La paráfrasis de la expresión “después de mí el diluvio”, atribuida a Luis XV, rey de Francia, me permite hablar del inevitable presidente del país más poderoso de la tierra y del embrollo que está causando en el mundo -y desde luego en Estados Unidos- con sus acciones.

Ejemplo, entre muchos, son los actos de venganza contra políticos y jueces que “tienen cuentas pendientes” con él: Retiró la custodia policiaca a la ex vicepresidenta Kamala Harris, al ex secretario de Estado Antony Blynken y a los hijos del ex presidente Biden, mientras a éste, a los funcionarios mencionados y a Hilary Clinton les vetó el acceso a información política privilegiada, al que tenían derecho.

Pero no solo ellos han sido objeto de su ira y venganza, también lo ha sido la política republicana Liz Cheney, clave en la justificada persecución penal contra Trump por su intento de anular las elecciones presidenciales de 2020. Lo están siendo, asimismo, los jueces y funcionarios del poder judicial vinculados a los juicios seguidos contra el mandatario por fraude financiero, comprar el silencio de una de sus conquistas femeninas y sustraer de la Casa Blanca documentos confidenciales que guardaba en su residencia de Mar-a-Lago. ¡Un cúmulo de cincuenta acusaciones!

Una venganza que, por otro lado, indultó a la turba que, azuzada por él, asaltó el Capitolio en Washington. Y todo, subraya el artículo “La irreprimible necesidad de venganza”, de Michel Colomès en Le Point, en medio de una letanía de amenazas.

De los innumerables asuntos de la agenda sin pies ni cabeza de Trump, hoy destaca, en primer lugar, el de la guerra en Ucrania, que el mandatario afirmó lograría darle término “en 24 horas”. Pero lo que está sucediendo hasta hoy, ha sido la humillación al presidente ucraniano Wolodimir Zelynsky, la conversación telefónica de Trump con Putin, y la negociación de una tregua entre Kiev y Moscú, en conversaciones celebradas en Riad, bajo la batuta de Estados Unidos y la participación, ¡por separado!, de los representantes de Rusia y de Ucrania.

Lo cierto es que el 26 de marzo, mientras escribo este artículo, no está claro si el alto al fuego que se estaba negociando ha empezado. Rusia y Ucrania se contradicen sobre su inicio en territorio ucraniano, así como en el Mar Negro; y, desde luego, Bruselas rechaza la exigencia del Kremlin, de eliminar las tarifas y sanciones de los aliados occidentales de Ucrania a las exportaciones agrícolas rusas en el mercado internacional. Con lo que no puede hablarse, en realidad, de haberse alcanzado un acuerdo.

En un procedimiento tan desaseado, en el que Steve Witkoff, representante de Trump para los temas de Ucrania y Medio Oriente, ignora cuáles son las provincias y regiones del país este europeo y da por válidas las informaciones que obtuvo por informantes “de buena fe”, en el sentido de que en las provincias ucranianas que Rusia quiere apropiarse, la población desea vivir bajo el control del Kremlin.

Mientras esperamos clarificaciones, considero de particular interés referirme a la publicación “¿Qué le debe Donald Trump a Rusia?” (10 marzo, 2025. Por David Gómez) de El Orden Mundial (EOM), del prestigioso medio de análisis internacional en español. La publicación abunda en datos y comentarios que revelan los múltiples negocios y relaciones del mandatario estadounidense con Moscú, desde 1986, la afinidad de éste con Putin, “hombre fuerte”, al que admira; y, nos hace suponer -¿estar ciertos?- de que prefiere coexistir con Rusia como potencia que con Europa.

Tema, igualmente clave en el escenario internacional y en la presidencia de Donald Trump, es el de Medio Oriente: Israel, los países árabes, en especial Saudi Arabia y el resto de las monarquías del Golfo, Jordania, Egipto, Irán. Y los palestinos y Gaza. Más Turquía, por si fuera poco.

El tema de mayor visibilidad -y gravedad en términos humanitarios y de política- es el de Gaza y los palestinos. Para empezar porque -sin que hagamos caso omiso a las graves responsabilidades de Hamas- Netanyahu ha vuelto a atacar brutalmente en Gaza, sin que se vislumbre solución. El número de muertos de entre los gazatíes sigue aumentando y estos continúan siendo obligatoriamente desplazados, a fin de que el territorio quede vacío, en manos de Israel y ¡hasta incluso devenir La Riviera de Medio Oriente, el resort de lujo, capricho de Trump! Y los palestinos desplazados de su tierra y de su patria, en la errancia.

Habrá que ver si los países árabes, con Arabia Saudita a la cabeza, impiden el despojo y lo que, quiérase o no, constituye una suerte de limpieza étnica de los palestinos. Olvidándose, para siempre de la solución de dos Estados: Palestina e Israel, conviviendo en paz.

Y antes de pasar a otro tema, destaco dos noticias sobre Israel: la primera se refiere a la conferencia internacional sobre antisemitismo, que se está celebrando en Jerusalén. En ella participan Jordan Bardella, presidente de Reagrupamiento Nacional, el partido francés heredero de la formación que creó el antisemita y negacionista del Holocausto Jean-Marie Le Pen. También acudirá su nieta preferida, Marion Maréchal, eurodiputada y vicepresidenta del ultranacionalista Reconquista. Pero no solo ellos, sino parlamentarios de Vox, el partido ultra español y representantes de Orban, el premier húngaro, Caballo de Troya en la Unión Europea. Una conferencia que culminará con el discurso estrella de Benjamín Netanyahu. ¡La extrema derecha, otrora antisemita y pronazi, en camaradería con Israel!

La otra noticia que amerita comentario, informa que el Gobierno de Netanyahu aprobó una ley que le da control político en el nombramiento de jueces. De suerte que el Gobierno mexicano no está solo en la política de someter al poder judicial y a los juzgadores, al control del poder ejecutivo. Y Trump también lo está intentando.

El Medio Oriente y sus confines sufren otros sismos geopolíticos: en Turquía, donde el presidente Recep Tayyip Erdogan, a quien la prensa en Europa llama “Vladimir Putin del Bósforo”. Encarceló a Ekrem Imamoglu, alcalde de Estambul y serio contendiente del mandatario en las próximas elecciones. Lo que resulta lamentable para Turquía, eterna candidata a la Unión Europea y para Erdogan, un político mundialmente prestigiado.

Irán es otro espacio geopolítico de importancia, con el que el Trump de su primera presidencia se enemistó, echando por la borda el pacto nuclear cuidadosamente armado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania con el régimen de los ayatolás. Hoy Trump desea renovar el pacto, pero se encuentra, por el momento, vetado por el Imam Alí Jamenei, líder supremo. Sin embargo, políticos importantes y la sociedad presionan para que se dé el acuerdo.

La actividad internacional del mandatario estadounidense ha tenido lugar en una suerte de escaparate: resulta que el Gobierno discutió planes secretos de guerra en un chat en el que incluyó por error a un periodista, Jeffrey Goldberg, director de The Atlantic. Y no solo eso, sino que, entre las filtraciones aparecieron comentarios injuriosos a Europa y la Unión Europea. Entre otros, este comentario, textual de Trump, fechado el 27 de febrero: “la Unión Europea se creó para joder a Estados Unidos y ese es su propósito” (Pablo del Amo. Europa ante el desafío de Trump, ¿acomodación o autonomía? Informe Elcano, marzo 2025).

Bruselas y los europeos, conscientes de ello y de que no contarán con el apoyo de Washington ante situaciones bélicas, están asignando montos multimillonarios para un serio rearme -Alemania hizo a un lado toda prohibición y se está armando. Al tiempo que, en no pocos países hay temor a una guerra: Como en los años 70, se sugiere la adquisición de provisiones de emergencia y habilitar refugios en los domicilios.

En Latinoamérica se está dando una fuerte presión, no solo sobre México sino también sobre Centroamérica, para que reciban y, en su caso, reenvíen a inmigrantes expulsados de Estados Unidos, a sus países. Así lo hace Honduras, mientras el impresentable presidente salvadoreño, Nayib Bukele, recibe y encarcela migrantes, supuestamente delincuentes, mediante cuantiosos cobros a Washington.

Queda por comentarse que México, al margen de negociar -capotear- con Trump los aranceles, debe echar a andar -si no lo ha hecho- una fuerte estrategia con Europa, a fin de dar plena vigencia al acuerdo comercial -y de diálogo político- que tenemos ya con la Unión Europea. Y nuestra puerta de entrada es España, que tiene ya un 10 por ciento de su población, de origen latinoamericano.

Y no está por demás que el rey Carlos III de Inglaterra, conquiste, empleando su soft power, que tan bien le sale, a Trump. Quien, por cierto, ha dicho que le cae de maravilla el rey.