Inicio con una pregunta: ¿Cómo es posible que hoy los migrantes que ingresan a los Estados Unidos se hayan convertido, junto con la economía, en el argumento más poderoso de la campaña política de los Estados Unidos?
Mi percepción es que el tema de la migración en los Estados Unidos es un tema envuelto en un discurso de campaña política, magnificado al extremo y falseado de una manera perversa, convirtiendo así a millones de indocumentados (se calculan unos 11 millones, dos terceras partes con más de diez años de residencia) en el enemigo invasor que amenaza destruir el sistema de vida norteamericano. El relato antimigratorio -vale la pena recordar- se empezó a fraguar en el primer período presidencial de Donald Trump, al tiempo que López Obrador anunciaba su política de puertas abiertas al paso irrestricto de migrantes. Hasta aquí, la leyenda se centró en los indocumentados mexicanos, calificándolos de criminales, terroristas y narcotraficantes, entre otras linduras.
La leyenda xenófoba (que, como todas, siempre contienen alguna dosis de realidad) probó su eficacia. Trump ganó la elección y supo que políticamente tenía un as en la manga para crear un relato que, aprovechando las redes sociales, capturara la voluntad del electorado norteamericano. De esto se trata el presente artículo. Bien lo dicen Irene Vallejo y Yuval Harari -cada uno a su manera-, el relato es lo que importa.
Pero, el relato por sí solo no pasaría de una plática de café si no tuviera a la mano la herramienta más poderosa de divulgación en toda la historia de la humanidad: las redes de información. Éstas han existido desde tiempos inmemorables, aunque ahora los relatos se difunden en microsegundos, lo que antes ha tomado miles de años.
El mejor ejemplo que nos ofrece Yubal Harari, en su último libro Nexus, es la Biblia. Sus relatos han trascendido hasta nuestros días a través de redes tradicionales y son compartidos como ciertos por más de mil millones de seres humanos, “la verdad revelada, infalible”, simplemente “porque yo la creo”, la verdad intersubjetiva, propia de cada individuo.
Quien explora el camino que siguió el texto bíblico como lo conocemos ahora, sabrá que éste está lejos de ser cierto y, menos, verdadero. Los judíos rabínicos adoptaron como único el Antiguo Testamento; los judíos disidentes optaron por el Nuevo Testamento; todos, vale decir, acudieron entusiastas a lo que hoy llamamos copy-paste. Tan cambiaron el rumbo de la historia que, si los obispos y teólogos cristianos hubieran optado por incluir los Hechos de Pablo y de Tecla, las mujeres no habrían sido condenadas a la sumisión y al silencio “La misoginia -apunta Yubal Harari- se hubiera convertido en una herejía peligrosa”. Los ejemplos en todas la religiones y creencias sobran.
Leer el último libro de Yubal Harari resulta en una revelación (aunque también en un esfuerzo físico e intelectual considerable, al que se suman sus otras voluminosas e indispensables obras, como Sapiens y Homo Deus). En Nexus, el autor desvela cómo la realidad percibida, se convierte en relato; el relato en creencia, y la creencia en dogma. Y todo sucede a través de las redes, antiguas o modernas. El problema que señala Harari es que los relatos, dogmas y creencias han sido útiles para todos los dictadores, autócratas y populistas de la historia, aunque en la actualidad las redes sociales y la IA han potenciado esta posibilidad a extremos inimaginables.
El relato más impresionante es quizá el acontecido a inicios del siglo XVI, en el que el inquisidor Heinrich Kramer publicó el Martillo de las brujas, confirmando el rumor “de una conspiración global de brujos y brujas en Europa, dirigidos por Satanás”. Su objetivo era la completa destrucción del orden social. “Se reunían de noche en enormes asambleas demoniacas, mataban niños, comían carne humana (perros y gatos, diría ahora Trump), se entregaban a orgías y lanzaban maleficios que causaban tormentas, epidemias y otras catástrofes”. El resultado de estas creencias fueron miles de hombres, mujeres y niños, torturados, desmembrados y quemados en la hoguera, sin más argumento que la sospecha vecinal o el deseo de venganza de clérigos y gentilhombres.
Pero antes, como ahora, el método probó su eficacia. Lo usaron con pingües resultados Hitler, Stalin, Mao Zedong y en la Rumania de Ceaușescu. Judíos, comunistas y disidentes de todo tipo, de pronto se convirtieron en conspiradores, enemigos del pueblo, amigos de Satanás. El caso de Myanmar, 1916-1917, -nos informa Yubal Harari- es quizá el ejemplo más descarnado de cómo las redes sociales, Facebook en concreto, atizaron las matanzas entre birmanos, musulmanes y budistas, gracias al algoritmo prodigioso que privilegió los contenidos de odio sobre los pacifistas y conciliadores. Según la teoría de conspiración populista, creada mediante las redes sociales por el extremista Wirathu, las mayorías de los rohinyás eran inmigrantes recién llegados de Bangladés que entraban en masa en el país para encabezar una yihad antibudista. “En 2018, una delegación de investigadores de la ONU concluyó que Facebook había desempeñado un papel determinante en la campaña de limpieza étnica”. El algoritmo de Zuckerberg logro su meta: aumentar el rating de audiencia
Un moderno Martillo de las brujas, de Kramer, es el movimiento satánico de QAnon, feroz apoyador del nuevo presidente de los Estados Unidos. Resulta que un ciudadano anónimo se registró como Q; empezó a lanzar mensajes de odio (“Gotas de Q”), y, en poco tiempo, tenía algo así como 4.5 millones de seguidores. “… Brujas y brujos pedófilos y adoradores de Satanás se habían infiltrado en la Administración de los Estados Unidos y en numerosos gobiernos…”. Independientemente de la influencia que QAnon tuvo en el intento de golpe de Estado de 6 de enero de 2021, en las elecciones del Congreso de los Estados Unidos de 2020 -nos dice Noah Harari- veintidós congresistas e independientes se declararon seguidores de QAnon. La congresista Margorie Taylor Green manifestó públicamente que “muchas de las afirmaciones de QAnon “se han demostrado muy ciertas”, y en referencia a Donald Trump dijo “Sólo tendremos una oportunidad para acabar con esta camarilla global de pedófilos adoradores de Satanás, y creo que tenemos al Presidente para hacerlo”.
Y el lector se preguntará: ¿Qué influencia habrán tenido los jerarcas (o sus algoritmos) de Facebook, X, Google, Instagram, Chat GPT 4, la IA o las seductoras Siri y Alexa en las recientes elecciones presidenciales de la primera potencia mundial? ¿Cómo es posible que un discurso lleno de odio, racista, xenófobo, machista, mentiroso, belicista y de notable ignorancia, se haya adoptado mayoritariamente y conquistado los tres Poderes de la Unión? Y queda planteada la incógnita: ¿Qué nos depara?
Algo le está pasando a ese, todavía, extraordinario país que es los Estados Unidos de América, surtidor de inagotable riqueza y oportunidades, conformado por un mosaico multiétnico, receptor durante más de dos siglos de voluntades buscadoras de un mejor estilo de vida ¿Ha perdido el baluarte de América el verdadero valor y sentido de la democracia? ¿Es que también está inoculado de ese populismo triunfante que está haciendo florecer los gobiernos que, por la vía democrática muchos de ellos, buscan la dictadura, el totalitarismo e, incluso, el neonazismo?
No sé la respuesta. Y más me (nos) vale encontrar pronto la respuesta.
Lo cierto es que hoy, los migrantes que pretenden ingresar, o ya están, en los Estados Unidos -mexicanos y latinoamericanos en su mayoría-, son ahora el target de la limpieza racial; son los nuevos judíos de todos los tiempos; los cristianos del Circo Romano; los musulmanes de Myanmar; los Tutsis de Ruanda; los kulaks, judíos y trotskistas rusos; los chinos de Taiwán; los polacos judíos; son los homosexuales, gitanos, comunistas y discapacitados de la Alemania nazi; y son -¿por qué no?- los desplazados de Chiapas y de Guerrero. Todos, absolutamente todos, están amenazados de maltrato, humillación, tortura, secuestro o linchamiento.
En la reciente campaña electoral, Donal Trump promovió un movimiento al que bautizó como MAGA (“Make America Great Again). A éste, yo le opondría un acrónimo distinto, rebuscado, sí, pero reivindicatorio: MHGA (Make humanity great again); o dicho en mi traducción libre: “Devolvamos su gandeza a la humanidad”.