Obvio decir que los tiempos que vivimos son críticos. Siempre lo son, pero cada vez son menos inteligibles. Trátese de política, de economía, de diplomacia y ni hablar de religión. Vuelve a ser la moda decir que el “mundo está de cabeza”. Tal parece que hay competencia por llevar la contra a los valores tradicionales que ayudaban por mantener la cordura (hasta donde eso era posible) en la convivencia internacional entre las naciones poderosas y las pobres de siempre. Hubo momento en que se habló de la “nave de los locos”, pero hoy lo normal es lo anormal. Lo peor del caso es que hay dirigentes que en sus propuestas “híper nacionalistas” —los hay de todos los ismos: derecha, centro e izquierda—, tratan de convencer al resto de que su postura es la correcta. Esto ocurre en estos días, no es una suposición.
Lo que hasta hace no mucho tiempo parecía la brújula salvadora, ahora es todo lo contrario. Prueba irrefutable es el comportamiento del nuevamente presidente de Estados Unidos de América, el republicano Donald John Trump, que —entre otra de sus “hazañas”— se ha convertido en el defensor a ultranza nada menos que de Vladimir Putin, el autócrata ruso invasor de Ucrania, y en el acusador del presidente Volodimir Zelenski como “dictador” responsable de la guerra entre Kiev y Moscú. No solo eso, el magnate dispuso que “terminaría la guerra en cuestión de días” en un cara a cara entre él y Putin, sin presencia del presidente defensor de su patria, porque no era más que un “actor de pacotilla” de regular éxito. Es más, como Ucrania es “otra de las naciones que ha abusado de EUA” debería de pagar al Tío Sam todo el “dinero que le entregó el ex presidente Joe Biden como préstamo para “hacer esta absurda guerra contra Rusia”: algo así como 500 mil millones de dólares. Exigencia que Zelensky jamás podría cumplir.
No solo no podría cumplir, sino que el antiguo actor convertido en político y dirigente de un país invadido, se negó a reconocer la deuda de 500 mil o 100 mil millones de dólares, “digan lo que digan…no debemos reconocer las subvenciones como deudas. La cuestión no es la cantidad, sino que no reconocemos que es una deuda”, en una rueda de prensa transmitida por su oficina en su canal de YouTube. En fin, el mandatario ucraniano declaró no estar dispuesto a firmar algo “que pagarán 10 generaciones de ucranios”.
De tal suerte, el “pobrecito” de Trump se conformó con doblarle la mano al presidente ucraniano para comprometer a Ucrania a “pagarle” con la concesión, sine die, para explotar sus riquezas minerales, específicamente de tierras raras. El presidente de EUA convertido en un abusivo matón cobrador. Como sicario mafioso.
En contrasentido del mandatario estadounidense, la Unión Europea (UE), en boca de la presidenta de la Comisión Europea, la política y médica alemana, militante del Partido Popular germano, Ursula Gertrud Von der Leyen, anunció que el organismo que dirige continuará apoyando a Ucrania en la guerra contra el invasor ruso, no solo verbalmente, sino con 3,500 millones de euros. Al mismo tiempo, el presidente del gobierno del reino de España, Pedro Sánchez, hizo lo propio y dio a conocer que Madrid entregaría al gobierno ucraniano l,000 millones de euros. Cabe decir que España no es precisamente una nación que derroche el erario público, y menos en cuestiones bélicas más allá de los Pirineos.
Quién diría, hasta hace poco tiempo, que el gobierno estadunidense tomaría partido en cuestiones tan delicadas al lado de Rusia, en contra de sus aliados occidentales europeos. En conclusión, como afirman analistas internacionalistas, EUA ya no es un socio confiable para Europa. Todo lo contrario. Por lo mismo, la UE convocó a una cumbre urgente por la crisis de Ucrania. A lo que se agregan los resultados de los comicios legislativos en Alemania celebrados el domingo pasado.
El próximo canciller germano, Friedrich Merz, de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), más su versión bávara CSU —la misma de Ángela Dorotea Merkel, aunque sus diferencias con la histórica física que dirigió los destinos alemanes desde 2005 a 2021, lo obligaron a salir de la política por sus enfrentamientos más derechistas que los de la canciller—, al conocer su triunfo sobre los social demócratas (SPD) inmediatamente afirmó: “Es para mí una prioridad absoluta fortalecer Europa lo más rápidamente posible, para que logremos la independencia de los Estados Unidos de América paso a paso…, está claro que a los estadunidenses —en cualquier caso, a estos estadounidenses, a esta administración—, en su mayoría no les importa el destino de Europa. Según las declaraciones hechas esta semana queda claro que Washington es relativamente indiferente al futuro de Ucrania”. Tras el colapso de la coalición del socialdemócrata Olaf Scholz, el próximo mandatario alemán, de 69 años de edad, prometió a sus seguidores que su gobierno significa hacer que Alemania “volverá a ser gobernada de forma fiable”.
No obstante, la decisión de Merz para seguir apoyando a Ucrania, en sus primeras palabras tras conocer el resultado de los comicios comentó que aún es prematuro hablar del “despliegue de tropas alemanas en territorio ucraniano como parte de una misión de mantenimiento de paz”.
Por su parte, y muy a su manera de distorsionar la realidad cuando se refiere a personajes y situaciones de otros países en relación con EUA, Donald Trump ignoró las declaraciones de Mertz y “aplaudió” la victoria de los conservadores germanos por medio de un mensaje en su red social Truth Social: “Al igual que Estado Unidos, el pueblo de Alemania se cansó de la agenda sin sentido común, sobre todo en energía e inmigración, que ha prevalecido en ese país durante tantos años”. Así es el magnate. El mundo no es como es, sino como él quiere que sea.
Mentiras o suposiciones aparte, el hecho es que la Unión Democrática Cristiana se impuso en las elecciones generales al Bundestag (Cámara de diputados) y la segunda fuerza política resultó la derechista Alternative fur Deustchland (Alternativa para Alemania), lo que representa el triunfo más importante de la extrema derecha en el país desde la Segunda Guerra Mundial.
De acuerdo a resultados preliminares en 296 de los 299 distritos electorales, la CDU obtuvo 28.5 por ciento de los votos, seguido de la AFD con 20.9 por ciento, y el Partido Social Demócrata (SPD) —al que pertenece el actual canciller Olaf Scholz—, con 16.4 por ciento, lo que representa casi 10 puntos menos de los que obtuvo en 2021, cuando obtuvo 25.7 por ciento de los sufragios. En cuarto lugar quedó el partido Grune (los Verdes), con 11.75 de las preferencias ciudadanas; enseguida Die Linke (la Izquierda, heredera del partido comunista) con 8.5 por ciento, lo que les asegura un lugar en el parlamento. Sin embargo, el BSW y FDP obtuvieron 4.9 por ciento y 4.4 por ciento respectivamente, lo que les imposibilita un escaño, pues el mínimo es 5 por ciento.
Aunque Merz y sus seguidores esperan formar rápidamente gobierno, la realidad es que se enfrentan a difíciles negociaciones para conseguir una coalición y a la perspectiva de un Bundesliga adverso. Los ganadores pretenden aliarse con el SPD, del derrotado Scholz. Sin embargo, esta posibilidad se da tras una campaña muy reñida que puso de manifiesto profundas divisiones políticas, en particular sobre la migración. Aparte de que el SPD, en condiciones de revancha por su peor resultado en la posguerra, podría poner un precio muy alto a cualquier acuerdo.
En estas condiciones, los ganadores tendrían que buscar una coalición con las demás fuerzas políticas para conseguir los 316 escaños que le hacen falta para alcanzar la mayoría de 630. Además, tanto Merz como los líderes de otros partidos pusieron en claro que no tomarían parte en ninguna negociación con la AFD, aunque la lideresa derechista, Alice Weidel, aseguró que su “mano siempre está extendida para entrar al gobierno y hacer realidad la voluntad del pueblo”, convencida de que el resultado de domingo solo era el principio de otros logros electorales y recalcó: “la próxima vez seremos los primeros”.
Entretanto, no está claro si Merz necesitará uno dos socios para lograr la mayoría en el Buundestag. Por lo mismo, tampoco hay seguridad en el futuro de los partidos pequeños, lo que podría complicar la aritmética parlamentaria. Una coalición a tres seguramente sería más difícil de manejar, lo que implicaría mayores problemas para comprobar la capacidad de Alemania con un liderazgo claro.
Lo cierto es que casi 59 millones de alemanes fueron convocados a sufragar, lo que hicieron con una gran mayoría: más del 83 por ciento depositó su voto, el mejor porcentaje desde la reunificación del país en 1990.
Los analistas adelantan que Alemania necesita una alianza con los escaños suficientes para contar con una mayoría no tan fragmentada. De ser así, posiblemente Merz tendrá problemas para ejercer el poder con eficacia, sin debilitamientos. De otra suerte, en tiempos de inflación desde hace tres años, cuando empezó la invasión de Rusia a Ucrania, con la amenaza de un Vladimir Putin agresivo y ahora apoyado por Trump que le da la espalda a la OTAN y a Europa y con la ultraderecha fortaleciéndose dentro y fuera de sus fronteras, la Alemania reunificada necesita encontrar su centro lo más pronto posible. Sin embargo, las pasadas elecciones expusieron a una sociedad fragmentada y a un gobierno debilitado. Es el escenario perfecto para el ascenso de partidos radicales que deciden aprovechar la polarización y los momentos de necesidad para ofrecer salidas fáciles que suenan atractivas a los electores. Un enemigo común, un discurso apasionante. Un flautista de Hamelin que aturde los oídos tanto de menores como de mayores. El retobado nacionalismo que pretende salvar y preservar lo propio en momentos de incertidumbre. Y el de ahora lo es claramente. Una melodía pegajosa que atrae y provoca para lanzarse, sin percatarse, a un precipicio que parece no tiene fondo.
Del próximo gobierno germano dependerán decisiones clave no solo para la sociedad local, sino para Europa en su conjunto y, más aún, con visa a la construcción de un nuevo orden mundial, que el extravagante mandatario estadounidense quiere implantar a trochemoche. La competencia global y la línea agresiva de confrontación emprendida por el residente de la Casa Blanca es compartida por otros imperialismos no occidentales. El futuro para Alemania, para Europa y la otra gran parte del mundo es incierto.
Friedrich Merz tendrá que hacer uso de su experiencia empresarial como si fuera un avezado político capaz de enfrentar a Trump, a Putin, a Jinping y otros. Muy rápido deberá demostrar que su regreso al Bundestag en 2021 y al liderazgo de la CDU lo han capacitado para tan ingente tarea. El Viejo Continente necesita un fuerte liderazgo. Hay demasiados lobos disfrazados de ovejas que únicamente buscan un botín para su cueva. VALE.