En su toma de posesión como presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo rindió un emotivo discurso cargado de halagos hacia el presidente saliente, destacando su legado y el proyecto de la famosa transformación.
Sin embargo, detrás de esos halagos se percibe un mensaje claro y calculado: el poder ha cambiado de manos. Usando el paralelismo con el discurso de Marco Antonio en “Julio César” de Shakespeare, Sheinbaum, a través de sus elogios, afirma su propio liderazgo, dejando en claro que ahora es ella quien ejercerá el poder.
En su discurso, reconoce y celebra los logros del expresidente, resaltando programas como la pensión para adultos mayores, las becas para estudiantes y el “modelo humanista” que ayudó a reducir la pobreza en México. Estos halagos fueron diseñados para mantener la imagen del presidente saliente como el gran reformador que transformó el país.
De forma similar a Marco Antonio en Julio César, quien repetidamente alaba a Bruto llamándolo “hombre honorable”, Sheinbaum utiliza el elogio para honrar públicamente a su predecesor, mientras con el paso de los minutos ha asumido el mando.
Como en Julio César, estos halagos ocultan un mensaje más profundo: el liderazgo ha cambiado de manos, y ahora es ella quien tomará las decisiones. Los elogios públicos sirven para suavizar la transición del poder, pero el mensaje implícito es que el sexenio es suyo, de nadie más. Ingenuos quienes crean lo contario.
Este movimiento estratégico de Sheinbaum busca legitimar su poder sin alienar a la base de apoyo de López Obrador, tal como Marco Antonio utilizó sus elogios para ganarse la confianza de la multitud romana antes de afirmar su propia posición. Mientras refuerza el legado de su predecesor, Sheinbaum está, en realidad, estableciendo que la visión que guiará a México será la suya, no una simple continuación automática del gobierno anterior, aunque así lo haya prometido en campaña, total, prometer no empobrece.
Conforme avanza el discurso, Sheinbaum empieza a marcar sutilmente su distancia del presidente saliente, aunque lo hace con respeto. Al hablar sobre las políticas futuras que implementará su gobierno, como la reforma judicial, la pensión para mujeres de 60 a 64 años y las políticas ambientales, deja claro que, si bien respetará el legado, su gobierno tendrá su enfoque y de nadie más.
Los elogios, aunque sinceros, son una herramienta política para preparar el terreno de lo que será su administración, con sus propias prioridades y proyectos.
El primer mensaje de ruptura llega cuando la presidenta Sheinbaum aborda las energías renovables. Mientras que López Obrador durante su mandato las criticaba abiertamente —en un momento llegando a decir que los aerogeneradores “le robaban el oxígeno a la gente”— Sheinbaum toma un rumbo diametralmente opuesto.
Al resaltar la urgencia del cambio climático y la necesidad de adoptar energías limpias, se distancia con firmeza del discurso retrógrado de su predecesor, quien se aferraba a una narrativa donde el petróleo y las energías fósiles seguían siendo el futuro de México. Es una ruptura notable, casi una discreta patada bajo la mesa.
Sheinbaum no solo muestra su liderazgo, sino que también manda un mensaje claro: el gobierno le pertenece y se posiciona por encima del presidente saliente, dejando atrás las supersticiones, majaderías e inútiles mitos del pasado.
Esta situación evoca otro error clásico en la literatura: el de El Rey Lear de Shakespeare. Lear abdica el trono creyendo que seguirá detentando el respeto y la autoridad que su corona le daba, pero pronto descubre que, al renunciar formalmente al poder, también pierde el control sobre sus hijas y su reino.
En este caso, López Obrador, como Lear, podría esperar que su influencia perdure, pero ella ha dejado claro que el poder efectivo y las decisiones ya no le pertenecen. El mensaje es claro: aunque la transición fue respetuosa, el poder ha cambiado de manos, y ahora es ella quien tiene la última palabra.
La pregunta final que deberíamos hacernos es, ¿en serio la clase política vigente va a seguir enviándole un mensaje de WhatsApp a López Obrador ahora que ha dejado el cargo, en lugar de mandárselo a la presidenta Sheinbaum?
Es casi cómico imaginar a los líderes de México titubeando al momento de abrir su teléfono, dudando si es mejor escribirle al hombre que solía ser el centro del poder, pero que ahora está obligado a retirarse, que a la mujer que ahora tiene literalmente la banda presidencial sobre sus hombros, al ejército, la hacienda pública y la representación diplomática real.
Es como si los cortesanos de un reino creyeran que enviarle un mensaje al rey destronado seguiría dándoles favores, ignorando que la corona ya ha sido colocada en la cabeza de la nueva soberana.
Esta confusión no es nueva en la historia ni en la literatura. En Don Quijote de la Mancha, el célebre caballero vive en su propia fantasía, creyendo que aún es un caballero con poder, enfrentando molinos de viento como si fueran gigantes, mientras los demás saben bien que el mundo ya ha cambiado.
Este Don Quijote mantendrá algunos seguidores ingenuos aún convencidos de que él es quien manda, mientras los “molinos” reales de poder ya están siendo controlados por la presidenta. Solo que, en esta versión moderna del Quijote, los “molinos de viento” son los aerogeneradores que López Obrador despreciaba, y que ahora Sheinbaum está impulsando como símbolo de una nueva administración.
Entonces, la próxima vez que algún diputado o senador, los líderes de las bancadas, los secretarios de estado o los presidentes de los partidos del oficialismo, se vean tentados a escribirle un mensaje a López Obrador, más le vale asegurarse de que no haber copiado mal el número de contacto de la presidenta, porque en la política, el poder real siempre responde primero, es violento y puede ser brutal.
¿O acaso preferirán hablarle a una sombra del pasado, cuando el futuro de México está en otras manos? El tiempo —y las conversaciones de WhatsApp— lo dirán.
@DrThe