la franja de Gaza, su tierra, pero donde viven casi como refugiados, en un ataque sorpresivo y mortífero a Tel Aviv, con bombas, mató a 1200 inocentes -dato del ministerio de Relaciones Exteriores israelí- hirió a otros 1000 y tomó 239 rehenes que, supuestamente, canjearía por presos palestinos.

El ataque de Hamás, grupo calificado con toda justicia de terrorista, dio lugar a la respuesta de Israel, desproporcionada y, en consecuencia, criminal, que ha producido más de 40,000 víctimas mortales, otros miles de heridos y la destrucción de viviendas y otras infraestructuras urbanas.

Israel no ha cejado en su violencia: asesinó en Teherán, donde se refugiaba, a Ismail Haniya, líder de Hamás y a Hasán Nasralá, jefe de Hezbolá, en Beirut, donde tiene sede; y sin esperar reacción ante tales asesinatos, se lanzó lisa y llanamente contra Irán, dirigiéndose además Netanyahu a la población iraní, para anunciarle que “se liberaría de su gobierno, mucho antes de lo que piensa”. Los israelíes, además, han expandido sus operaciones por otros espacios de Medio Oriente: El pasado domingo lanzaron un ataque aéreo en Yemen contra los hutíes, aliados de Irán y de Hamás. Aunque hay que señalar que dos días antes los hutíes habían atacado el aeropuerto de Tel Aviv, cuando llegaba Netanyahu de Nueva York.

Se ha dicho, sin embargo, que Israel lleva a cabo una operación “limitada, localizada y selectiva”, contra objetivos de Hezbolá en la zona fronteriza, para acabar con su infraestructura. Sin embargo, las precedentes ocupaciones de Líbano y Gaza -tres guerras en los últimos 76 años- apuntan a lo contrario. “Estamos ganando”, dijo, además, triunfalmente, Netanyahu la semana pasada, y de ahí su determinación de seguir por la vía militar para expulsar a Hezbolá del sur de Líbano y “crear una zona segura que garantice el regreso a casa de los 60.000 israelíes desplazados de sus poblaciones en el norte del país”. Claro que la gran víctima de esta nueva tragedia es el pueblo libanés.

¿Qué hay detrás de la guerra?

Para Irán, dicen los expertos, su guerra es simplemente disuasiva, como respuesta “armada” al asesinato de los líderes a la cabeza de Hamás, pero sin cruzar las “líneas rojas”, consciente de que la falta de reacciones en la región ante la invasión de Líbano por parte de Israel, muestra la supremacía del Estado hebreo y el aislamiento del Régimen de los ayatolás. Aunque, contrario a la indiferencia de sus gobiernos, las poblaciones árabes sí celebraron eufóricas las acciones bélicas de Irán y son, además, apasionadamente pro-palestinas.

Por otra parte, Irán está interesado en que se reviva el pacto nuclear con los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Reino Unido, más Alemania, que Trump echó abajo al desvincular a Washington, pero que, de ganar Kamala Harris las elecciones y con un presidente “moderado y reformista” en Irán, el cirujano cardiólogo Masoud Pezeshkian, es factible revivir.

Durante su campaña, Pezeshkian aseguró que buscaría llevar adelante “negociaciones constructivas” con las potencias occidentales sobre la renovación del mencionado acuerdo nuclear de 2015, en el que Irán acordó frenar su programa nuclear a cambio de un alivio de las sanciones occidentales.

Es interesante, asimismo, señalar que Pezeshkian, a pesar de que en Irán el “Señor del Gran Poder” es el líder supremo, ayatolá Alí Jamenei, ha ofrecido a las mujeres que la temible policía de la moral hostiliza cuando salen a la calle sin velo y es responsable de la muerte de la joven Masha Amini, de 22 años, aprehendida por no cubrirse la cabeza, no volverá “a molestarlas”.

Para Israel, habría que empezar diciendo: para Netanyahu la guerra es, eternizarse, glorioso, mesiánico, como primer ministro y continuar librándose de persecución penal por corrupción y otros delitos. El Estado hebreo, bajo la conducción de Bibi, dará rienda suelta a los peores excesos de un buen número de sus nacionales para apropiarse de las tierras de los palestinos.

Por consiguiente, no podrá existir el Estado palestino que, conforme a resoluciones de Naciones Unidas supuestamente aceptadas por Israel, debería crearse y convivir “en paz y armonía” con el propio Israel. Un Estado cuya creación es apoyada ya por un buen número de Estados.

Masoud Pezeshkian

En estas circunstancias, los palestinos sobrevivirán, algunos, como ciudadanos de segunda, en Israel, en una suerte de “batustanes”, las reservas tribales de habitantes no blancos en la Sudáfrica pre Mandela. Sin el menor apoyo y sufriendo del desinterés de otros países árabes que han aceptado los llamados Acuerdos de Abraham que Donald Trump -en realidad su yerno judío Jared Kushner, amigo influenciado por Netanyahu- ideó con vistas al establecimiento de relaciones de los países árabes con Israel.

Acuerdos que, felizmente han dado lugar a que Emiratos, Baréin, Sudán y Marruecos reconozcan y establezcan -o restablezcan- relaciones diplomáticas y de toda índole con el Estado hebreo. Pero que, lamentablemente han hecho que los países árabes se desinteresen de sus hermanos palestinos. Para satisfacción de Netanyahu.

Por cierto, la mutua intención de Netanyahu y del príncipe Mohamed Ben Salem (MS), de Arabia Saudita establecieran relaciones diplomáticas, sería la causa del ataque criminal de Hamás a Israel, que dio al traste con dicho proyecto.

La guerra y violencias siguen, la ONU condena y al mismo tiempo hace esfuerzos heroicos para acercar a contendientes y propiciar la paz. El secretario general Antonio Guterres trabaja incansablemente en ello, a pesar de que Israel lo ha declarado “persona non grata”, por condenar lo condenable de las acciones de Tel Aviv.

El “amigo americano” de Israel tendría en sus manos hacer presión contra sus excesos bélicos. Pero si Biden ha sido tolerante al exceso con Tel Aviv, si Trump gana las elecciones, será su cómplice. ¿Y Kamala Harris? No será, por supuesto feroz crítica, aunque quizá se decida a hacer una discreta presión, eficaz. Así lo exigen los importantes e influyentes núcleos de norteamericanos musulmanes y pro-palestinos, entre los que abundan los electores jóvenes.