A lo largo de la historia la relación del Estado Mexicano con la Iglesia Católica y en especial con el Vaticano, ha estado llena de avatares. Durante la época colonial, la influencia eclesial en la Nueva España era muy poderosa, tanto que se confundía en algunos rubros con la propia autoridad virreinal; esta influencia de alguna manera se traspasó después de la Independencia, a la naciente república y su participación política con el partido conservador llevo al régimen liberal a emitir primero las Leyes de reforma, que después incorporó a la Constitución de 1857.
El acotamiento de su influencia política y su pérdida de predominio económico, la condujo a impulsar la instauración de la monarquía con Maximiliano y luego vivió un largo periodo de entendimiento con el régimen porfirista, posteriormente tras el triunfo de la revolución se enzarzó en un conflicto con el nuevo gobierno, llevado al extremo de un alzamiento armado, conocido como la “Guerra Cristera” y que culminó por buscar un nuevo entendimiento con la autoridad estatal.
Este brevísimo recordatorio de la relación Estado-Iglesia en nuestro país, es a propósito de la triste noticia del fallecimiento del Papa Francisco, el argentino jesuita Jorge Mario Bergoglio y las reacciones que ha generado en todo el mundo, en donde la población católica asciende a 1,406 millones de personas aproximadamente, según lo señaló el portal de noticias de El Vaticano, basándose en datos del Annuario Pontificio 2025. En México en el censo del año 2020, alrededor del 77,7% de la población mexicana se manifestó católica, lo cual representó cerca de 97,9 millones de mexicanos.
El Papa Francisco falleció debido a un derrame cerebral, coma y colapso cardiovascular irreversible, según lo informó el comunicado oficial del Vaticano, su funeral será llevado a cabo según lo dispuso el Propio Papa Francisco en el documento Ordo Exsequiarum Romani Pontificis, firmado el año pasado. El velatorio se realiza en la capilla privada de su residencia y no en el Palacio Apostólico como ha sido con sus antecesores. Además, estableció que su cuerpo sería expuesto en un féretro abierto y no sobre un catafalco en la Basílica, como ha sido tradicionalmente. El entierro será en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, conforme a su última voluntad.
Una vez que se concluyan los ritos de las exequias del Papa fallecido, dará inicio el proceso de sucesión en el Vaticano mediante el Conclave que es el cuerpo colegiado de Cardenales que deberán elegir un nuevo Papa de entre ellos mismos.
Este procedimiento de elección fue establecido desde el año de 1276, cuando las elecciones de los papas se celebraron en la forma de cónclave, que es una elección que sigue unas normas y procedimientos establecidos por primera vez en la bula Ubi periculum, promulgada en 1274.
El cónclave aún no tiene fecha definida, pero deberá comenzar entre el día 15 y el 20 después del deceso, lo cual será entre el 5 y el 10 de mayo, según las últimas disposiciones reformadas por Francisco; se desarrollará, como es la tradición, en la Capilla Sixtina, en esta ocasión asistirán 135 cardenales electores. Se deberán realizar cuatro votaciones por día, dos por la mañana y dos por la tarde, hasta alcanzar una mayoría calificada de dos tercios.
Las papeletas de las votaciones, deberán ser quemadas por el Camarlengo en una estufa especial. El humo que saldrá de la chimenea visible desde la Plaza de San Pedro indicará al mundo si hay o no un nuevo Papa: la fumata negra para las votaciones sin acuerdo y fumata blanca para anunciar el “habemus papam” tenemos papa.
En las relaciones de México con los papas recientes, los antecedentes de visitas papales nos remontan al lejano 1979 cuando el Papa Juan Pablo II quien estuvo en cinco ocasiones en nuestro país, visitó por primera vez México y fue adoptado como un “Papa mexicano”, en buena medida porque al descender del avión su primer gesto fue besar el suelo mexicano. El Pontífice fue recibido por el presidente José López Portillo, quien se dirigió a él como “distinguido visitante”. La visita duró seis días y todavía se recuerda el conflicto del presidente con su entonces Secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, quien preconizaba y logró un respeto irrestricto a la legislación y López Portillo y su familia hubieron de contentarse con una misa privada en Los Pinos.
Hubo de trascurrir 11 años para que el Papa regresara a México, en 1990 con Carlos Salinas de Gortari como presidente. El Pontífice visitó la Ciudad de México, Veracruz, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Jalisco, Durango, Chihuahua, Monterrey, Tuxtla Gutiérrez, Villahermosa, Tabasco y Zacatecas.
El nuevo estado de cosas, propició una modificación constitucional y legal del marco jurídico que modernizo la relación Estado-Iglesia, reafirmándose la laicidad del Estado. Tres años después, en 1993, el Papa Juan Pablo II, hizo una breve visita a Yucatán y aún se recuerda su discurso en Izamal, Yucatán, a los indígenas y su petición de respeto a todas las etnias de la región.
En 1999, durante el gobierno del Presidente Ernesto Zedillo invitó por primera vez, al papa, quien acudió a nuestro país, en calidad de Jefe de Estado. Posteriormente en 2002, ya muy enfermo en su última visita a México, Juan Pablo II recibió del entonces presidente Fox, un besó al anillo del obispo de Roma al darle la bienvenida, gesto que rompió todos los protocolos diplomáticos.
En el único viaje del Papa Francisco a México, visitó la capital del país y los estados de México, Chiapas, Michoacán y Chihuahua durante la gira papal de febrero de 2016, su visita representó una fuerte conexión entre el Vaticano y los fieles católicos mexicanos, constituyó un acontecimiento de relevancia tanto pastoral como simbólica. Los viajes papales suelen tener además de una dimensión religiosa, efectos sociales y políticos de amplio alcance. El objetivo principal de esas giras es acercar la figura del Papa a las comunidades católicas locales, para promover los valores como la paz, el respeto y el diálogo entre culturas y las diversas religiones.
Esperamos que la relación de nuestra Presidente con el futuro Papa sea cordial dentro del protocolo establecido, pues si bien ella se ha declarado sin ninguna creencia religiosa, no debe olvidar que gobierna a un pueblo que es mayoritariamente católico y que la influencia de la Iglesia Católica en los cerca de 98 millones de personas que se declaran ser católicos no deja de ser muy importante.