“MODELOS: Movimiento de afuera hacia adentro. (Actores: movimiento de adentro hacia afuera.). Lo importante no es lo que muestran sino lo que me esconden, y sobre todo aquello que no sospechan que está en ellos. Entre ellos y yo: intercambios telepáticos, adivinación”
(Robert Bresson: Notas sobre el cinematógrafo)
Tongolele, su verdadero nombre: Yolanda Yvonne Montes Farrington (3 de enero de 1932, Spokane, Washington, Estados Unidos-16 de febrero de 2025, Puebla, México), me recuerda la película, sí, ella me recuerda la película, Lola Montes (Francia, 1955) de Max Ophüls, con Martine Carol, un himno al eterno femenino, si se me permite expresar la opinión general, al eterno femenino, en si, representado, no por el personaje interpretado por Martine Carol, sino por el eterno femenino interpretándose a sí mismo. Es decir, Martin Carol interpretó a Lola Montes, pero, no era Lola Montes. Tongolele se interpretó a sí misma, porque era Tongolele (Yolanda Yvonne Montes Farrington).
Emilio García Riera escribió, creo que suponiendo la relación entre realizador y actriz en el proceso de rodaje (movimiento de afuera hacia adentro y movimiento de adentro hacia afuera): “El universo creado por Ophüls (en Lola Montes) está presidido por una idea dialéctica del movimiento: Movimiento de la cámara por un lado; movimiento de los elementos fotografiados por el otro. Así, el equilibrio total del film se consigue a través de una suerte de equilibrio perpetuo que afecta a cada una de las imagenes tomadas por separado. El diálogo carece de las precisiones que suelen establecer el guión cinematográfico tradicional. Constantemente oímos palabras y frases sueltas, sin una aparente relación con la trama. En realidad, ese diálogo disperso, anárquico, sirve eficazmente a la construcción rigurosa del film, por cuanto contribuye a evitar que nuestra atención se fije en lo meramente anecdótico. (…) En último análisis, Lola Montes representa una experiencia revolucionaria”.
Muy cierto, la película Lola Montes, como Tongolele, en las películas en que trabajó, nos transportan a esos instantes de placer de hacer y de ver cine, dejándonos llevar por la fascinación de la contemplación de la mujer liberada, que no libertina. Toda la frivolidad queda fuera ante el encanto de la puesta en escena cinematográfica, sobre la mujer que escandalizó a la sociedad conservadora europea de aquella época (Tongolele también escandalizó a la sociedad conservadora mexicana de aquellas décadas. Se decía que era el diablo, cuando bailaba).
Han matado a Tongolele (México, 1948) de Roberto Gavaldón, es una “comedia teatral e intriga policiaca, (que) tiene el interés -escribieron los expertos- de mostrar en un papel principal a la bailarina ‘exótica’ Yolanda Montes, Tongolele, que hizo furor (con toda razón) en el teatro frívolo”. En El rey del barrio (México, 1949) de Gilberto Martínez Solares, con Germán Valdés y Silvia Pinal, Tongolele, en una secuencia de antología, baila exótica y suculentamente, en unos momentos acompañada de Tin Tán. En Amor de locura (México, 1953) de Rafael Baledón, intrepreta a Aldara, bailarina exótica, pero en realidad se interpreta a ella misma.
En Música de siempre (México, 1958) de Tito Davison, un musical, aparece ella misma, espléndida, ejecutando una danza sublime y seductora, propia de su incomparable hacer de ese arte una expresión corporal al estilo, valga la comparación y diferencias coreográficas, de la insuperable Cyd Charisse.
Tuve el gusto de conocerla, en la casa de mi amiga Brigita, viuda del maestro Raúl Anguiano, de quien fue su alumna, en el arte de dibujar y pintar. Siendo discípula avanzada del mí amigo Raúl Anguiano he de intuir que dejó muy buenas obras plásticas. Cuando llegó, la saludé y le dije: “Tongolele, sigue tan hermosa como siempre”. Al despedirse de Brigita, volteó a verme, notando que la seguía con la mirada. Me vió tan fijamente que sentí que me invitaba a no sé que me imaginé.
Hay de danzas a danzas, como la danza de la muerte, un tema frecuente en toda la historia del arte. En pintura, aparece como una reflexión moral sobre la caducidad de la vida terrena. Recuerdo esa danza de Tongolele en la que aparece seguida y rodeada de calacas, como, quizás, la musa Terpsícore, burlándose de ellas, bailando mambo, al son de los bongos. La recuerdo ejecutando danzas eclécticas, mezcla se bailes tahitianos, caribeños y sambeños, llenos de una sensualidad, al borde del delirio erótico, pero de primitiva pureza expresiva, sin par. La recordaré siempre, lanzándome esa mirada hipnótica de sus zacos ojos, en la casa de Brigita, como invitádome a bailar y a algo más que les diré… ¿Qué les diré? ¿Lo diré?


