El 17 de diciembre de 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Se erige como un clamor mundial que busca erradicar la violencia de género en todas sus manifestaciones. Entre ellas se encuentra la violencia vicaria, una forma menos conocida, pero con un potencial destructivo devastador.
Esta forma de violencia se caracteriza por el uso de los hijos como armas invisibles para infligir heridas psicológicas o emocionales profundas en el corazón de una pareja o expareja. En la solemnidad de esta fecha tan significativa, es imperativo iluminar este oscuro rincón del sufrimiento humano y tejer estrategias que nos permitan combatir con esperanza este flagelo.
En el sombrío teatro de la violencia vicaria, el agresor o la agresora, se convierte en un siniestro titiritero que, con hilos invisibles maneja no solo personas, sino destinos. Ejerce un abuso diverso: psicológico, económico, físico, legal, que despliega su oscuro arte sobre los hijos para alcanzar y desgarrar el alma de su pareja o expareja. Este no es un abuso de contacto directo, sino una manipulación cruel y calculada; los niños convertidos en involuntarios instrumentos de dolor, se ven forzados a actuar en una tragedia que incrementa exponencialmente el tormento emocional de aquellos a quienes más debieran amar. Esta es la forma más representativa de este tipo de violencia.
La violencia vicaria, un término acuñado por Sonia Vaccaro en el año 2012, reconoce las heridas ocultas que en la privacidad de los hogares son realizadas generalmente por varones de tendencia machista. Con intención de herir a su pareja a través de sus más grandes afectos, sus seres queridos.
Surge de la experiencia obtenida por un caso desarrollado en España, que trazó un camino de evolución y conciencia. La tragedia de una madre cuya vida cambió irremediablemente. La vida de su hija de siete años fue tomada por quien antes prometió amor, cuidado y protección. Los problemas conyugales derivaron en una amenaza previa que se materializó en un desenlace fatal, en el que además, el responsable decidió terminar con su propia vida.
El impacto de la violencia vicaria es profundamente perjudicial. Las madres, quienes más a menudo soportan el peso de esta tragedia, experimentan con inmenso dolor al ver cómo sus hijos son transformados en instrumentos de tormento emocional y arrastrados a la vorágine del dolor. Son niños inducidos por senderos de ansiedad y depresión. Las huellas de este abuso retorcido pueden desviar negativamente el curso de sus vidas, obstaculizando el florecimiento de relaciones futuras sanas y plenas.
En la violencia vicaria los datos se enredan de forma compleja y se tornan difíciles de desentrañar. Diversos estudios revelan su uso frecuente en los rincones de conflictos domésticos y batallas por la custodia de los hijos. Los Tribunales navegan con frecuencia en proceloso mar de verdades y engaños. Enfrentan enormes desafíos para separar lo auténtico de lo manipulado. Estos escenarios han permitido desarrollar en las y los jueces una mayor sensibilización y especialización que les permita dictar resoluciones apegadas a la realidad, en donde cada caso esconde una historia no contada y cada estadística, un grito silenciado.
El concepto de violencia vicaria varía significativamente entre distintas legislaciones. En algunas jurisdicciones, se define como la violencia ejercida contra una cónyuge, pareja actual o expareja, mediante el daño infligido a los hijos. Sin embargo, otras legislaciones amplían esta definición para incluir actos perpetrados no solamente por varones, sino, también por mujeres y, no sólo hacia descendientes, sino también hacia ascendientes o familiares cercanos.
La legislación de la materia no se encuentra plenamente estructurada para abordar la especificidad y la complejidad de la violencia vicaria. Su conformación no siempre alcanza a desenmarañar los recovecos oscuros de este abuso y el daño indirecto tortuoso inferido a uno de los cónyuges, generalmente a la madre, a través del sufrimiento de los niños o sus familiares. Las dificultades probatorias en un procedimiento judicial, en ocasiones prolongan sin querer esta angustia, en el único afán de descifrar las maquinaciones ocultas del agresor. Este desafío clama por una renovación de las normas jurídicas que permitan capturar y contener la tragedia escurridiza de la violencia vicaria.
En la búsqueda de erradicar este tipo de violencia, es necesario forjar leyes más severas y precisas, como espadas afiladas destinadas a cortar los lazos de la manipulación y el sufrimiento. Es vital, además, enriquecer los conocimientos de nuestros juzgadores, que se enfrentan cotidianamente a las tempestades emocionales de los justiciables, dotándoles de herramientas más robustas y profundas. De igual importancia es extender una red de seguridad y apoyo más amplia y resistente para las víctimas, donde no solamente solucionen su problema judicialmente, sino, en el desarrollo de un proceso de recuperación integral que les permita retomar positivamente su futuro.
Desde los pactos de los Estados contra la violencia de género denominados, Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belém do Pará), hasta las recientes reformas constitucionales y legales en materia de infancia y adolescencia, que en México se han adoptado en este rubro, ha crecido un esfuerzo concertado. En la actualidad, profesionales dedicados al trabajo de niñas, niños y adolescentes, se convierten en centinelas que buscan descifrar los signos de esta y otras violencias, en un intento de sanar y proteger el mañana de nuestros jóvenes, ancianos y personas vulnerables.
La violencia vicaria se desencadena en el sigilo de la vida familiar. Es un flagelo que devasta la célula de la sociedad, que deja tras de sí un sendero de vidas desgarradas y cicatrices que marcan tanto a las parejas como a los familiares involucrados. En este Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, corresponde a la sociedad, a las familias afectadas, a los juzgadores y a las autoridades en general, reconocer, denunciar y erradicar esta forma de violencia de género. Solo uniendo nuestras fuerzas podremos dar forma a un futuro donde la equidad y la justicia no sean meras aspiraciones, sino realidades palpables y vibrantes en el corazón de nuestra sociedad.
La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
@margaritablunar