Algunos estamos hastiados de lo que en México se ha dado en llamar política, la que practican Morena y otros partidos. No lo es por muchas razones y en algunos sentidos: en su significado etimológico, como referido a la polis, a la ciudad, a los asuntos públicos de un Estado. Tampoco en el sentido doctrinal, considerada como la ciencia y hasta arte de manejar los negocios públicos en bien de la generalidad.

En el mejor de los casos a las maniobras que la actual clase gobernante realiza para destruir las instituciones democráticas y a las que dan seguridad jurídica, con ánimo de ser benévolos, la podríamos denominar politiquería; a la indiferencia con la que algunos morenistas tratan a la presidenta de la República, que es su jefa, descortesía; a la actitud que tienen ante tanto crimen impune, complicidad; y a la ambición de riquezas, sin importar su origen o naturaleza, corrupción.

No quiero hablar de politiquería, descortesía, complicidad y corrupción. Hago un paréntesis a mis comentarios relacionados con esas acciones deleznables; intentaré hacer referencia a algo bello y trascendente: un tema de la Grecia clásica; hago mención a alguno de sus mitos y referencia a un santuario abandonado: el de la pedregosa Áulide, como la llama Homero (Ilíada, II, 497).

Los reyes, príncipes y tiranos que fueron convocados a participar en la expedición contra Troya, tuvieron una reunión preliminar en lo que con el tiempo se conoció como el Heraión de la Argólide, lugar próximo a Argos; ahí fue nombrado como jefe de la expedición Agamenón, rey de Micenas y hermano de Menelao, rey de Esparta, a quien París le había arrebatado a Helena, su esposa. En el Heraión se convino la fecha de una segunda reunión y que la expedición partiría de Áulide.

Estando los aqueos en Áulide, Agamenón, sin saberlo, mató una cierva que pertenecía a la Diosa que los romanos llamaban Diana. Ésta, encolerizada, envió la peste sobre los expedicionarios; además, dispuso que no soplaran vientos favorables para la navegación. Las desgracias y los problemas para los expedicionarios no terminaron ahí: un rey aliado se enemistó con Agamenón y se disponía a retirar sus tropas.

Áulide era un asentamiento humano al que Pausania ubica dentro de Beocia (Descripción de Grecia, libros VIII, 28, 4 y IX 19, 6), que actualmente está deshabitado.

Existe otro testimonio complementario:

“Tras haber llegado los dánaos hasta Áulide desde Grecia, Agamenón mató sin saberlo a una cierva de Diana. La diosa encolerizada por ello, apartó el soplo de los vientos. Y por tanto, como no podían navegar y afrontaban una peste, consultados los oráculos, respondieron que Diana sería aplacada con la sangre de Agamenón. Así pues, con el pretexto de sus bodas, Ifigenia fue conducida allí por Ulises para ser inmolada, pero la diosa se compadeció de ella y la sustituyó con una cierva. Una vez que fue traslada a la tierra Taúrica, fue entregada al rey Toante y convertida en sacerdotisa. …” (Higinio, Fábulas mitológicas, Alianza Editorial, Madrid, 2009, 261, p. 255).

“Parece que fue ayer o anteayer cuando las naves de los aqueos se unieron en Áulide para traer la ruina a Príamo y a los troyanos, y nosotros estábamos alrededor del manantial en sacros altares sacrificando en honor de los inmortales, cumplidas hecatombes, bajo un bello plátano de donde fluía cristalina agua. Entonces apareció un gran portento: una serpiente de lomo rojo intenso, pavorosa, que, seguro que el Olímpico en persona sacó a la luz, y que emergió debajo del altar y se lanzó al plátano.

Allí había unos polluelos de gorrión recién nacidos, tiernas criaturas sobre la cimera rama, acurrucados de terror bajo las hojas: eran ocho, y la novena era la madre que había tenido a los hijos. Entonces aquélla los fue devorando entre sus gorjeos lastimeros, y a la madre, que revoloteaba alrededor de sus hijos llena de pena, con sus anillos la prendió del ala mientras piaba alrededor. Tras devorar a los hijos del gorrión y a la propia madre, la hizo muy conspicua el dios que la había hecho aparecer; pues la convirtió en piedra el taimado hijo de Crono. …” (Ilíada, II, 303 a 319, Gredos, Madrid, 1996, p. 132).

Calcante, el adivino, con vista al portento, predijo que Troya caería en poder de los aqueos al décimo año, lo que resultó ser cierto.

Según otra versión, en Áulide fue sacrificada por su propio padre Agamenón, Ifímeda o Ifigenia, la hija que él había tenido con Clitemestra; lo hizo para cumplir con una de las condiciones que los Dioses habían puesto para que soplaran vientos favorables que les permitieran partir:

“Por su belleza el rey de hombres Agamenón desposó a la hija de Tindáreo, a Clitemestra de sombría mirada. Clitemestra dio a luz en palacio Ifímide de hermosos tobillos y a Electra, que en figura competía con las inmortales. Los aqueos de hermosas grebas, el día en que con sus naves se hacían a la mar rumbo a Ilión para tomar venganza de la argiva de hermosos tobillos, degollaron a Ifímede, a su imagen: la heridora de ciervos que con los dardos goza, con gran facilidad, la puso a salvo y ambrosía encantadora destiló desde su cabeza para que su cuerpo permaneciese incólume, inmoral y libre de vejez la hizo por todos sus días.” (Hesíodo, fragmento 23 a, en la obra Hesíodo, Obras y fragmentos, Gredos, Madrid, 1999, p. 222).

En la Criprias se transcribe ese texto de Hesíodo:

“A Ifímeda la sacrificaron los aqueos de hermosas grebas en el altar de la estrepitosa Ártemis, la de áureas saetas, el día en que navegaban en sus bajeles hacia Ilión, para dar satisfacción a la imagen de la Argiva de hermosos tobillos, Pero la cazadora diseminadora de dardos la salvó con gran facilidad. Destiló desde arriba sobre ella encantadora ambrosía, para que su cuerpo estuviera fuerte y la volvió inmortal y desconocedora de la vejez por siempre. A ella ahora la llaman las tribus de los hombres sobre la tierra Ártemis protectora de los caminos, servidora de la gloriosa diseminadora de dardos.” (Ciprias, en la obra Fragmentos de épica griega arcaica, Gredos, Madrid, 1979, pp. 119 y 120).

Existen versiones en el sentido de que Ifigenia no era hija de Agamenón y Clitemestra, que lo era de Teseo y Helena. La trama la explicaban de la siguiente manera: siendo Helena, adolescente, pues tenía entre diez y doce años, fue observada cuando oficiaba a la Diosa o se ejercitaba desnuda; la raptó y la llevó consigo a Afidna y la confió a su madre Eta. En una de las ausencias de Teseo, los Dioscuros, hermanos de Helena, la rescataron; y ella, en el camino, dio a luz a una hija a la que abandonó y que, finalmente, fue adoptada por Clitemestra y Agamenón. (Heródoto, Historia, libro IX, 73, 2; Apolodoro Biblioteca, III, 7, p. 172; Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica, IV, 63; y Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, p. 229, Paidós, Barcelona, 1993, p. 230).