El pasado 21 de abril, la presidenta Claudia Sheinbaum dijo en la mañanera: “Lo digo fuerte y claro: Sólo los vende patrias están a favor de ir a buscar ayuda al extranjero para resolver los problemas internos en nuestro país”.

Más tarde, en su cuenta de X (Twitter), la presidenta nacional de Morena, Luisa María Alcalde, escribió: “Uno de sus legisladores pide cuentas a México por las falsedades de Noboa. ¿Ya se les olvidó que asaltaron nuestra Embajada? En

@AccionNacional no quieren a su Patria; por eso están política y moralmente derrotados”.

Y para rematar, la diputada federal de Morena Patricia Armendáriz –polémica por su pasado con el PAN y otros exabruptos en San Lázaro–, también compartió en la red social X: “La derecha de México solamente provoca lástima. Necesitamos una derecha fuerte propositiva y pensante. Cuando? (sic)”.

La coincidencia en este tipo de mensajes no es motivo de la casualidad o de que se trate de militantes del mismo partido, sino que es parte de una estrategia que aprovecha la polarización para mantener el poder de parte del partido oficial.

Desde el sexenio pasado, en el cual se implantó esta estrategia, hemos sido testigos de cómo la comunicación oficial del gobierno mexicano, de los legisladores, gobernantes o dirigentes del partido oficial y de los usuarios que los apoyan en redes sociales se basan en los mismos ejes que conducen a polarizar a la sociedad mexicana.

 

¿Por qué ha funcionado?

La polarización ha sido un fenómeno definitorio en el escenario político mexicano durante las últimas dos décadas, intensificándose notablemente bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y continuando en el gobierno de Claudia Sheinbaum. Este mecanismo, que divide a la sociedad en bandos opuestos con visiones irreconciliables, ha funcionado como una herramienta efectiva para consolidar poder, movilizar bases electorales y redefinir el debate público. Su éxito radica en una combinación de factores históricos, sociales, económicos y comunicativos que han permitido a líderes políticos capitalizar el descontento, reforzar identidades colectivas y mantener el control de la narrativa.

México arrastra una historia de profundas desigualdades económicas y sociales, con una brecha significativa entre élites y sectores populares. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2024, el 10% más rico de la población concentraba el 36% del ingreso nacional, mientras que el 50% más pobre apenas accedía al 18%. Esta disparidad, combinada con décadas de corrupción y percepciones de impunidad entre las élites políticas y económicas, creó un caldo de cultivo para el resentimiento social. Líderes como AMLO aprovecharon este malestar al construir una narrativa dicotómica de “pueblo” versus “élites corruptas” o “fifís”, resonando con millones de mexicanos que se sentían excluidos del sistema.

La polarización funciona porque ofrece una explicación sencilla a problemas complejos, identificando un enemigo claro (las élites, los conservadores, los neoliberales) contra el que se puede unir la mayoría. Esta narrativa no solo legitima las políticas del gobierno, sino que también fomenta una lealtad emocional entre los seguidores, quienes ven en el liderazgo de Morena una defensa de sus intereses frente a un establishment históricamente privilegiado.

Pero el éxito de esta estrategia también se explica por la debilidad de una oposición que se jactaba de conocer muy bien a López Obrador, pese a lo cual no pudieron anticipar alguna de sus estrategias, permitiendo el crecimiento electoral de Morena a grado tal que se ha convertido en el PRI 2.0 o en la versión del partido hegemónico que México tuvo en la segunda parte del siglo XX en nuestra época.

El discurso polarizante no solo moviliza a los simpatizantes –y aquí está un clave de su efectividad–, sino que también desincentiva el voto de oposición al estigmatizar a los adversarios como traidores o defensores de un pasado corrupto. La retórica de AMLO sobre la “mafia del poder” y la de Sheinbaum sobre los “neoliberales” que buscan frenar la “Cuarta Transformación” han logrado mantener a la oposición a la defensiva, dificultando la construcción de una narrativa alternativa coherente. La polarización, en este sentido, simplifica el panorama político y reduce la competencia a una lucha binaria, favoreciendo al bloque con mayor capacidad de movilización.

La oposición ha caído frecuentemente en la trampa de la polarización, respondiendo con ataques personales o discursos que refuerzan la división, en lugar de proponer un proyecto unificador. Por ejemplo, las críticas a las reformas de Morena, como la judicial o la electoral, a menudo se han centrado en descalificaciones, lo que permite al gobierno retratarlas como intentos de las élites por preservar sus privilegios. Esta dinámica fortalece la narrativa de Morena y perpetúa la polarización como un ciclo difícil de romper.

La polarización también ha permitido al gobierno justificar reformas y decisiones controversiales al presentarlas como una lucha contra los privilegios del pasado; así se logró justificar la reforma al Poder Judicial con unas elecciones que tendrán verificativo en junio próximo y que no auguran nada bueno para el Estado de derecho del país.

En un país donde la unidad sigue siendo un desafío, la polarización, por ahora, parece haber encontrado un terreno fértil para prosperar.

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