Confieso que guardo cierto remordimiento por el tiempo que a veces le he quitado a mis dos pasatiempos favoritos, la lectura y el dibujo, y se lo he entregado a plataformas de películas, series y documentales. Me consuelo haciéndome a la idea que entrar a Netflix, Prime Video o Apple TV es como entrar a una librería: toma tiempo, la mayoría de los títulos son intrascendentes, sin valor de ningún tipo o, simplemente, basura ¡Ah, pero, de pronto, aparecen joyas invaluables que nos dejan sabores imperecederos! A veces gratos, otros no tanto.

Es el caso de mi última incursión audiovisual que me dejó un sabor amargo, pero ha motivado el presente artículo. Se trata de un documental titulado The Line, como dicen, “basado en hechos reales”, y también advierten “se recomienda discreción, contiene homicidios a sangre fría -y lo más letal- consumo de tabaco). El elenco está formado por un pelotón SEALs (siglas de mar, aire y tierra en inglés), marines entrenados para las misiones más peligrosas y exentos de escrúpulos para eliminar cualquier enemigo que amenace los intereses de los Estados Unidos. En este reportaje, el jefe de la escuadra, teniente Eddie Gallagher, médico y experto francotirador, ha desarrollado una afición macabra por eliminar civiles que puedan ser, o parezcan ser, terroristas miembros de ISIS, en la derruida ciudad de Mosul, Irak.

La trama es larga y detallada, con evidentes evidencias audiovisuales y testimoniales de cómo Gallagher ejecuta con su rifle de larga distancia niñas, ancianos y todo lo que parezca un colaborador de ISIS. Sus compañeros lo contemplan con estupor, pero se someten a la línea de mando, hasta que llega el día en que les entregan un joven agonizante, de 17 años, capturado por los aliados iraquíes, y sin más miramientos y frente a las cámaras de video de sus compañeros, lo ultima enterrándole un cuchillo en el cuello. No satisfecho, Gallagher les pide una foto grupal, en el que el sniper aparece en el centro tomando del cabello al recién ejecutado, imagen que envía a sus amigos con un texto que dice, “A este me lo cargué yo, con mi cuchillo de monte”.

Al regresar el pelotón a su base en Colorado, San Diego, Cal., denuncian las atrocidades cometidas por su superior, contrario a lo que estos grupos de élite acostumbran para encubrirse por excesos “en cumplimiento del deber”, acusándolo de crímenes de guerra. Sin entrar en detalle sobre las maquinaciones de abogados, el acompañamiento mediático de FOX News, el activismo de su esposa aupando a miembros de SEAL, radicales de derecha, supremacistas y otros entusiastas de la violencia, el que termina por definir el destino del homicida serial es Donald Trump, en su primer período de presidente de Estados Unidos. Gallagher es declarado inocente.

Durante el juicio del tribunal militar, un compañero de armas del SEAL 7, amparado de inmunidad por la misma Corte, traiciona al grupo acusador y se declara culpable, “…Ya herido el prisionero por el acuchillamiento que le infirió Eddie, apreté hasta el conducto traqueal provocándole la muerte por asfixia”. Resultado: Gallagher es declarado inocente, el oficial auto inculpado de homicidio goza de la inmunidad que lo exonera, y los SEALs acusadores pagan su arrojo con la marginación de su corporación, repudio en las redes sociales y con amenazas de muerte para ellos y sus familias. Poco después, Gallagher es recibido como héroe en la Casa Blanca por el mismo personaje que ahora vuelve a ser Presidente de los EUA, Donald Trump.

Lo preocupante del caso acontecido hace un lustro (del que hubiera preferido nunca enterarme y menos relatar), muestra la existencia de organizaciones, civiles y militares, que son un poderoso imán para personajes siniestros, afectados de patologías mentales y carentes de todo sentido ético o moral. Así como organizaciones tales como los boy scouts, comunidades mormónicas americanas o los internados irlandeses –por señalar unas cuantas– han atraído pedófilos y abusadores, también las fuerzas armadas, sobre todo las de élite, son reductos propicios para sádicos, torturadores, psicópatas, asesinos seriales, extremistas con uniforme de libertadores.

Desde hace medio siglo y bajo distintas denominaciones, los SEAL están entrenados y han sido desplegados en una amplia variedad de misiones, incluyendo operaciones de acción directa y de reconocimiento especial, guerra no convencional, defensa interna en el extranjero, rescate de rehenes y contraterrorismo, siendo el componente marítimo del Mando de Operaciones Especiales de los EUA. Se integra por unos cuatro mil elementos, aunque apoyados por otros miles de las fuerzas armadas para casos especiales. Como parte de ellos existe además el Seal Team 6 o Devgru, considerado la élite de la élite y equivalente a los DELTA del ejército de EUA. (SEAL – Wikipedia).

Lo anterior viene al caso teniendo en mente que hoy penden sobre México diversas amenazas del gobierno norteamericano: una guerra comercial, política antinmigrante de largo alcance, freno a cualquier precio a las exportaciones ilegales de fentanilo, y guerra contra los cárteles mexicanos de la droga, oficialmente declarados estos últimos como terroristas. Esta sola clasificación, es de suponer, pone en altísimo riesgo la soberanía nacional.

Por simple lógica, y basados en antecedentes (intervención en Colombia), no hay duda de que los marines nos tienen en la mira. Acontecimientos recientes prueban lo dicho: incursión de aviones espía, amenazante navegación de portaaviones en el límite de nuestro mar territorial, vuelos de drones MQ-9 y, lo más reciente, arribo de 10 asesores militares de los EUA para adiestrar las Fuerzas de Operaciones Militares de SEMAR; asesoría, por cierto, aprobada por el Senado de la República.

Lo inquietante del hecho es, primero, que los asesores recién llegados seguramente son miembros de los cuerpos de élite SEAL (llegaron por mar, desembarcaron de su lancha zodiac, y sólo son 10, suficientes para aleccionar a nuestros marinos de guerra en la forma de eliminar a decenas, si no es que a cientos, de terroristas); segundo,  en toda escuadra de SEALs, dos de ellos conforman (obvio) un binomio, en el que el avistador decide quién resulta ser un blanco (ya sea civil, aliado, terrorista, con facha de terrorista o “porque me cayó gordo”); el sniper lo ubica… y le vuela la cabeza. En suma: el binomio es acusador, juez y verdugo. ¡Bonita asesoría para la Marina Armada de México! Sólo recordar que los Zetas –cuerpos de élite del ejército mexicano, “que sabían de la A a la Z”, y derivaron en sicarios a sueldo­– fueron entrenados en Estados Unidos. Me pregunto, ¿se repetirá la historia?

No lo sabemos. Lo único cierto y que prevalece en el ambiente mexicano es… la incertidumbre (¡vaya contrasentido!). Todo puede pasar, y Trump está dispuesto a que todo pase.

La esperanza -si alguna hay- es que mexicanos y norteamericanos hayamos aprendido de las amargas experiencias en la lucha contra el crimen organizado y se diseñen estrategias apegadas a la ética castrense, al respeto a los derechos humanos y al mismo Estado de derecho. Mientras tanto, es recomendable vestir estilo Tommy Hilfiger, no usar barba, mascar chicle y beber cerveza; para las mujeres, no usar burka, hijab ni nada que se le parezca. No vaya a ser que un Gallagher, apuntándonos con su M110 SASS, a tres mil metros de distancia, decida que somos un objetivo digno de ser eliminado.