El mundo está en crisis, es indudable. Sin embargo, al tema que ningún medio de comunicación deja de prestarle la mayor atención en los últimos meses, es a los comicios presidenciales en Estados Unidos de América (EUA). Sorprende la información que conlleva este proceso político. De todo lo que he leído sobre el particular, hay una frase de la comentarista mexicana Gabriela Warkentin que contiene todas las facetas de tan singular suceso: “No sé si Trump gane las elecciones en EUA. Pero lo que sí sé es que allá, del otro lado de la frontera, están debatiendo con el diablo mismo”. La cita no es una exageración. Todo lo que se diga de estos comicios parece poco, cosas diabólicas. O casi.

Lo ideal sería que el sucesor de Joe Biden lograra el triunfo “a la buena”, pero lo cierto es que por lo menos al abanderado republicano eso es algo que no le preocupa mucho. Ya lo demostró en 2020, y si fracasa de nueva cuenta sin duda no se arredrará ante nada. Su estrategia alternativa es minimizar el margen en el Colegio Electoral para enfocar el conflicto postelectoral en uno o dos estados decisivos (bisagra, se les llama) no en seis como debería de ser. De hecho, Trump y su equipo —envalentonados por los resultados de las últimas encuestas que lo emparejan con Kamala Harris, o lo dan como ganador—, han preparado impugnaciones del proceso electoral en varios estados para contar con argumentos que por lo menos no aparezcan inventados de la nada luego del voto como hace cuatro años, agregando persecuciones políticas en contra de funcionarios que no apoyaron sus truculencias de conspiración en la pasada elección presidencial.

En una supuesta derrota —que el magnate rechaza de antemano—, ya tiene lista una campaña ad hoc en consejos electorales de condados claves y en legislaturas estatales para impedir la certificación de resultados adversos antes de la fecha límite del 11 de diciembre próximo. Seguiría el caos, la incertidumbre y la desaparición absoluta de la confianza en el sistema electoral con el propósito de empoderar al Congreso para que allí se emita el veredicto final.

Los pronósticos cada vez son más contundentes. A unas cuantas horas —ya es posible hablar así y no de días, ni de semanas, mucho menos de meses—, de las elecciones más caras y unas de las más controvertidas en la historia de la Unión Americana, es prácticamente imposible arriesgar un pronóstico de resultados creíbles, lo que ejemplifica la locura de este escenario en que es igual de probable el retorno de Trump a la Casa Blanca que el arribo de Kamala Harris como la primera presidenta estadounidense.

Así las cosas, el próximo martes 5 de noviembre cabe la posibilidad de saber quién ganó la elección en EUA. Probable porque siempre es conveniente dejar un margen de indefinición por si estos comicios resultan cerrados e impugnables como lo dicen y repiten infinidad de analistas, lo que derivaría hacia varios días de navegación sin rumbo que nos permita conocer al sucesor de Joe Biden.

La generalidad de los analistas asegura que todo es posible en unos comicios en los que figure el estrambótico magnate, capaz de ponerle fuego o imposibilitar el proceso electoral con su verbo flamígero y venenoso. Guste o no a los votantes estadounidenses y a los simpatizantes de la democracia de la Unión Americana, el sistema de los vecinos del norte presume de ser la más sofisticada del planeta, pese a que en los últimos años del siglo pasado y los que han transcurrido en el XXI, esa democracia se ha vuelto caótica e imperfecta. Propios y extraños saben que el voto popular en EUA está doblegado por el “voto electoral”: no necesariamente gana quien más votos obtuvo en las urnas.

De hecho, lo que más llama la atención de los comicios presidenciales estadounidenses es que el ganador no es quien más votos populares acumule, sino quien sume el número mágico de 270 votos electorales de un total de 538 que componen el llamado Colegio Electoral. Esta cantidad quedó autorizada desde 1958 y desde entonces no ha variado, pese al crecimiento de la población de los vecinos del norte.

Dicho reparto varía según el último censo nacional. Como el censo se actualiza cada década, el reparto que hace el colegio Electoral a cada entidad federativa sirve para dos elecciones consecutivas. En el caso actual, servirá tanto para las elecciones del próximo martes 5 de noviembre como para las elecciones de 2028.

Comparando las elecciones de hace cuatro años, cuando Biden ganó por 306 votos electorales, frente a los 232 que obtuvo el presidente Trump, lo más llamativo del reparto 2024-2028 es que ha habido un importante trasvase de población de estados progresistas hacia estados conservadores.

De tal forma, California continúa siendo la entidad que aporta más votos electorales (44) pero ha perdido uno de los 45 que tenía en 2020. También perdieron un voto cada uno estados poblados como Nueva York (que se quedó con 28), Illinois (19), Pensilvania (18), Ohio (17), y Michigan (15). Todos ellos, aunque algunos por márgenes muy estrechos, dieron la victoria a Biden.

Por otra parte, las entidades republicanas más grandes aumentaron el número de votos electorales: Texas, sobre todo, al pasar de 38 a 40, y Florida, de 29 a 30. Lo mismo sumaron Carolina del Norte (16) y Montana. Y los demócratas, Colorado (10) y Oregón (8). Estas son malas noticias para la dupla demócrata Harris-Walz y buenas para Trump-Vance, ya que 48 estados decidieron que el ganador (aunque sea por un solo voto) se lleva todos los votos electorales de cada estado (“winner takes all”), mientras que sólo dos los reparten de manera proporcional: Maine (11) y Nebraska (5).

La obligación de dividir tan solo 538 votos entre 50 estados da por resultado que entidades muy pobladas resulten infrarrepresentadas, mientras que las entidades menos pobladas, que son la mayoría, estén sobrerrepresentadas. Esta sobrerrepresentación beneficia a los republicanos, ya que casi todos ellos son feudos ultraconservadores, como todos los estados del llamado Cinturón de la Biblia.

Como es de suponer, los últimos días de campaña han sido aprovechados a fondo por ambos candidatos. El martes 29, Kamala Harris reunió a sus simpatizantes en la capital del país cerca del monumento a George Washington, al sur de la Casa Blanca donde aseguró a los demócratas que EUA “no se someterá a la voluntad de un tirano mezquino”. Y enfatizó dos temas centrales de su lábaro preelectoral: la integridad del sistema democrático de la Unión Americana y la economía nacional. Por su parte, Donald Trump viajó al estado clave de Pensilvania para continuar con su argumento de que sólo +él puede “componer a Estados Unidos y salvarlo de manos de la +camarada Kamala+ y la invasión inmigrante.

Harris ofreció —frente a más de 50 mil simpatizantes—, lo que llamó un “argumento de clausura” —refiriéndose a sus años como fiscal general de California y la presentación al concluir un juicio—, después de “presentar la evidencia” durante meses sobre por qué es “tiempo de dar la vuelta la página” a Trump y a trazar un nuevo camino hacia el futuro. Dijo que la alternativa en esta elección es “entre un país basado en la libertad o un país gobernado por caos y división”. Instó a los votantes a ir más allá de la división violenta y “dejar de acusar y empezar a estrechar las manos” para un futuro de responsabilidad compartida.

“Es hora de que EUA rechace los planes de los aspirantes a dictadores y empiece a escribir el siguiente capítulo de la historia más extraordinaria jamás contada”, afirmó la vicepresidenta desde el mismo lugar donde el 6 de enero de 2021 el ex presidente Donald Trump arengó a sus seguidores a “luchar contra el demonio”. El diablo, el demonio, satanás y otras similares, son palabras que aparecen con frecuencia en las reuniones y mítines políticos estadounidenses. No es mera casualidad.

La abanderada demócrata enmarcó sus palabras de campaña como una decisión trascendental entre “si tenemos un país arraigado en la libertad para cada estadounidense” o uno “gobernado por el caos y la división”. Recalcó: “Durante mucho tiempo, EUA se ha consumido con demasiada división, caos y desconfianza mutua, y entonces puede ser fácil olvidar una simple verdad: no tiene por qué ser así”.

Asimismo, la también ex senadora y ex fiscal general de su estado natal, California, ha centrado su mensaje en cuestionar la idoneidad de Trump para la Presidencia, así como en subrayar los peligros que él representa para la democracia estadounidense. Los votantes, aseguró, “no se someterían a la voluntad de otro tirano mezquino”.

Kamala Harris no desperdició el tiempo en su mitin en la capital del país y criticó duramente a su rival por jugar con la política del miedo en materia de migración, y en cambio, situó el tema como un desafío que debe ser resuelto. Respecto a la política exterior, la vicepresidenta se refirió al empresario neoyorquino como una amenaza para todo el país. “Los líderes mundiales piensan que Donald Trump es un blanco fácil, fácil de manipular con halagos o favores. Y pueden creer que autócratas como Vladimir Putin y Kim Jong-un lo apoyen en estas elecciones”, agregó.

Por su parte, como apoyo a la campaña de su compañera de fórmula en la Casa Blanca, el presidente Joe Biden denunció también el martes 29 de octubre el lenguaje racista utilizado durante un mitin de Donald Trump en Nueva York, aunque generó polémica ante la impresión de que llamó a los partidarios de Trump “basura”, lo que provocó reacciones críticas de los republicanos.

El octogenario presidente, comentó, en un mensaje incluido en un video: “El otro día un orador en un mitin republicano llamó a Puerto Rico “isla flotante de basura” (…) La única basura que veo flotando por ahí son sus partidarios, su demonización de los latinos es inconcebible y eso anti estadounidense”. Más tarde, Biden afirmó en la red social X que solo se refería al comediante Tony Hinchcliffe —que fue el que hizo la referencia a que Puerto Rico era “una isla flotante de basura”—, y no a los simpatizantes republicanos en general”.

Poco hemos de vivir para que en ocho días más podamos conocer el nombre del próximo presidente de EUA. VALE.