El Universo Trumpiano
El desorden internacional –quilombo, lo he llamado, que, en lunfardo, idioma argentino, significa tanto prostíbulo como gresca y caos– agravado por Trump como timonel de Estados Unidos, muestra, entre sus manifestaciones más graves e impactantes, la “guerra de aranceles”. La guerra en Ucrania, hoy discutiéndose entre ucranianos y estadounidenses, sin Moscú, pero ya cuestionados por Moscú, ¡en los dominios saudíes del príncipe Mohamed Ben Salman! Y la paz en Gaza y el futuro de los palestinos y del Estado Palestino, que hoy se circunscribe a “negociaciones” inciertas entre Hamas e Israel para revivir un alto al fuego en impasse.
La “guerra de aranceles”, en el inciso específico sobre Canadá, México y –en términos más graves– China, obligó al primer ministro canadiense Justin Trudeau y a la presidenta Claudia Sheinbaum, a “negociar”, cada quien, por su lado, con Trump para que los eliminara. A lo que éste respondió, cicatero, difiriendo por un mes su entrada en vigor.
Sheinbaum –que negoció bien con su homólogo estadounidense– celebró esta suerte de limosna con un mitin de acarreados, al estilo PRI, triunfalista. Los canadienses, por su parte, reaccionaron criticando la medida e imponiendo en represalia de aranceles que afectarían a los consumidores estadounidenses, como es el caso de 1.5 millones de ellos en Minnesota, Nueva York y Michigan que habrían de pagar 25 por ciento más de arancel por la electricidad que reciben de la provincia de Ontario.
El mitin triunfalista de Sheinbaum fue criticado con ironía, grosería, exigencias y aires intervencionistas por el representante estadounidense en la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas. Pero nada más, aunque no es imposible que cuando se publique este artículo haya otras reacciones.
Sin embargo, la imposición por Canadá de aranceles que encarecen sus productos para los consumidores estadounidenses, provocó casi inmediatamente, la reacción de Trump castigando a su vecino del norte con aranceles de un 50 por ciento al aluminio y el acero, el doble de lo previsto. Ah, pero no bien concluyo de escribir este párrafo, cuando el sancionador da marcha atrás y no incrementa los aranceles, a cambio de que Ontario no aumente a los consumidores de Minnesota, Nueva York y Michigan el precio de la electricidad que les vende.
Importa señalar que, paralelamente a esta “guerra de aranceles” con Estados Unidos, Canadá y México se enfrentan, cada uno, a problemas diferentes con ese vecino: a nosotros se nos reclama por la inseguridad, los cárteles y la migración. A los dos, por la producción y contrabando de fentanilo.
Pero, además, Canadá sufre la provocación descarada del propio Trump pretendiendo convertirlo en el Estado 51 de la Unión Americana: Estados Unidos, cuyo territorio incluiría hacia el norte a Groenlandia y al sur, no interesado en los vecinos latinoamericanos, se apropiaría, sin embargo, del Canal de Panamá.

Un nuevo primer ministro
En el contexto de las controversias de Canadá con Estados Unidos, con el gobierno de Trump, ¡con el presidente mismo!, acabó de conformarse la salida de Justin Trudeau de su cargo de primer ministro con la elección de su reemplazo, del Partido Liberal, como premier. Más tarde tendrán lugar las elecciones nacionales que enfrenten a los candidatos de todos los partidos del escenario político canadiense.
Trudeau asumió como líder de los liberales en 2013 y dos años después derrotó a los conservadores gracias a su carisma y a promesas ambiciosas y atractivas para importantes sectores de la sociedad. Pero compromisos incumplidos, su intolerancia y controversias con correligionarios –es muy comentada la que tuvo con Chrystia Freeland, su ex viceprimera ministra y ministra de finanzas– cobraron factura a este político “muy personal y de cuidada imagen, en la que destacaba la elección del color y el diseño de sus calcetines en comparecencias públicas” –dice una nota alusiva del diario catalán La Vanguardia.
Una factura que también cobró a tan elegante y carismático político –en opinión de muchos analistas– fue la antipatía que provoca en Trump: lo aborrece. Quizá envidioso de una elegancia de la que carece el neoyorkino.
Hoy los liberales han elegido nuevo candidato a primer ministro, que reemplazará a Trudeau como “interino”, al economista Mark Carney, exdirector del Banco Central, quien se impuso a otras tres candidaturas, la de la ex vice primera ministra Chrystia Freeland –de la que hice ya un breve comentario–; de la expresidenta del Parlamento, Karina Gould, y la del hombre de negocios de Montreal y diputado Frank Baylis. Carney obtuvo un sonado triunfo, con el 86 por ciento de los votos.
Las elecciones en las que competirá con candidatos de otros partidos, lo enfrentarán a un gran rival, el líder del Partido Conservador, Pierre Poilièvre, que veía factible la victoria tras la dimisión de Trudeau. Antes de la última irrupción brutal de Trump, con sus aranceles exorbitantes y su escandalosa pretensión de hacer de Canadá el Estado 51 de Estados Unidos.
Protagonistas de esta lucha política interna de Canadá lo son también el conservador Doug Ford, primer ministro de la rica en naturaleza y en la industria provincia de Ontario, el que, precipitadamente –por calificarlo con generosidad– celebró el triunfo de Trump, desdiciéndose y lamentándolo de inmediato ante las declaraciones de éste, sobre la anexión de Canadá y la imposición de aranceles.
Este Ford propuso expulsar a México del T–Mec y concertar con Washington un tratado únicamente bilateral, acusando a nuestro país de ser “la puerta trasera de China y sus productos”, incluso el Fentanilo. Propuesta, la de expulsar a México del tratado con Estados Unidos que, en mi opinión, suena a racismo de un político ignorante. Como ignorante y racista es también la primera ministra de la provincia de Alberta, que propuso, asimismo, expulsarnos del T–MEC.
Y, lo más reciente sobre el premier de Ontario y su amenazante decisión de aumentar un 25 por ciento del precio de la electricidad que esa provincia vende a Míchigan, Nueva York y Minnesota, quedó en agua de borrajas, ya que Trump echó atrás su decisión de llevar al 50 por ciento los aranceles al aluminio y el acero. A cambio de dejar sin efecto los mencionados aumentos al precio de la electricidad proveída por Ontario.
¿Y qué de las elecciones? Si bien, los comicios habrían de celebrarse en octubre, es previsible que el primer ministro interino o provisional, Mark Carney, convoque a elecciones adelantadas; y todo hace pensar, que derrotará al conservador Pierre Poilievre, un poderoso competidor, a quien, sin embargo, ha debilitado la irrupción de Trump agrediendo a Canadá y la fuerte presencia de Carney, como experto y prestigiado economista –aunque sin experiencia como político.
Lo cierto es que si las encuestas de popularidad sobre los partidos liberal y conservador, que con un Trudeau desahuciado políticamente, daban un 25 por ciento de ventaja a los conservadores, sondeos de fines de febrero, redujeron a 8 puntos la ventaja de estos sobre los liberales. Lo que, obviamente invita al premier Carney a que adelante la elección.
Por lo pronto, éste ha sabido posicionarse, primero, por su solidez y experiencia como banquero, que, según la politóloga Stéphanie Chouinard, genera confianza. Además, por estar plantando cara a Trump y a Estados Unidos: exigiendo a Washington respeto e indignándose por la pretensión de hacer de Canadá el “Estado 51”.
Veremos como maneja la relación con el país nuestro vecino, hoy en manos de una nefasta trinidad: Trump, Musk y Vance.


