La Liga Hanseática, también conocida como Hansa, surgió en el norte de Europa, entre los siglos XII y XVII. Esta poderosa confederación de ciudades comerciales entretejió la unión de una región en la que floreció la prosperidad y la esperanza. Este fenómeno histórico no sólo marcó el desarrollo económico de esta parte de Europa, sino que estableció un modelo de cooperación internacional que aún sirve de inspiración.
La Liga Hanseática no estaba conformada por países, en el sentido moderno de la palabra, sino, por ciudades comerciales independientes que pertenecían a lo que hoy son distintos países. Estas ciudades se agrupaban en torno a sus intereses económicos y comerciales. Compartían una pertenencia simbólica a la Hansa, que las conectaba mediante el comercio, más allá de las fronteras políticas de su tiempo.
La palabra “hansa” proviene del antiguo alemán, que significa grupo, banda o compañía. Para efectos de la Liga Hanseática, no únicamente se refería a la protección de intereses económicos, sino, también para garantizar la seguridad de las rutas comerciales. Era una red de cooperación y solidaridad entre ciudades independientes y gremios comprometidos en promover el comercio justo, seguro y el desarrollo económico. El término llegó a simbolizar el espíritu comunitario, la unión, para superar los desafíos que en un entorno medieval, les eran comunes, como piratas, bandidos y restricciones impuestas por señores feudales.
La fundación de la Liga Hanseática no es atribuible a una sola persona o grupo específico. Surgió de manera gradual, como una red de alianzas entre comerciantes y ciudades del norte de Europa. Sin embargo, hay algunos hitos y figuras clave que contribuyeron a su desarrollo. Uno de ellos, que algunos historiadores señalan como un acto trascendente en la formación de la liga, fue el tratado firmado alrededor del año 1241, entre Lübeck y Hamburgo, para facilitar el comercio entre el mar Báltico y el mar del Norte.
Otro factor importante, la unión de los comerciantes para proteger barcos, caravanas y mercancías y, aunque de manera indirecta, los emperadores del Sacro Imperio apoyaron el comercio a través de privilegios otorgados a las ciudades portuarias y las protegieron frente a potencias rivales. También jugaron un papel esencial, los gremios y asociaciones de comerciantes. La Liga Hanseática no fue fundada en una fecha única, ni por un acto formal. Se consolidó gradualmente a lo largo del tiempo gracias a la colaboración espontánea de ciudades y comerciantes para proteger sus intereses.
Las poblaciones actuales que constituyeron las ciudades hanseáticas fueron, entre otras: Lübeck, Hamburgo, Bremen y Colonia de lo que hoy es Alemania; Dazig (hoy Gadansk), Torun y Elblag, de lo que hoy es Polonia; Nóvgorod, hoy Rusia; Ríga, hoy Letonia; Tallin, antes Reval de la hoy Estonia; Estocolmo y Visby, de Suecia; Bergen, de Noruega; Ámsterdam y Deventer de Países Bajos; Brujas de Bélgica; y Londres de Reino Unido.
En ciudades que consideraban estratégicas establecían centros de operaciones denominados Kontors. Ejemplo de estos, fue el Stalhof de Londres, donde se llevaban a cabo actividades comerciales entre el Reino de Inglaterra y las ciudades de la Liga Hanseática. Para estos centros buscaban una ubicación privilegiada en el corazón del comercio, en este caso londinense. Operaban como una pequeña comunidad autónoma, pues contaban con su propia administración, normas y sistema de justicia para las relaciones comerciales. Desde ahí exportaban e importaban diversos productos. Era además un importante centro diplomático que negociaba tratados comerciales.
Sin tronos ni coronas, la Hansa ejerció su gobierno con la voz de sus miembros a través de asambleas, denominadas “días de la Hansa”. Asambleas en las que, con la sabiduría que de manera compartida, se forja en la necesidad, discutían los caminos del comercio, las fronteras de la diplomacia, establecieron normas justas e igualitarias, negociaron tratados, resolvieron disputas, mantuvieron la unidad en un mundo fragmentado. La Liga Hanseática fue reconocida durante siglos como la institución más flexible y eficiente de su tiempo.

Los barcos hanseáticos surcaban mares y ríos, cargados de madera, pieles, pescado salado, granos, metales y otras mercancías. En su estela, no sólo dejaron riqueza y prosperidad, también fueron portadores de un importante intercambio cultural. Las ciudades hanseáticas compartieron un arte gótico que vestía sus iglesias y mercados. Promovieron el conocimiento que iluminaba mentes y extendieron ideas que cruzaron fronteras invisibles. De tal manera que el comercio se convirtió, además, en un puente entre las diversas culturas de las poblaciones que comunicaba.
Con el correr de los siglos, la Liga Hanseática enfrentó nuevos vientos. Los estados nacionales crecían como montes en el horizonte y las rutas comerciales se desplazaban hacia el océano Atlántico, llevándose consigo el protagonismo de la Hansa. Sin embargo, el reconocimiento de su éxito, perdura como legado.
Hoy las ciudades que fueron joyas de la Liga celebran su herencia con festivales y proyectos que evocan el espíritu de la Hansa. Sólo por mencionar algunos: Días Hanseáticos Internacionales, que se rota entre las diversas ciudades hanseáticas; Festival de la Hansa en Lübeck, Alemania, en Visby, Suecia; Jornadas Hanseáticas de Tartu 2025: Las reliquias históricas de Estonia; Festival Medieval y Hanseático en Tallin, Estonia; entre otras.
En el amanecer de una Europa progresista, cuando los ecos de los mercados resonaban en las plazas de las ciudades medievales, nació la Liga Hanseática. Desde la brillante Lübeck, perla del Báltico, hasta las urbes del norte de Alemania, comerciantes visionarios entrelazaron sus destinos para resguardar rutas y sueños. Frente al azote de piratas, salteadores y tributos opresivos se erigió esta alianza como un modelo de seguridad y de progreso. Un comercio justo y una organización supranacional, son inspiración de instituciones modernas, como un susurro del pasado que guía el presente.
La Hansa nos recuerda que cuando la honestidad encuentra su camino en corazones dispuestos, la organización se convierte en arte y la voluntad compartida en un faro que trasciende el tiempo. Es en la unión de las manos, en la nobleza de los actos y en la firmeza del propósito, donde florecen el progreso y la prosperidad.
La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
@margaritablunar


