Cuando Claudia Sheinbaum, en una de sus conferencias de prensa, comparó a Angela Merkel con Nicolás Maduro por su tiempo en el poder, más de uno levantamos las cejas y nos preguntamos: ¿pero qué necesidad? Sin embargo, a toro pasado y pensándolo mejor, el poner sobre la mesa el ejemplo alemán posibilita comentar brevemente varios aspectos que se pierden en el tiempo, el frenesí de los acontecimientos políticos o la frivolidad de la vida cotidiana.
Si alguien sabe de los costos y sufrimientos de traicionar a la democracia, ese es el pueblo alemán. A los hechos me remito. La sociedad alemana, derrotada en la Gran Guerra, hundida en la crisis económica, harta de sus políticos, cargada de rencores y prejuicios, votó y llevó al poder a Adolfo Hitler. Los nazis fueron por los anarquistas, los comunistas, los socialistas, los liberales y la derecha, hasta prohibir cualquier oposición política. Después fueron contra la prensa, los científicos, los intelectuales y los artistas. Desataron su odio en contra de gitanos, homosexuales, discapacitados y decidieron el exterminio de los judíos.
Embriagado por el poder, ese pintor frustrado, ese hombre vegetariano, amante de los animales, decidió iniciar la guerra más devastadora de la historia moderna de la humanidad, hasta que el bulldog inglés, el invierno ruso y la resistencia francesa y de los países ocupados le marcaron el alto. La entrada de Estados Unidos a la guerra inclinó la balanza a favor de los aliados. Si la caída de Berlín se hubiera retrasado unos meses, la bomba atómica habría estallado en suelo alemán y no en Japón.
Después, el pueblo alemán conoció el horror de la derrota. Millones de hombres y jóvenes, algunos casi niños, murieron, quedaron lesionados de por vida o terminaron sus días en campos de concentración. Miles de mujeres y niñas fueron violadas decenas o cientos de veces como venganza por los soldados de los ejércitos vencedores. Varias de sus principales ciudades quedaron reducidas a escombros, se produjo el reparto y división del territorio alemán entre los aliados, la construcción del Muro de Berlín y el inicio de la Guerra Fría.
El pueblo alemán se levantó de las cenizas, derribó el Muro, logró su reunificación y se ha convertido en uno de los pilares, junto con Francia, de la Unión Europea. Por supuesto que los alemanes valoran y cuidan su democracia, tanto que han establecido en su constitución y en su sistema de partidos los mecanismos para que ninguna fuerza pueda imponerse a las demás, cerrando las puertas al neonazismo o a cualquier tendencia autoritaria que pueda llegar al poder.
El ejemplo alemán lo debemos recordar en México, porque en ocasiones se utilizan con bastante ligereza o ignorancia palabras como fascismo, autoritarismo o golpe de Estado. Debemos tenerlo presente al mirar lo que ocurre en naciones como Venezuela, no cerrar los ojos o mirar a otro lado cuando se traiciona a la democracia. Eso pienso yo, ¿usted qué opina? La política es de bronce.
@onelortiz