En esta colaboración aludo a algunos usos que estuvieron vigentes en el estado de Guerrero hace casi ochenta años. Hablando con guerrerenses me he enterado, con tristeza y nostalgia, de que han desaparecido; que ni aún los viejos como yo los recuerdan. Uno que otro reconoció haber oído hablar de alguno de ellos.
Los usos a los que hago referencia pudieran ser algo común en otras regiones aún en la actualidad. Los ubico en el estado de Guerrero por razón de que ahí los detecté.
Hago referencia a ellos, para dejar un testimonio de algo que formó parte de la cultura de ese estado.
Fuego y adentro…
Cuando en una reunión, de manera imprevista se producía mucho ruido, como, por ejemplo, si alguien que llevaba la olla de la comida se caía causando gran escándalo: los presentes gritaban Fuego y adentro y mueran los gachupines.
Al preguntar a las personas mayores de la razón de su dicho, me explicaron que esa era una forma propia de expresarse de quienes eran descendientes de los insurgentes que, a principios del siglo XIX, habían luchado bajo las órdenes de José María Morelos y Pavón, Nicolás Bravo y Vicente Guerrero. Pronunciaban esa frase para entrar en acción: disparar sus mosquetones y comenzar el avance para tomar una plaza en poder de los realistas.
Era una forma de grito de guerra a la que hace referencia el Himno Nacional. Los insurgentes transmitieron el grito a sus hijos y ellos a sus choznos.
Yo, a más de doscientos años de haber acabado la lucha por la independencia, emito esa frase cuando se produce un ruido inesperado. No sé si mis hijos han heredado la costumbre y, si lo hicieron, si la trasmitirán a mis nietos.
Hablar en la olla
Cuando alguien, una enamorada o un enamorado, deseaba ver a su amado o amada, recurría a la práctica de decir en la boca de una olla: “Fulano de tal ven”; la persona que de esa manera era convocada, comenzaba a estornudar. Los que se hallaban junto a ella, para que dejara de hacerlo, le aconsejaban di: Ya voy, ya voy. Se creía que diciendo esto cesaban los estornudos.
Por la razón anterior, cuando alguien estornuda, en torno de burla, aún le dicen: ya te están llamando en la olla.
Beber agua
Hace muchos años, cuando en el camino los viajeros veían un arroyo, procuraban saciar su sed y rellenar sus bules de agua. Los viejos aconsejaban: “Cuando tomes agua que corre, cierra los ojos, si no lo haces te puedes quedar ciego”.
Los bules eran los calabazos que hacían las veces de cantimploras modernas; en ellos los viajeros guardaban sus reservas de agua para el camino.
En los lugares donde había ríos caudalosos o profundos, los bules eran utilizados, por quienes no sabía nadar, como salvavidas. Se amarraban a los hombros como si fueran salvavidas o cámaras de llantas. De ahí el dicho: yo no necesito de bules viejos para nadar, para denotar que no se requería de ninguna ayuda para realizar una acción y, mucho menos, de la que pudieran prestar personas inútiles.
Eructar en público
Al parecer en todas las sociedades es incorrecto o mal visto eructar en público. Los bebés son festejados cuando lo hacen. En el estado de Guerrero también lo es. Dejaba de ser incorrecto si quien incurría en esa descortesía pronunciaba enseguida la palabra bosque. Por más que pregunté, nadie supo darme razón de la existencia de esa práctica.
Esta forma de excusarse, según tengo entendido, ha desaparecido.
Infección en los ojos
Cuando alguien tenía una infección en los ojos, nunca faltaba alguien que le aconsejara que buscara una planta de ruda; que cortara una pequeña rama y que con ella se tallara los párpados.
Para que el tratamiento tuviera buenos resultados y que el mal no volviera, se aconsejaba que la ruda utilizada se arrojara hacia atrás, sin voltear a ver quién se hallaba y que heredaría el mal. Algunos aconsejaban que, al arrojar la rama utilizada como remedio, se dijera: Que el mal de ojo le caiga al que viene atrás.
Esa práctica la he observado en otros lugares. Tal parece que es un remedio muy común entre la gente del campo.
Grasa de escorpión
En el estado de Guerrero se conoce como escorpión un reptil, similar a las lagartijas; éste, por tener la cola gorda y corta, algunos afirman que no tiene. Emite un sonido parecido al que producen los sapos. Corre la conseja que verlo de frente no implica mayor peligro; hay que retirarse de él lo más pronto posible; se afirma que, en cambio, es hombre muerto el que lo ve de espaldas; colocado de esa manera se lanza hacía su víctima y que su mordedura es, por necesidad, mortal.
Referían los viejos que cuando alguien tenía la intención de eliminar a un enemigo, sin que éste se diera cuenta y sin responsabilidad penal, procedía de la siguiente manera:
Salía al campo a buscar un escorpión, si tenía la suerte de hallarlo, se ingeniaba para matarlo sin sufrir su nociva mordedura. Los que eran poco decididos, hacían el “encargo” a un tercero y éste, por una suma elevada, lo hacía. Una vez que el interesado tenía en su poder el cadáver del reptil, con un machete, le hacía unos cortes en el lomo, lo ataba con uno lazo y lo colgaba a intemperie donde le “diera” el Sol; abajo del cadáver del animal se colocaba un plato o una cazuela para que en ellos cayera la grasa que se desprendía.
Pasados unos días, cuando se consideraba que el cadáver había soltado toda su grasa, se recogía y limpiaba el plato o cazuela con un lienzo; hecho lo anterior, éste se quemaba.
En la primera oportunidad, se invitaba a comer a la víctima y, a la vista de todos, para evitar sospechas, se servía parejo a todos los asistentes; cuando llegaba el turno de servir a la futura víctima, se tomaba el plato o cazuela en la que había caído grasa del escorpión y se le servía el guiso. De momento, la víctima del envenenamiento no sentía nada nocivo. El veneno era lento y de efectos imperceptibles. Al pasar los días, al comenzar a operar, la víctima sentía como le iban fallando uno a uno sus órganos vitales, hasta que finalmente moría.
Me refería mi señor padre que su abuela sabía diagnosticar y curar ese tipo de envenenamiento. Por razón de que no se lo pregunté, nunca me dijo cuál era el tratamiento.
Comentando lo anterior con un viejo amigo, me refirió que él, andando por el campo, vio el cadáver de un escorpión colgado de un árbol y que debajo de él había un plato; sabiendo de lo que se trataba, lo rompió.
En otra colaboración haré mención de otros usos que existieron en ese estado sureño.