Dadas las circunstancias, tal parece que el presidente de Estados Unidos de América (EUA) tiene el poder suficiente para imponer, a su conveniencia, todo lo que se le ocurra al resto del mundo con la consigna Make America Great Again (MAGA: Hacer grande a Estados Unidos otra vez), con todas las consecuencias que esto implica. La frase, nada original, dio de lleno en gran parte de la población estadounidense desde la primera campaña presidencia de Donald Trump, propósito que no obtuvo con Ronald Reagan que fue el primer republicano que la incorporó a sus promesas electorales. El magnate pegó de jonrón desde su inscripción como aspirante a la Casa Blanca. Su triunfo en 2016 fue el primero paso, y en entrevista reciente, aclaró que no “bromea” al requerírsele si “buscaría una tercera reelección.
La Constitución lo prohíbe, pero él asegura que hay medios para lograrlo. Su sueño es emular al presidente Franklin Delano Roosevelt, que fue elegido presidente en 1932, y reelegido otras tres veces en 1936, 1940 y 1944. Murió en 1945 y lo sustituyó en el cargo Harry S. Truman. Por cierto, Truman es el único presidente en el mundo que autorizó el lanzamiento de la bomba atómica sobre dos ciudades de Japón durante la Segunda Guerra Mundial, en ese fatídico año.
Ahora, en 2024, basado en su lema de batalla, Trump quiere convertir a EUA como el eje del mundo, al precio que sea. Del 20 de enero pasado, cuando juró por segunda ocasión como el 47° presidente de la gran potencia, a la fecha, el hombre naranja ha logrado que un buen número de mandatarios hagan frente a las demandas económicas y territoriales que pretende llevar a cabo contra todos los “que han abusado de su país”, con aranceles a su conveniencia y otras exigencias: recobrar el Canal de Panamá, y anexar unos cuantos kilómetros de extensión, como los de la isla más grande de la Tierra, Groenlandia (que forma parte de Dinamarca) y, si es posible, que Canadá proporcione otra estrella al lábaro estadounidense como el estado número 51. Y, de paso, incluiría a México; la historia cuenta como el vecino del norte se apropió de dos millones 300 mil km2 de territorio mexicano. Lo equivalente a las superficies de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica. Nada más.
¿Hasta dónde llegarán las tropelías territoriales de Trump? ¿Groenlandia caerá en las redes estadounidenses? El mundo ya olvidó el escrito del pastor luterano Martín Niemoller: “Primero vinieron por los socialistas y guardé silencio porque no era socialista…Lugo vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío…Luego vinieron por tí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre”. ¡Qué triste! Pero así sucedió en Europa hace poco más de 80 años.
No hay que esperar a que se cometa el latrocinio de Trump con Groenlandia, ni con Panamá, ni con México, ni con…los demás. El magnate se está manifestado peor que los nazis cuando fueron por los judíos y por los que no se doblegaban a sus demandas. No hay que ser comodinos y esperar la “magnanimidad” del hombre naranja. A fait accompli únicamente actúan los de la 4T.
Buen bocado quiere echarse al buche el racista y soberbio presidente estadounidense descendiente de alemanes. Sin duda, como lo expresó el escritor francés Michel de Montaigne: usualmente la estupidez va de la mano con la soberbia. O como clasificaba el economista italiano Carlo María Cipolla a los seres humanos: los estúpidos hacen cosas que no benefician a nadie, perjudican a otras personas y a menudo también dañan al propio estúpido. El escritor lo explica mejor en su obra Las leyes fundamentales de la estupidez humana.
Desde su primera estadía en la Casa blanca, Trump manifestó una rara afinidad y admiración por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el invasor de Ucrania con el que quiere “pactar” la paz en petit comité, repartiéndose el botín de la guerra a costa de los intereses ucranianos. En reciprocidad, el autócrata moscovita dio hace pocos días, durante el Foro Internacional del Ártico, desarrollado en la ciudad rusa de Murmansk, el espaldarazo al magnate, diciendo que el interés del mandatario estadounidense por apropiarse de Groenlandia tenía “raíces históricas desde hace mucho; es obvio que están creciendo el papel y la importancia del Ártico tanto para Rusia como para el resto del mundo…Todo el mundo está pendiente de los planes de Estados Unidos de anexarse Groenlandia. Pero esto parece sorprendente sólo a simple vista y sería un error creer que se trata de algún tipo de ocurrencia extravagante de la nueva administración estadounidense. No es así. Ya en el siglo XIX, EUA tenía planes parecidos para anexionarse Groenlandia e Islandia, aunque entonces el Congreso no apoyó a la Casa Blanca”.
En 1910 —recordó Putin—, “se preparó un acuerdo trilateral para intercambiar territorios entre EUA, Alemania y Dinamarca, el cual establecía que Groenlandia pasaría a ser parte de Estados Unidos, pero al final aquel pacto fracasó…(Pero) durante la Segunda Guerra Mundial, Washington instaló bases militares en Groenlandia para evitar que los nazis la capturaran…Por tanto, estamos hablando de planes serios respecto a la gran isla, unos planes que tienen raíces históricas desde hace mucho. Es obvio que EUA seguirá promoviendo de modo sostenido sus intereses geoestratégicos, político-militares y económicos en el Ártico. En cuanto a Groenlandia, es un asunto que compete a dos estados concretos y nada tiene que ver con nosotros. Solo nos preocupa el hecho de que los miembros de la OTAN perciban el Extremo Norte como plataforma de eventuales conflictos y se preparen para utilizar tropas en esas condiciones”. ¡Cuánta inocencia!
En política internacional, como en la local, nada sucede por mera casualidad. En el caso Rusia-EUA-Groenlandia, no podía ser diferente. Resulta que Kirill Alexandrovich Dmitriev (un economista ruso que vivió durante más de una década en EUA, y que trabajó en Goldman Sachs y McKinsey), director del Fondo de Inversiones Directas del Kremlin, un fondo soberano de diez mil millones de dólares, y que goza de la relación con una de las hijas de Putin, Vladimir, declaró hace poco que “sopesa la posibilidad de cooperación sobre un número de proyectos en el Ártico que incluye a EUA; nadie ignora que Trump solo negocia con lo que le rinde pingües ganancias. Y ese podría ser el caso para las palabras del que manda en el Kremlin a favor del jefe de la Casa Blanca. Nada más, nada menos.
Parece increíble que el propio Putin haga una “defensa semejante” de los intereses imperialistas de USA. Pero los tiempos que corren son muy diferentes a los de la Guerra Fría. Los antiguos aliados de Washington ahora son los contrapesos de la Casa Blanca, ya no le tienen confianza y no solo por la imposición de los aranceles que pueden (de hecho, ya están en marcha) una “guerra comercial internacional” que nadie sabe en que terminará. El Día de la Liberación, le llama el magnate. Todo es muy confuso.
Groenlandia (Gronland, que significa en el idioma local Tierra Verde), es la isla más grande del planeta con 2.16 millones de habitantes de kilómetros cuadrados (más extensa que el México de nuestros días), y apenas 56 mil habitantes de la etnia inuit (la gente), en el reino de Dinamarca (con 43,094 km2, y casi seis millones de habitantes). Miembro de la OTAN. Su importancia radica en que se encuentra en el Ártico, cuya logística de transporte y sus riquezas naturales cobran relevancia con el inevitable cambio climático que amenaza al globo terráqueo.
Este inmenso territorio rico en uranio, en petróleo (de muy difícil extracción), en zinc y en otros minerales como la anortosita con yacimientos de varios kilómetros de largo y varios de ancho, y “sólo Dios sabe a qué profundidad llega”, como dice Beni Olsvig Jensen, director gerente de Lumina Sustainable Materials, la empresa que explota ese mineral. El problema es que a lo largo y ancho de Groenlandia los fuertes vientos inmovilizan helicópteros y cortan las comunicaciones, las montañas de hielo bloquean los barcos y las temperaturas caen a un nivel tan terriblemente bajo —con frecuencia a 40 grados Celsius bajo cero— que el fluido hidráulico que acciona las máquinas excavadoras de la empresa “se volvía como mantequilla”. De hecho, aunque en la isla hay muchos proyectos de exploración únicamente dos minas trabajan regularmente. El 80 por ciento de la gigantesca isla está siempre cubierta por los hielos.
Los antecedentes “históricos” expuestos por Putin en Murmansk no son cuentos del ruso. Hay datos que lo comprueban, pero que de ninguna forma justifican que EUA pretenda apropiársela. Es cierto que después de la ocupación de Dinamarca durante la II Guerra Mundial por la Wehrmacht (Ejército alemán) los estadounidenses instalaron en Groenlandia en la primavera de 1941 varias bases militares. Un acuerdo estadounidense-danés en abril de 1951, por ejemplo, ya en el marco de la OTAN permitió a USA establecer la poderosa base de Thulé, que fue una de las llaves del sistema de detección de misiles extranjeros. Fue el enclave militar más septentrional de la Fuerza Aérea de EUA. La base incluye al duodécimo escuadrón de alerta temprana de misiles balísticos (BMEWS) diseñados para rastrear y detectar misiles balísticos intercontinentales. Thulé incluye también al tercer destacamento del 22 Escuadrón de Operaciones Espaciales, parte del 50th Space WIG, una red global de control de satélites y muchos nuevos sistemas de armas. Además, cuenta con una pista de aterrizaje de 10,000 pies desde la que se efectúan 2,600 vuelos anuales hacia EUA y otros países del mundo. En esa isla se presenta la velocidad del viento más rápida sobre la superficie del nivel de mar en el planeta. El 8 de septiembre registró una velocidad máxima de 333 km/h (207 mph).
Por estas y muchas otras razones económicas y militares Trump y sus aliados están empecinados en hacer que Groenlandia sea dirigida y explotada por EUA. La reciente visita del vicepresidente de EUA, J.D. Vance, a la isla, realmente fue otro aviso de lo que Trump pretende. El magnate manifestó que el objetivo del viaje es “hacerles saber a los groenlandeses que EUA necesita la isla para garantizar la seguridad internacional. La necesitamos, tenemos que tenerla. Es una isla que, desde una postura defensiva e incluso ofensivo, necesitamos”. Aunque el mandatario reconoció que esta maniobra seguramente no encuentre aprobación entre sus habitantes, pero es “algo que Washington debe hacer. Tenemos que convencerles, tenemos que tener esa tierra”. ¿Se necesita algo más claro o así está bien?
De más está decir que tanto Groenlandia como Dinamarca han enfatizado que el territorio ártico, la isla más grande del mundo no está en venta. Pero, Trump no es alguien fácil de convencer. ¿El mundo dejará que los groenlandeses sean despojados de su tierra? Pronto se verá. Primero los aranceles, después todo lo que el magnate quiera. VALE.


