Por la rapidez y la profundidad de los acontecimientos en América del Norte —Canadá, Estados Unidos de América y México, y buena parte del resto del planeta—, nadie puede negar las posibilidades de que en algún momento únicamente los héroes ficticios de películas y de folletines podrían resolver los graves problemas de la región. No es exageración, sino una posibilidad que surge del estrambótico rumbo que ha impreso a las relaciones internacionales el “recargado” presidente de Estados Unidos de América (EUA), Donald John Trump, en su segundo mandato que inició en el mes de enero pasado. Segundo mandato que a muchos se les hacía casi imposible pudiera suceder, aunque nadie puede asegurar que, en varios casos, las “órdenes ejecutivas” del mandatario estadounidense fracasen o sean un éxito para lograr que “América sea grande otra vez”. Ese es el quid del asunto, que ya ha provocado un fuerte giro en el curso de las relaciones internacionales. El “nuevo orden” según Trump.

Mientras  son peras o manzanas, y se sopesan en forma realista las “órdenes ejecutivas” del magnate, éste ha puesto de cabeza a la Tierra, con el asunto de los aranceles a casi todos los países del globo, aparte de sus pretensiones de conquistador de las galaxias, o de reconquistador del Canal de Panamá, o de Canadá como Estado 51 de la Unión o de promotor turístico de la Franja de Gaza para “ricos selectos”, o por lo menos para crecer territorialmente más allá de sus vecinos naturales, llámase China o los viejos aliados de Europa, que ahora afirman que el Tío Sam ya no es “alguien de confiar”, sino todo lo contrario.

En castizo, Trump quiere hacerse, entre otras aspiraciones, de los 2,175,600 km2 de Groenlandia —la isla más grande del mundo, aparte de Australia que es una masa continental—, que legal e históricamente existe como nación autónoma dentro del Reino de Dinamarca. La población local suma poco más de 56,000 personas, tiene gobierno propio con representación en el parlamento danés. Su posición es estratégica militarmente hablando, aparte de su riqueza mineral difícil de explotar por las condiciones climáticas que imperan en su territorio. La mayoría de las recientes encuestas demuestran que la población es contraria a formar parte de EUA, y sus autoridades exigen que el gobierno de Donald Trump los respete como una nación independiente.

De tal suerte, no hay seguridad de que, pese al poderío estadunidense, ni el Capitán América, ni el verde y fortísimo Hulk, superhéroe ficticio de Marvel Cómics, invadan por la fuerza territorio canadiense, ni las gélidas extensiones groenlandesas donde sus habitantes han manifestado que en su país no existe ni el más mínimo interés en pasar a formar parte de las estrellas del lábaro estadounidense.

En este escenario, México ya cuenta con su defensora nacionalista, que a su vez se apoya en el famoso personaje ficticio de folletín llamado Kalimán, acompañado, a su vez, por el pequeño Solín. El superhéroe de la radio primero y después de revista, que se hizo famoso en los años 60 del siglo pasado, ha sido recordado en los días recientes por la presidenta de México, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo. La mandataria recordó que en años de juventud uno de sus pasatiempos favoritos —que sirvieron en “la formación de su generación”— era leer semanalmente a Kalimán, antecedente del “nuevo humanismo mexicano” proclamado por la Cuarta Transformación.

Ha dicho la mandataria que para enfrentar las propuestas de Donald Trump hay que tener “serenidad y paciencia”, como enseñaba el “hombre increíble” que era afecto a actuar “con mucha paciencia” … De hecho, el famoso telépata, telequinesista y levitante además de paciencia, aseguraba que “el que domina la mente, domina todo”, así como “sólo el cobarde muere dos veces”, y que “siempre hay un camino cuando se usa el camino de la inteligencia”, o, en fin, que “el valor consiste en vencer el miedo”. De tal forma, los mexicanos ya no se preocupan por el futuro del enfrentamiento de la señora Sheinbaum Pardo, pues está defendida por “todo un pueblo valiente” que sabe que “la inteligencia es la mayor fuerza bruta” y que “aquel que no toma riesgos, nunca gana”.

Los canadienses, que son menos afortunados que los mexicanos no cuentan con un Kalimán, y decidieron irse por otros caminos para contrarrestar al imperioso Donald Trump. Y decidieron cortar por lo sano: cambiar de dirigente nacional que además, no era un personaje bien visto por el mandatario estadounidense desde su primer periodo. Justin Pierre James Trudeau, en el cargo de primer ministro desde el 4 de noviembre de 2015 y líder del Partido Liberal, fue el que pagó los platos rotos, se vio en el trance de renunciar al cargo, quemado por su baja popularidad y sobre todo por su cuestionada gestión frente a las amenazas e intimidaciones del Donald Trump. Además, no contaba con las enseñanzas de Kalimán, ni “con la serenidad y paciencia” del “hombre increíble”. Fin de la historia.

En estas circunstancias, en medio de una grave crisis política en la relación bilateral entre Canadá y Estados Unidos de América, el Partido Liberal canadiense nombró el domingo 9 del mes en curso al economista, católico practicante, Mark Joseph Carney, tecnócrata y banquero con mucha experiencia en los mercados financieros —aunque sin conocimiento de los laberintos políticos, que tampoco son indispensable pues Trudeau los tenía pero el magnate prácticamente lo sacó del poder—, para reemplazar al hijo del famoso Pierre Trudeau ex primer ministro canadiense, como líder y cabeza del gobierno que tendrá que enfrentar al belicoso republicano Donald Trump en pocos días más, quizás el próximo jueves 13 o el viernes 14 de marzo.

El panorama que le espera al ex banquero no es nada halagüeño. Justin Trudeau, antes de abandonar el cargo dejó a sus antiguos simpatizantes una advertencia nada agradable: “no se equivoquen, éste es un momento que definirá a la nación…la democracia no es algo garantizado…incluso Canadá no es algo garantizado”. El avezado político sabe de lo que se trata. En contrasentido, su sucesor dijo: “ Hemos hecho de este el mejor país del mundo, y ahora nuestros vecinos quieren tomarlo. De ninguna manera”. En cierta forma apoyado por la derrotada Chrystia Freeland, la ex ministra de Finanzas del gobierno Trudeau, que renunció al cargo porque se enfrentó con el ex primer ministro porque este no redujo partidas presupuestales dedicados a beneficios sociales, aclaró: “hay una notable ola de patriotismo en todo nuestro país…todos tenemos un mensaje para Donald Trump esta noche. Canadá nunca será el estado número 51”. Parece que los canadienses no están cruzados de brazos ante la situación.

Carney obtuvo el mayor número de votos de parte de los militantes del Partido Liberal; el 85.9 por ciento del padrón electoral. En la justa dejó atrás a la ex ministra Freeland (8 por ciento); a la antigua jefa de la Cámara de Gobierno, Karina Gould (3.2 por ciento); y al ex empresario Frank Babel (3.0 por ciento). Asimismo, el ganador logró recaudar la mayor cantidad de dólares canadienses que los tres juntos. Será, además, el primer ministro canadiense sin ser legislador y sin haber tenido experiencia de gobierno en el gabinete.

Cuando Carney fue cabeza del Banco Central de Canadá y, en 2013 se convirtió en el primer extranjero en dirigir los destinos del Banco de Inglaterra desde su fundación en 1694 (hace 331 años), tuvo la “suerte” de desenvolverse en escenarios de crisis. Su nombramiento recibió elogios bipartidistas en el Reino Unido de la Gran Bretaña después de que Canadá se recuperara de la crisis financiera de 2008 más rápido que muchos otros países. Ahora, este nuevo liderazgo lo recibe en un momento de máxima tensión. La “guerra comercial” desatada por el magnate y sus comentarios sobre convertir a Canadá en el estado 51 de EUA han provocado a los canadienses, quienes han abucheado el himno estadounidense en los partidos de NHL y la NBA. Algunos han cancelado viajes al sur de la frontera y muchos boicotean los productos estadounidenses —como las bebidas alcohólicas, de preferencia el whisky—, en todo tipo de tiendas. Sin duda, después de décadas de estabilidad bilateral la reciente votación de los liberales se consolidó sobre el próximo líder canadiense quien sería el que está mejor preparado para enfrentar no a EUA, sino al “hombre naranja”.

Por ello se entiende que el elegido para ser ratificado en las próximas elecciones generales, en el mes de octubre de este mismo año, exponga que Canadá debe combatir los aranceles de Trump con represalias de dólar por dólar y diversificar las relaciones comerciales a mediano plazo. Mientras tanto, Carney obtuvo un respaldo tras otro de ministros del gabinete y miembros del gabinete desde que declaró su candidatura en enero pasado. Todos reconocen que es un economista altamente preparado con experiencia en Wall Street que ha estado interesado durante mucho tiempo en ingresar a la política y convertirse en primer ministro, pero las circunstancias no lo habían permitido.

A su vez, los conservadores de la oposición esperaban centrar las elecciones en Trudeau, cuya popularidad disminuyó a medida que aumentaron los precios de los alimentos y la vivienda y creció la inmigración. Aunado a su permanente oposición a escuchar las críticas del personal que mantenía a su lado. No obstante, el propio Trudeau recuperó algo de credibilidad popular al responder de frente al mandatario estadounidense y advertir que “lo que Donald Trump quiere es ver un colapso total de la economía canadiense porque eso facilitaría anexionarnos”.

De todas suertes, Trudeau —que fue insultado públicamente por el magnate al llamarlo “gobernador” y no Primer Ministro, e incluso tomar este asunto a broma—, estuvo de acuerdo con los más pesimistas que especulaban con la idea de que los aranceles podrían ser el primer disparo de Trump en la guerra económica para someter a Canadá: aranceles, más aranceles, sanciones y finalmente, un embargo”.

Incluso el periódico The New York Times “advirtió sobre unas conversaciones en las que la presión ha ido escalando, al punto de que Trump les había manifestado su deseo de Volver a fijar la frontera entre ambos países, alegando que los tratados firmados (11 en total, hace más de un siglo) tenían que ser revisados”. Todo es posible. Trump no sacia su apetito por “hacer a EUA grande otra vez”.

Mark Joseph Carney nació el 16 de marzo de 1965 en Fort Smith, Territorios del Noroeste, y se crió en Edmonton, Alberta, Canadá. Sus padres fueron profesores. Tiene tres nacionalidades: canadiense, irlandesa y británica, y renunciará a estas dos últimas para definirse cien por ciento canadiense a partir de su nuevo cargo. Además de ser la única persona del mundo en ocupar la dirección de dos bancos centrales: el de Canadá y el de la Gran Bretaña, antes de obtener la ciudadanía británica, ha sido versátil en otros puestos de trabajo: durante 13 años estuvo en Goldman Sachs en Nueva York, Londres y Tokio. Fue presidente del Consejo de Estabilidad Financiera, que coordina las labores de las autoridades reguladoras de todo el mundo. Está responsabilidad coincidió con la primera presidencia de Trump. Estudió economía en la Universidad de Harvard.

Los canadienses no olvidan que Carney colaboró en 2008 a que el país superara la crisis económica como gobernador del Banco Central. Además, una nueva encuesta sugiere que más de una cuarta parte de los canadienses, el 27 por ciento considera a EUA como el enemigo a vencer. La suerte está echada. VALE.