En la penumbra de una historia escrita con la tinta del oro negro, la noche del 18 de marzo de 1938 se convirtió en el escenario de una decisión trascendental: La expropiación petrolera en nuestro país, proclamada por el Presidente Lázaro Cárdenas. Este acto cargado de valentía y visión de futuro, no sólo redibujó el mapa económico  y político del México moderno, sino, que también redefinió su identidad y soberanía.

Acto que no fue únicamente un movimiento estratégico para la soberanía nacional, sino que desencadenó una serie de eventos que replantearon las relaciones mexicanas tanto en el ámbito interno, como en el internacional.

El petróleo había sido por largo tiempo el tesoro resguardado en las entrañas de la tierra mexicana. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la sed insaciable por el oro negro llevó a las compañías petroleras extranjeras a posar sus ojos sobre México, un país cuyas vastas y aún inexploradas reservas prometían abundantes riquezas. Atraídos por esta espectativa, magnates del petróleo llegaron a nuestro territorio, en donde encontraron un gobierno ansioso por modernizar la nación y dispuesto a abrir las puertas a la inversión extranjera.

Porfirio Díaz, entonces presidente de la república, en su afán de impulsar el desarrollo económico y tecnológico del país, otorgó concesiones de explotación a estas entidades foráneas. Concesiones que se entregaron en un marco jurídico donde la legislación y la infraestructura legal aun no estaba preparada para manejar el impacto y las complicaciones de una industria tan poderosa y estratégica.

Empresas británicas, estadounidenses y holandesas dominaban la escena, explotando no sólo los recursos naturales, sino también a los necesitados trabajadores connacionales.

En el turbulento escenario global de la década de 1930, el mundo se encontraba al borde de profundos cambios políticos y sociales. Europa estaba marcada por el ascenso de regímenes totalitarios que presagiaban la inminente Segunda Guerra Mundial, mientras Estados Unidos, aun preocupado de la Gran Depresión, buscaba revitalizar su economía. En este contexto, el nacionalismo económico ganaba terreno como una respuesta a la incertidumbre generada por la economía global y las tensiones geopolíticas.

Fue en este ambiente de reconfiguración económica y búsqueda de autonomía, donde México bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, decidió dar un paso audaz hacia la soberanía. La chispa que encendió la llama, fue el clamor de los trabajadores, cuyas demandas de justicia laboral desembocaron en un fallo histórico de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, preludio a la intrépida decisión de la expropiación petrolera de 1938.

Los antecedentes de esta importante sentencia de la Corte, fue una serie de conflictos legales entre el gobierno mexicano y las compañías petroleras extranjeras. Conflictos que se intensificaron principalmente por las demandas de mejoras laborales y salariales por parte de los trabajadores petroleros mexicanos, que culminaron en emplazamientos a huelga y demandas laborales.

En 1937 la Suprema Corte decidió sobre una huelga de los trabajadores por el reclamo de mejores condiciones de trabajo. Las compañias petroleras solicitaron a la Corte que declarara ilegal la huelga. La Corte en aplicación de la ley laboral mexicana resolvió a favor de los trabajadores.

A pesar de las presiones internacionales, la decisión de la Corte demostró la correcta aplicación de la legislación laboral mexicana. Ese fallo fue un factor que consolidó la posición del gobierno del Presidente Cárdenas para proceder con la expropiación, pues evidenció que las compañías extranjeras no estaban dispuestas a acatar íntegramente las leyes mexicanas, tanto laborales como fiscales.

El acto de expropiación anunciado con la solemnidad de un decreto, fue un grito de independencia económica. El Pesidente Cárdenas, en un discurso que resonaría a través de generaciones, apeló a la necesidad de recuperar los derechos usurpados por intereses foráneos.

Es importante recordar que cuando el gobierno de Cárdenas decidió nacionalizar la industria petrolera, enfrentaba el desafío de indemnizar a las compañías petroleras expropiadas. En ese entonces nuestro país no tenía suficientes reservas monetarias para pagar de inmediato las indemnizaciones requeridas. Razón por la cual el presidente hizo un llamado a la población para que apoyara económicamente esta causa nacional.

La respuesta fue un movimiento patriótico sin precedentes, connacionales de todas las clases sociales empezaron a donar dinero, joyas y objetos de valor. Estas contribuciones simbolizaron un esfuerzo colectivo y voluntario del pueblo mexicano, que sumó una cantidad significativa. Acto que fue el reflejo de un fuerte sentimiento de unidad nacional, momento de gran importancia histórica y emotiva para México.

La frase del discurso presidencial: “La nación respondió con un mosaico de monedas y joyas, un tributo popular para compensar a aquellos gigantes del norte y del viejo mundo”. Hizo referencia a esta patriótica respuesta.

Bajo el amparo de la Constitución de 1917 y la Ley de Expropiación de 1936, la expropiación se erigió sobre cimientos de legalidad indiscutible. La Corte y los tribunales como fieles guardianes de la justicia, se pronunciaron como bastiones de los principios constitucionales, despejando el camino hacia una industria petrolera para los mexicanos.

La expropiación petrolera no fue solo un acto de soberanía, fue una declaración poética de independencia, un lienzo en el que se pintó el espíritu inquebrantable de México.

El resonante triunfo de la expropiación petrolera de 1938, que simbolizó un rescate audaz de la riqueza petrolera de México, se ha visto ensombrecida por desafíos administrativos y financieros que han mermado su potencial. A lo largo de décadas, la gestión ineficaz y los problemas estructurales, han llevado a Pemex, alguna vez estandarte de la industria, al borde de la insolvencia.

Este contraste se hace aún más palpable cuando se observa a otras naciones, con reservas petroleras menos abundantes, han escalado hasta convertirse en potencias globales, gracias a políticas de gestión sostenible y estrategias de inversión prudentes. La historia de Pemex es un recordatorio elocuente de que la posesión de recursos naturales, por vastos que sean, no garantizan el éxito económico, sin una adminstración competente y transparente que asegure su sostenibilidad a largo plazo.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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