El tiempo se va muy rápido; en un abrir y cerrar de ojos se nos va la vida, decían los viejos, (a éstos, ahora, se les dice adultos en plenitud). El dicho, que es absolutamente cierto, AMLO no lo conocía; creía que seis años eran eternos. Hizo planes para muchos años. Nos prometió mucho. Cumplió poco, muy poco.
Se le hizo fácil prometer cambiar las secretarías y dependencias oficiales a diferentes partes de la república. No lo cumplió. El único cambio que se notó es que se mudó de Copilco, donde vivía, para ir a habitar a palacio nacional.
Ofreció acabar con la corrupción y hacerlo como se barren las escaleras: de arriba para abajo: Ignacio Ovalle, bajo el argumento de que lo chamaquearon, está libre, lo está a pesar de que el desfalco que sus subordinados hicieron frente a sus narices fue superior a los catorce mil millones de pesos.
Al hermano incómodo, el que recibió dinero en sobres amarillos, no le pasó nada, el pretexto para exculparlo: fue dinero para la causa.
Del militarismo no habló. Ahora, una vez reformado el artículo 129 constitucional, que era la última barrera contra los excesos de los hombres y mujeres vestidos de verde, serán gente de temer. Antes lo eran, mucho más lo serán ahora, que no tendrán barrera a su acción ni habrá jueces que nos amparen contra sus abusos.
Ofreció no mandar palomas mensajeras ni halcones amenazantes a los jueces, a pesar de ello, bajo el pretexto de acabar con la corrupción que supuestamente había entre ellos, acabó con la independencia judicial. A la gente cercana a AMLO, que supuestamente corrompía a los jueces, no le pasó nada, anda libre y haciendo negocios.
Por virtud de la reforma publicada el domingo 15 de septiembre se hicieron de elección popular directa los puestos de ministros de la Suprema Corte, magistrados, jueces y demás personal, el pretexto para hacerlo: acabar con la corrupción; la razón: en muchos países los jueces son de elección popular. Se invocó el caso de algunos estados de la Unión Americana.
Al hacerlo se pasaron por alto dos circunstancias: la primera: que en la Unión Americana se trata de elección de jueces locales y no los de toda la Nación; esa circunstancia hace que los electores tengan conocimiento casi directo de a quienes elegir. Segunda: ese ejercicio es imposible realizarlo en países con población numerosa y extenso territorio, como lo son, entre otros, México. Ese sistema, a todas luces, no funcionará en nuestro país.
Hizo muchas otras promesas; la única que medio cumplió es lo de que México tendría un servicio médico mejor que el de Dinamarca. Como lo han puesto en evidencia algunos reportajes, AMLO y su familia, en su finca de Palenque, Chiapas, tendrán un servicio a la altura de ese país europeo.
Puso como sello final de su administración algo que va con su personalidad: no saludó a la ministra presidenta de la Suprema Corte en la ceremonia de rendición de protesta de la nueva presidenta de la república.
La deferencia que la nueva presidenta de la república tuvo en la ceremonia de protesta del cargo, pudiera ser un buen signo. Teniendo atrás un jefe tan celoso, ese gesto pudiera acarrearle problemas. Así como dijo: a mí no me vengan con que la Ley es la Ley, también podría decir: a mí no me vengas con que yo soy la presidenta.
A Porfirio Díaz, a pesar de que se podía reelegir indefinidamente, con el tiempo y por la edad, se le hizo tedioso estar en campaña cada cuatro años. Se aumentó al periodo presidencial de cuatro a seis años. Los Constituyentes de 1917 bajaron la duración a cuatro años, igual al fijado por el texto original de 1857. A Álvaro Obregón, en 1927, se le hicieron pocos años; cuando se reeligió, “por una sola vez”, se aumentó de cuatro a seis el tiempo de su estancia en el poder.
A AMLO, habiéndole tomado gusto al poder absoluto, con toda seguridad, también se le hizo corto el plazo de seis años. Tiró un buscapie: la intentona de aumentar, a través de un artículo transitorio, a seis años el periodo de duración del presidente de la Corte, Arturo Zaldivar. No pegó. Ni modo, tuvo que entregar el poder, así con cursiva. El tiempo se encargará de demostrar si quien hasta el momento aparece como su dependienta, da el grito de independencia y lo pone en su lugar. Lo que ella dijo en la ceremonia de protesta no promete nada bueno. Parece más de lo mismo. Esperemos.
Debe de ser muy duro entregar el Poder, sobre todo, cuando el que se ejerció fue casi absoluto. Por más que AMLO haya recibido muestras de afecto de sus partidarios, va a costarle mucho trabajo y tiempo acostumbrarse a ser ex presidente. Me temo que lo que más le va a doler es estar callado y no tener su antesala llena. Doña Beatriz Gutiérrez, no ex primera dama, tendrá que recurrir al mismo expediente al que echaba mano la esposa de Antonio López de Santa Anna:
Comentan algunos que cuando la santa señora esposa de Santa Anna veía deprimido a su marido, salía a la calle a buscar quién, por unas monedas, en las mañanas, hiciera antesala en la casa del ex dictador. Cuando ése se levantaba y veía su sala llena de gente, se sentía importante y con ganas de vivir.
Dada la existencia de las redes y lo lejano de la finca a donde merecidamente irá el nuevo ex dictador, doña Beatriz tendrá que pagar a los internautas para que hagan llegar cientos o miles de mensajes a su marido y, con ello, lo tengan ocupado leyéndolos. No estaría de más que también pensara en organizarle en su finca algunas mañaneras con los mismos seudo periodistas que, con sus preguntas a modo, le hacían el caldo gordo en Palacio Nacional.
Reconozco que me equivoqué: siempre pensé que no entregaría la banda presidencial; que, de manera indefinida, recurriría a la reelección y que, como su modelo: Benito Juárez, se moriría con el poder en las manos. Me alegro de haberme equivocado. El tiempo dirá si junto con la banda presidencial también entregó el poder.