La reciente semana en la que se discernieron los históricos galardones anuales que Alfred Nobel heredó desde 1895 a la humanidad, se registra como algo memorable en los anales de la cultura universal. De las seis distinciones que eligió el inventor sueco, en esta ocasión sobresalieron la correspondiente a Literatura y al de la Paz. En esta columna me constriño al segundo porque su concesión se realiza en los momentos que varias partes del planeta sufren el mal endémico que atosiga como una maldición bíblica a los seres humanos desde el principio de los tiempos: homo homini lupus (el hombre es el lobo del hombre). La guerra que destruye países completos, por algo se le incluye como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis asociado con el hambre, la peste y la muerte, que un mal día sería el fin de la Humanidad. Que ninguno de nosotros verá.

Los hechos son conocidos por todos. En medio de dos conflictos bélicos —ambos de larga data—, el enfrentamiento de Israel con varios de sus vecinos árabes, y la invasión  del ejército ruso en Ucrania, que en el pasado ha conocido varios episodios, así como ha sucedido en el Medio Oriente, y la nada remota posibilidad de que pueden salirse de control, más aún de lo que ya ha sucedido en días recientes, y que alguien “iluminado o no”, jale el gatillo de un arma nuclear, la decisión de conceder el Premio Nobel al grupo  Nijon Hidanko, fundado en 1965 para contar la historia de los supervivientes del estallido de las bombas (hibakusha) lanzadas por el ejército de Estados Unidos de América sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en el año 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, y presionar por un mundo sin armas nucleares se ha tomado como un claro mensaje a favor de la Paz mundial.

Gracias a esta entrega, los hibakushas —y los miembros del jurado sueco que discierne anualmente los Premio Nobel—, esperan que esto ayude a difundir las gravísimas consecuencias de la tragedia que provocó el artefacto atómico. Jorgen Watne Frydnes, presidente del comité noruego que selecciona al ganador de premio de la Paz—galardón que se incluyó en la lista de los reconocimientos que eligió Alfred Nobel en su testamento después de su muerte—, aclaró que la distinción se concedió en un momento en que “el tabú contra el uso de armas nucleares está bajo presión”.

Las circunstancias internacionales del momento son difíciles, es cierto, pero no menos cierto es que no es esta la primera ocasión que el Comité del Nobel de la Paz reconoce los esfuerzos por erradicar las armas nucleares. Hace muchos años, cuando México contaba con una política exterior profesional y seria, tenía un lugar preponderante en las discusiones antinucleares de la ONU, ahora, la 4T no cuenta con reconocimiento internacional en la materia.

Otros países, como Rusia y sus estrategas, aprovechan el momento y hacen algunos movimientos de ajedrez durante algunas discusiones en los foros que ofrece “…la casa de cristal”, como llamaba acertadamente el inolvidable periodista español Ovidio González Díaz (Ovidio Gondi) a la sede del organismo mundial en Nueva York. Así las cosas, hace más o menos un mes, el dirigente ruso Vladimir Putin, anunció un cambio en la doctrina nuclear de su país con el objetivo de desalentar a Occidente de permitir que Ucrania ataca a Rusia con armas de largo alcance. También pareció reducir significativamente el umbral al posible uso del arsenal nuclear ruso. Infortunadamente estas decisiones del mandatario ruso no son más que movimientos de distracción del Kremlin.

La entrega del Nobel de la Paz a los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki es relevante, pero no deja de ser otra “jugada internacional”. Por bien de todos debería de ser diferente. La Campaña Internacional para abolir las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), tuvo su buen momento en 2017. Asimismo, Joseph Rotblat, físico nuclear y activista polaco nacionalizado británico galardonado con el Nobel de la Paz en 1995 por su contribución al desarrollo de la Conferencias Pugwash —organización de científicos en un lugar de Canadá, promovidas por el filósofo británico Bertrand  Russell, y por el científico de origen alemán nacionalizado estadounidense, Albert Einstein—, se distinguieron por sus “esfuerzos para reducir el papel desempeñado por las armas nucleares en la política internacional, y a largo plazo eliminar este tipo de Armamento”.

Ahora, Beatrice Fihn, ex directora ejecutiva de la ICAN, abogada sueca recibió en 2017 el Nobel de la Paz y continúa como directora ejecutiva de la campaña antinuclear. En compañía de ejecutivos de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki consideró que premiar a la asociación japonesa fue “bastante emotivo…Los sobrevivientes de las ciudades japonesas donde de lanzaron las bombas son quienes mejor conocen las armas nucleares. Saben cómo se siente, cómo huele tu ciudad arde por el uso de armas nucleares”, abundó.

Cabe incluir en esta ISAGOGE algunos datos sobre las urbes niponas que sufrieron la explosión atómica: Hiroshima es una ciudad y puerto japonés situada sobre la costa meridional de la isla de Chúgoku. Fundada en el siglo en el siglo XVI, cuando recibió el ataque contaba con casi 250 mil habitantes y fue destruida en casi en un 70% por la primera bomba —Little Boy—,  lanzada, el 6 de agosto de 1945, a las 8 horas 15 minutos de la mañana, desde una fortaleza volante estadounidense (la B 29 Enola Gay) que dirigía el coronel Paul Warfield Tibbets: la explosión de la bomba, que se produjo a 300 metros de altitud en el centro de la ciudad lo que causó la inmediata muerte de casi 75,000 habitantes, e hirió a 90,000. En 1989 se estimó que en total 160,000 personas murieron en la explosión y sus secuelas.

Nagasaki, por su parte, Nagasaki otra ciudad y puerto japonés situada en la isla de Kyúshú en el mar de China, cuya fundación se remonta al siglo XVI; fue uno de los primeros centros cristianos del Imperio nipón, donde fueron ejecutados 25 mártires el 5 de febrero de 1597. Después del cierre de Japón a los extranjeros (1639), los comerciantes holandeses recurrieron a la autorización de conservar un sitio para prestar servicios sin previa cita en la pequeña isla de Deshima, donde permanecieron confinados sin poder entrar en la ciudad adyacente. El puerto de Nagasaki fue reabierto a los estadounidenses desde 1854 y para todos los extranjeros desde al año siguiente, en 1895. Durante la Segunda Guerra Mundial Nagasaki fue atacada por la segunda bomba atómica, que causó 40,000 muertos y otro número similar de heridos (9 de agosto de 1945). Al día siguiente Tokio aceptó la paz sin condiciones. El ejército de Estados Unidos de América había triunfado. Una victoria pírrica que hasta el momento sufre la Unión Americana.

Muchos de los sobrevivientes de las explosiones de las dos bombas atómicas padecieron leucemia y otro tipo de cáncer, y efectos secundarios por la radiación. La mayoría de las víctimas en ambas ciudades fallecieron sin recibir ninguna atención médica. Algunos rescatistas que entraron a ayudar tras los bombardeos también perecieron debido a la radiación. Las consecuencias del ataque atómico en las ciudades japonesas no sólo han sido físicas y mentales, sino que ha afectado la moralidad política de a la gran potencia. Hasta la fecha, gran parte de la sociedad estadunidense repudia el ataque. Al respecto, Dan Smith, director del Instituto internacional de Estudios para La Paz de Estocolmo, afirmó: “Es de suma importancia que mantengamos el tabú nuclear y Nihon Hidankyo desempeña un papel crucial en esta tarea”.

En estas circunstancias, el anuncio de premiar a la asociación de supervivientes de Japón se desarrolla en un contexto particularmente delicado, que asola al planeta, tanto en parte de Europa, como en el Oriente Medio como en Sudán. Jorgen Wayne Frydnes, político noruego miembro del Comité Noruego del Premio Nobel, subrayó que “Está muy claro que las amenazas del uso de armas nucleares ejercen presión sobre la importante norma internacional, el tabú de utilizar armas nucleares, al referirse a la retórica rusa acerca del uso de este armamento durante su invasión a Ucrania.

Desde su tribuna, la presidenta de la Comisión Europea (UE), Ursula Von der Leyen, comentó que en un mensaje de la red social X: “Tenemos el deber de recordar. Y un deber aún más grande de proteger a las próximas generaciones de los horrores de la guerra nuclear”.

El tema nuclear es un tópico que preocupa a propios y extraños —es decir tanto a los países nucleares como a los que no cuentan en sus arsenales con ese armamento—; hace un año se concedió el galardón a la activista iraní Narges Mohammadi por su defensa de los derechos de la mujer y la democracia, así como como por su lucha contra la pena de muerte que en varios países árabes es algo común y corriente. Por ejemplo, en lo que va del año, el régimen real de Arabia Saudita ha ejecutado cien personas de todas las edades, pese a la prohibición internacional de ejecutar la pena máxima. Por lo mismo, la prensa internacional califica al régimen saudí como “el principal verdugo del mundo”.

En un año especialmente conflictivo como el que se encuentra en sus últimos días, se especuló con la posibilidad de que el Nobel quedará vacante; de hecho, desde 1901 no se ha entregado en 19 ocasiones. La última vez que quedó acéfalo el codiciado galardón fue en 1972. En 2024 la humanidad se enalteció recordando a los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki.

Cualquier testimonio de los cada vez menos supervivientes del ataque atómico de 1945 en las ciudades mártires de Japón, lanzado desde aviones militares de EUA, es estrujante. No es para menos. En esos dos bombardeos, en dos días, las temperaturas del medio ambiente en las ciudades referidas alcanzaron los 7 mil grados centígrados. Una tormenta de fuego, auténtico infierno terrestre, absorbió el oxígeno del aire circundante y los edificios ardieron, como simples pavesas, a kilómetros de distancia. El Armagedón bíblico del Apocalipsis. No hay palabras para describir tanto horror. El tiempo cura los dolores, puede ser. Y en los últimos días turistas extranjeros y no pocos habitantes japoneses llegaron al parque Memorial de la Paz de Hiroshima, donde la bomba Little Boy estalló con una fuerza equivalente a 15 mil toneladas de dinamita. Los restos de un edificio, designado como zona cero de la bomba maldita, y la estatua de una niña con los brazos extendidos son recuerdos desgarradores de la devastación que dejó el artefacto atómico.

Sumo Ogawa, tenía apenas cinco años de edad el 6 de agosto de 1945, cuando la bomba lanzada por EUA arrasó esa ciudad oriental de Japón. Su madre, una tía y el abuelo paterno murieron en el bombardeo atómico. A los 84 años, este hombre apenas tiene recuerdos, pero con los testimonios de sus seres queridos que sobrevivieron y otros personas ilustran un panorama infernal que nunca debe repetirse.  Miles de japoneses murieron en este holocausto. La bomba no se olvida. VALE.