“A mi me gustan las corridos porque son los hechos reales de nuestro pueblo…”
Los Tigres del Norte, El Jefe de Jefes
La Ciudad de México está dejando atrás su histórica identidad como bastión progresista, para convertirse, poco a poco, en la capital de las prohibiciones. Este martes, la jefa de Gobierno Clara Brugada anunció una nueva medida: la restricción de narcocorridos en eventos gubernamentales y espacios públicos, alineándose con la iniciativa federal promovida por la presidenta Claudia Sheinbaum para impulsar “corridos sin violencia”.
La intención, dicen, es combatir la cultura bélica y los mensajes violentos que inciden en el tejido social. El discurso suena bien, pero la realidad es otra. Las decisiones recientes del gobierno capitalino —la prohibición de las corridas de toros, el endurecimiento de multas de tránsito, la persecución a motociclistas y ahora los límites a un género musical— muestran que este gobierno ha optado por el camino más corto: imponer restricciones para simular eficacia.
La cultura de la violencia no se combate censurando canciones, ni cambiando letras, ni persiguiendo músicos. Se combate enfrentando a quienes generan la violencia real: los grupos delictivos que operan con impunidad en Iztapalapa, Tepito, Tláhuac o la Cuauhtémoc. Se combate desmantelando las redes de corrupción policial, judicial y política que les protegen. Y se combate, sobre todo, garantizando justicia y seguridad a la ciudadanía.
Pero es más fácil culpar al corrido que a la corrupción. Es más cómodo prohibir una canción que resolver una denuncia de robo, desaparición o extorsión. Es más rentable electoralmente declararse “gobierno feminista, verde y pacífico” que enfrentar las omisiones estructurales que permiten que el crimen organizado siga reclutando jóvenes y sembrando miedo.
Los narcocorridos, guste o no, son una expresión de una realidad. No la inventan, la relatan. Reflejan un fenómeno que lleva décadas creciendo al amparo de la desigualdad, la marginación y la impunidad. El problema no es el corrido: el problema es que la historia que narra sigue vigente. Prohibir su difusión es apenas atacar la epidermis de un cuerpo social enfermo.
Sí, es necesario construir nuevas narrativas culturales. Sí, es urgente dar espacio a voces que promuevan la paz y la justicia. Pero eso se logra con educación, oportunidades, arte, deporte y acceso a una vida digna, no con decretos que silencian a unos para que parezca que se hace algo.
Con esta medida, el gobierno capitalino no avanza hacia la pacificación, sino hacia el autoritarismo cultural. Bajo la bandera de la seguridad, Clara Brugada impone una visión moralista, limitada, que lejos de enfrentar el fondo del problema, lo oculta detrás de una cortina de prohibiciones que, además de ineficaces, son profundamente regresivas.
La Ciudad de México merece más que un gobierno que confunde gobernar con censurar. Merece un gobierno que entienda que la libertad no es enemiga de la paz, sino su condición más básica. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
@onelortiz
