AMLO generalizó la práctica de hacer política a base de repartir dinero. Fue generoso con lo que no era de él. A los que menos tienen, a los ancianos e inválidos les asignó, con cargo al presupuesto público, una pensión bimestral. A los que más tienen, sobre todos a los que se vincularon a la 4T y su familia, como lo ha puesto en evidencia el periodista Carlos Loret de Mola, los colmó de gracias y bendiciones. A la delincuencia organizada, con aquello de su política abrazos y no balazos, les aplicó el principio: Dejar hacer, dejar pasar. Para todos hubo.

Esa fue su forma de ganar votos, de vencer reticencias y de llevar la fiesta en paz.

Quienes reciben dádivas no piensan en que las fuentes gravables de las que ellas provienen tienen límites. Exigirán más y más. Apoyarán con su voto y presencia a quienes se las dan, les ofrecen incrementar el monto de ellas o ampliar la base de beneficiarios. Estos sólo cuentan como votantes, no como sectores a quienes hay que oír y atender. Son los más; tienen voto, sea en las urnas o en las consultas a mano alzada. No tienen voz ni opinan.

Una política de dádivas es peligrosa. En un estado benefactor, como al principio no pasa nada, el aparato productivo aparentemente no se ve afectado, la política de repartir dinero en forma irresponsable, sin control y sin auditorías, se incrementa y, al hacerlo, deriva en inflación.

Las dádivas y los beneficios son caminos de ida; no tienen regreso o reversa. Quien, por razones políticas, con cargo al erario, comienza a repartir dinero o bienes, debe saber que los que las reciben nunca le dirán ya basta. Lo que se da no se puede quitar, suspender o disminuir.

Todos procuran ser parte de los sectores que reciben beneficios. Los marginados buscan ser considerados como elegibles para recibirlos. Los grupos de beneficiarios y las razones para recibir las dádivas nunca desaparecen. Siempre se procurará el aumento de los subsidios o estar dentro de los grupos beneficiados.

Las dádivas oficiales, cuando alcanzan a sectores aún productivos o en vías de serlo, desestimulan la iniciativa propia, el interés por adquirir una buena educación y el afán de progresar o de seguir adelante por esfuerzo propio.

Una vez iniciada la práctica de dar, los programas políticos desaparecen; a partir de ese momento, la competencia se da entre las facciones que ofrecen repartir más y a más. El voto favorecerá a quienes ofrezcan más. Nadie se atrevería poner alto a la tendencia y, mucho menos, a eliminarla.

Quienes recurren a la política de alcanzar el poder y retenerlo a base de dádivas no tienen en cuenta que la facultad impositiva que se confiere al Estado, si bien no tiene límites legales, sí reconoce otro tipo de fronteras: las económicas.

A un gobierno no le es dable agotar las fuentes gravables, desestimular la inversión, anular el ánimo de emprender y poner a quienes poseen capital en la necesidad de llevarlo al extranjero. Afirmarlo no significa pertenecer a la escuela liberal o ser capitalista. Lo dice el sentido común.

Con una política de dádivas, la riqueza nacional no aumenta, pero con ella se corre el riesgo de que se estanque o disminuya. Cuando el aparato productivo se estanca o el producto interno bruto no crece al mismo ritmo que la población, se corre el riesgo de que la economía se colapse.

En teoría, un gobernante debería también cuidar y atender a aquellos sectores que producen y pagan impuestos. Que son los menos. Se opta por otra vía: la presión que se ejerce sobre ellos es selectiva, temporal y en el grado en que logra obediencia y el pago de los impuestos. Los beneficios a ellos son selectivos: se premia la colaboración y se induce la sumisión.

A la falta de crecimiento económico debe sumarse el hecho que de México se ha convertido en un país de paso para inmigrantes extranjeros que entran, legal o ilegalmente y que, por virtud de lo laxo de las disposiciones constitucionales que prevén las dádivas: “Toda persona…” también reclamen ser considerados como parte de uno de los grupos beneficiados por las dádivas.

Al desestimularse el trabajo y disminuir la inversión, aunado a lo anterior los fuertes egresos que se hacen para sostener sectores improductivos, como lo son las fuerzas armadas, o que no son negocio redituable, como lo es Pemex, el pago de las pensiones deriva en falta de recursos que destinar a áreas productivas y que se tenga que aumentar las tasas impositivas sobre los sectores productivos.

Maquiavelo, comentando lo relativo a esta materia, refiriéndose a los príncipes o gobernantes, comenta:

“… digo que sería bueno ser tenido por liberal; sin embargo, la liberalidad usada de modo que seas tenido por liberal, te ofende, porque si se usa virtuosamente y como se debe usar, no será conocida, y no te evitará la infamia de lo contrario. Pero si quiere mantener entre los hombres el calificativo de liberal, es necesario no omitir ninguna clase de suntuosidades, de manera que siempre que un príncipe que así haga consumirá en semejantes obras todas sus riquezas; y tendrá necesidad al final, si quiere mantener entre los hombres el nombre de liberal, de gravar extraordinariamente al pueblo y ser recaudador fiscal, y hacer todas aquellas cosas que puedan hacerse para tener dinero. Lo que comenzará a hacerlo odioso entre sus súbditos, y poco estimado por todos, pues se habrá vuelto pobre: de modo que, al haber con esa liberalidad suya ofendido a muchos y premiado a pocos, se resentirá al primer inconveniente y peligrará al primer riesgo, y, al comprenderlo y querer retractarse, incurrirá súbitamente en la infamia de miserable.” De principatibus, cap. XVI, Trillas, México, 1993, p. 231.

Puestos en situación de recibir, nadie renunciará a ello; todo lo contrario, en cada elección los electores votarán por aquel partido que, de manera irresponsable, prometa más y más dádivas.

En un estado de dádivas las instituciones de beneficencia no tienen razón de ser; las iglesias corren el riesgo de ser sustituidas en su labor asistencial y de salvación por un estado benefactor y que brinda seguridad.

Insisto: la política de dádivas, aparte de ser un camino para adelante, no reconoce límites. Puestos en ese camino, los partidos políticos todos, sin excepción, prometerán más y más hasta que la economía se colapse y surja un líder que tenga el valor de ponerles un alto, en la medida de lo posible. Siempre se considerará necesario dar dádivas a los ancianos y a los inválidos.

Como dice Maquiavelo la política de dádivas tiene un fin: el colapso de la economía y de las instituciones públicas.