El pasado 31 de marzo de 2025, en su majestuoso recinto oficial, la Suprema Corte de Justicia de la Nación conmemoró el bicentenario de su instalación. Fue una ceremonia emotiva, plena de memoria y dignidad. Las imágenes convertidas en historia viva, dieron cuenta de los momentos que han cincelado el rostro del Máximo Tribunal del país.

La voz reflexiva e informada del Dr. Rafael Estrada Michel y la palabra firme y contundente de la Ministra Presidenta Norma Lucía Piña Hernández, enaltecieron la ocasión con un tributo al pasado y un llamado al porvenir. Se anunció, como ofrenda para las nuevas generaciones, un micrositio en la página de la Corte, archivo vivo donde reposan los hitos de su historia y los múltiples reconocimientos de que ha sido objeto.

Como símbolo perpetuo, se develó una placa conmemorativa que reza con sobria elocuencia: “1825-2025, Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el Bicentenario de su instalación, el 15 de marzo de 1825, conforme a lo establecido en la Constitución Federal de 1824”. Institución que ha sido balanza, faro y frontera del orden constitucional mexicano.

En el crisol de la naciente República Mexicana, entre pólvora de independencia y tinta constitucional, se forjaron las instituciones que habrían de dar cuerpo a un Estado soberano. Entre ellas, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cúspide del Poder Judicial de la Federación, nació como un órgano destinado a ser la conciencia jurídica de la patria, la piedra angular del equilibrio entre poderes y el resguardo de la Constitución.

Fue el 8 de marzo de 1825, cuando bajo la égida Constitución Federal de 1824, se instaló por vez primera el Supremo Tribunal. El joven país, aún herido por las guerras y urgido de cohesión institucional, depositó en ella la gran misión de administrar justicia con imparcialidad, de servir como balanza entre el Ejecutivo y el Legislativo, y de proteger los derechos de los mexicanos.

La Constitución de 1824, el amanecer constitucional de nuestro país, inspirada en los principios del constitucionalismo liberal, delineó una arquitectura de poderes basada en el modelo estadounidense, pero matizada por la experiencia virreinal y los ideales insurgentes. La Suprema Corte quedó integrada con 11 Ministros, nombrados por el Congreso General a propuesta del Ejecutivo.

Su instalación fue un acto de afirmación republicana, un tribunal supremo, separado del poder político, cuyas decisiones emanasen del pacto constitucional. En su creación participaron personas de leyes y letras, herederos de la tradición hispánica del derecho, pero animados por los vientos ilustrados que cruzaban el Atlántico.

En la primera integración, según las actas que se exhiben en la Corte destacan figuras como: Miguel Domínguez, José Isidro Yáñez, Manuel de la Peña y Peña, Juan José Flores Alatorre, Pedro Vélez, Juan Nepomuceno Gómez de Navarrete, Juan Ignacio Godoy, José Joaquín Avilés, José Antonio Méndez, Juan Bautista R. Guzmán y el Fiscal Juan Bautista Morales.

No puedo dejar de mencionar a grandes juristas como Manuel Crescencio Rejón, Mariano Otero, Ignacio L. Vallarta, José María Iglesias, Mariano Azuela Rivera. Su misión no fue menor, crear jurisprudencia sin precedentes, interpretar una Carta Magna recién nacida y defender su supremacía en medio de un país aún turbulento y dividido.

En estos dos siglos, la Suprema Corte ha sido testigo y protagonista de los episodios más decisivos de la historia nacional. Fue clausurada y reinstalada, combatida y defendida según los vaivenes políticos del siglo XIX: la Reforma, la Intervención Francesa, el Segundo Imperio, la República Restaurada.

Durante el Porfiriato, la Corte consolidó su función técnica, pero a costa de una relación sumisa con el Ejecutivo. Sin embargo, con la Revolución Mexicana resurgió su vocación garantista. La Constitución de 1917 reforzó su papel como intérprete final de la ley suprema y sentó las bases para el desarrollo del juicio de amparo más amplio y protector no sólo de las entonces llamadas garantías individuales, sino también de los derechos sociales, establecidos por primera vez en un ordenamiento constitucional.

Hoy a 200 años de su fundación, la Suprema Corte se erige como una gran institución. Evolucionó no sólo en estructura y competencia, sino en sensibilidad jurídica. De tribunal cerrado a tribunal abierto, de sentencias crípticas a sentencias con lenguaje ciudadano. La Corte hoy tiene una comunicación no sólo con los juristas, sino con el pueblo que tutela.

Sus resoluciones han tenido la fuerza de incidir en políticas públicas, redefinir el concepto de familia, proteger a minorías y grupos vulnerables. A través de la suplencia de la queja, del principio pro persona, de la perspectiva de género, del cuidado del medio ambiente, entre otras, el Máximo Tribunal se ha acercado a los ideales de justicia material que tanto anhelaban los constituyentes de 1824.

Si el Ejecutivo es el encargado de preservar y administrar, el legislativo es la pluma que escribe la ley, el Judicial propicia el sereno equilibrio constitucional. La Corte interpreta, con el peso del razonamiento, la voluntad soberana expresada en la Carta Magna. Su poder es la palabra vinculante de la lógica jurídica, de la interpretación honesta, responsable. Su fuerza radica, no en la coacción, sino en la legitimidad de sus resoluciones.

En cada sentencia, en cada voto, en cada deliberación, el Poder Judicial Federal, encabezado por la Suprema Corte, hace poesía de la razón, transforma conflictos sociales en debates jurídicos, y esos debates en soluciones constitucionales. No es infalible, pero sí imprescindible. No es inflexible, pero sí firme. Es en suma, la conciencia institucional del pacto democrático.

Celebrar 200 años de existencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no es un mero ejercicio de nostalgia institucional. Es una invitación a la luz de la reforma constitucional que se implementa, a mirar el porvenir con responsabilidad. A preservar su autonomía, honrar su historia, exigir su excelencia y vigilar que su balanza nunca se incline por intereses ajenos al derecho. Porque mientras haya una Corte independiente, razonada y humana, habrá esperanza de justicia. Esperanza que alberga la posibilidad de un México más libre, más digno, más justo.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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