En 1986, en la inauguración del Mundial de Fútbol que tuvo a México como sede, se escuchó una gran rechifla cuando el sonido local del Estadio Azteca mencionó la presencia del presidente Miguel de la Madrid Hurtado.
Era una forma de los asistentes de manifestar su inconformidad por el desastroso manejo ante la emergencia por el terremoto que devastó la Ciudad de México en 1985, por la situación económica por la que atravesaba el país y por la fallida “renovación moral de la sociedad” que emprendió el gobierno de De la Madrid.
El sexenio siguiente, Carlos Salinas de Gortari se despidió del gobierno con una crisis económica con el cambio de administración y un bajo reconocimiento popular debido al levantamiento zapatista y el asesinato de Luis Donaldo Colosio –del cual muchos lo responsabilizaron–, lo cual opacó lo que se pensaba era su gran logro: el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
El presidente Ernesto Zedillo arrancó su sexenio con una crisis económica, el error de diciembre, que se resume en la anécdota de que los funcionarios entrantes se quejaron que les dejaron la economía colgada de alfileres, a lo que uno de los salientes les reviró: “y para qué se los quitaron”.
A pesar de la recuperación y de que entregó el poder a la oposición, Zedillo no se salvó del juicio popular y mejor se trasladó al extranjero.
Vicente Fox, el primer presidente de la oposición, no terminó su sexenio con un gran reconocimiento de la ciudadanía, pues temas como el Toallagate, los negocios de sus hijastros y no haber acabado con el PRI, partido al que hasta la fecha se identifica con la corrupción, le pasaron factura.
Lejos de ser recordado como el primer opositor en ganar la presidencia vía elecciones, Fox Quezada pasó al anecdotario popular por frases como “¿y yo por qué?” O por tener más ocurrencias que logros de gobierno, como fue su declaración de que en Los Pinos gobernaba la “pareja presidencial”.
Felipe Calderón pasó a la historia como el presidente que inició la guerra contra el narco, desatando un movimiento que se difundió con las –en aquel entonces– nacientes redes sociales, el #No+Sangre, que lo responsabilizó de los asesinatos que se dieron luego de las acciones militares de su administración y de la violencia desatada por los enfrentamientos entre los cárteles.
Enrique Peña Nieto llegó a la presidencia con la imagen de un político joven y atractivo, ayudado en ese esfuerzo por su esposa, la actriz Angélica Rivera, pero el buen momento no duró mucho luego de las primeras revelaciones de actos de corrupción, como la Casa Blanca, la casa de Malinalco de su secretario de Hacienda Luis Videgaray, la visita de Donald Trump a México y lo que sería la marca que lo persigue hasta la fecha, la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa.
En redes sociales se preguntaba “¿Cuántos más Peña?” Con cada noticia de asesinatos, secuestros o desaparecidos, incluso se le exigió que regresara con vida a los normalistas, pues se responsabilizó a su gobierno por el hecho.
Pero llegó a la presidencia Andrés Manuel López Obrador y todo cambió. A partir de 2018 el mandatario en turno ya no era culpable por nada de lo que pasaba en el país, los asesinatos no se le reclamaban; la inseguridad y demás problemas que padecía el país eran culpa del pasado, por lo que él se dedicó a prometer que al poco tiempo de su llegada a Palacio Nacional se acabaría la violencia y la corrupción.
Terminó el sexenio y la corrupción no se acabó –ahí está como ejemplo el caso de Segalmex–, los homicidios llegaron a cifras históricas, al igual que los desaparecidos y otros delitos se mantuvieron en índices elevados, pero nadie culpó al expresidente ni le exigió resolver los problemas del país.
Con Claudia Sheinbaum sigue la misma dinámica, las cuentas del partido oficial presumen las encuestas con elevados índices de aprobación, pero no la culpan de temas como Teuchitlán o que se mantenga el desabasto de medicinas.
Es algo curioso, pues a pesar de que las mismas encuestas muestran una aprobación que en algunos estudios llega al 80 por ciento, también reprueban al gobierno federal mostrando que las principales preocupaciones de la ciudadanía son inseguridad y salud, percibiendo que no se ha acabado la corrupción.
Esta tendencia viene desde el sexenio pasado, con un presidente popular y bien evaluado en lo personal, pero un gobierno federal reprobado en varios de los rubros más importantes de la administración pública.
El partido oficial, gracias a los programas sociales y a la propaganda, ha logrado que se desvincule a la presidenta de la función de gobierno, presentándolos como entes separados, por lo que no nos debe sorprender que, a pesar de las protestas de feministas, colectivos de buscadores de desaparecidos, cifras de homicidios, la recesión que ya se empieza a sentir en la economía nacional, entre otros temas, nadie culpe o exija a la presidenta respuestas.
Y ella lo sabe, porque se da el lujo de hablar en su mañanera de estufas de leña –presumiendo su tesis–, de concursos nacionales de canto, clases masivas de boxeo u otros temas que pocas ocasiones llegan a los titulares de los medios o son parte de la conversación pública.
En un artículo publicado en The Atlantic por David Frum el pasado 28 de marzo, el autor señala que Claudia Sheinbaum no ha pagado la actitud de complacencia mostrada ante Donald Trump simplemente porque no hay una oposición que le haga pagar el costo: “La razón por la que la presidenta de México no ha sido criticada por su complacencia con Trump es que la oposición política y los medios independientes del país están demasiado abrumados como para identificar la política por lo que es. Pero la evidencia es evidente”.
En resumen, el presidente en turno ha dejado de ser responsable de lo que pasa en México y no hay oposición que aproveche esta coyuntura.
X/Twitter–Threads: @AReyesVigueras • BlueSky areyesvigueras.bsky.social