Hasta el mes de enero pasado, las encuestas situaban al Partido Liberal —en el gobierno por tercera ocasión–, 20 puntos atrás de sus rivales, especialmente del Partido Conservador. No obstante, el panorama político canadiense cambió merced  a dos sucesos importantes: la renuncia del problemático ex primer ministro Justin Trudeau que detentaba el poder desde el año 2015 (cuyo padre, Joseph Philippe Pierre Yves Elliot Trudeau fue primer ministro de Canadá durante dos periodos, de 1968 a 1984), y la irrupción del discurso irrespetuoso y las órdenes ejecutivas del presidente de Estados Unidos de América (EUA), Donald John Trump en contra de Canadá, que incluyeron la imposición de aranceles del 25 por ciento a los automóviles de factura canadiense, aunada a la impertinente  “sugerencia” de convertir al país de la hoja de maple (arce) en el estado número 51 de la Unión Americana, lo que originó una ola de indignación y fervor nacionalista entre la sociedad canadiense.

El desgaste del apellido Trudeau durante tantos años con el poder en las manos, y las burradas del magnate estadounidense, lograron que los liberales remontaran su pérdida de prestigio político y mantenerse en el gobierno por lo menos durante la próxima administración. O mientras conserve la confianza de la mayoría en la Cámara de los Comunes. Esto depende de las circunstancias políticas.

El premier que sucedió provisionalmente a Justin Trudeau en el mes de marzo pasado, Mark Joseph Carney (Fort Smith, Territorios del Noroeste, Canadá, 16 de marzo de 1965), desafió la historia canadiense de dos maneras: muy pocos han heredado gobiernos impopulares (como el de Justin) y luego han logrado ganar los comicios y, además haber proporcionado a su organización política un cuarto mandato consecutivo. Carney lo logró.

En su discurso de victoria, Carney declaró en Ottawa que el presidente Trump “está intentando quebrarnos para que EUA pueda tener dominio sobre nosotros. Eso nunca sucederá. Hemos superado el impacto de la traición estadounidense, pero nunca debemos olvidar las lecciones”, al referirse a las amenazas del “hombre naranja”.

Asimismo, el único canadiense que en su vida profesional ha desempeñado el cargo de director general de los Bancos Centrales de su país y del Reino Unido de la Gran Bretaña, prometió, mantener unido a Canadá para enfrentar la guerra comercial y las amenazas de anexión de la Casa Blanca, tras su victoria electoral que lo llevó muy cerca de la mayoría absoluta en el Parlamento (343 escaños), luego de que el Partido Liberal quedó a tres votos de lograrla (172) con 169 en los comicios parlamentarios, lo que hará necesario pactar con alguna fuerza minoritaria para que Carney se mantenga como primer ministro. El líder liberal deberá prepararse para ser el dirigente de un país tan diverso y complejo, en un contexto de alta tensión geopolítica.

De hecho, para el ex director del Banco Central de Canadá, la apuesta electoral representaba un riesgo personal considerable. Había asumido el cargo de primer ministro solo nueve días antes de convocar los comicios. Adelantar elecciones, solo por razones políticas —como sucedió en Inglaterra por su salida de la UE, conocida como BREXIT— no siempre son decisiones positivas, pero en el caso de Canadá, como una reacción ante el injerencismo de Donald Trump, no solo era necesario, sino obligado para no dejarse avasallar por las “ocurrencias” del empresario convertido en presidente.

De haber perdido, habría pasado a ser el primer ministro más breve en la historia del país. Sin embargo, logró consolidar su liderazgo en un momento crucial. Los votantes cambiaron el sentido de la brújula política y votaron por un conductor experto en cuestiones económicas. Por ejemplo, Iván Laroque, un voluntario de la campaña en Ottawa, declaró: “Ví cómo se comportó Carney y sentí que realmente era un hombre que respondía al momento…No era un político tradicional, pero es el tipo de líder que necesitamos en Canadá ahora: no todos los días se tiene a un economista en medio de una crisis económica”.

La jornada tuvo sesgos especiales. Por primera vez, en casi siete décadas, los dos principales partidos políticos, liberales y conservadores, concentraron más del 80 por ciento de los votos, lo que evidenció el colapso de formaciones menores como el Nuevo Partido Democrático (NPD) y el Bloque Québécois.

“Es momento de ser valientes para afrontar esta crisis”, expresó Carney ante una entusiasta multitud reunidas en Ottawa. “Los desafíos que nos esperan son enormes. Los grandes cambios, como los que estamos experimentando, siempre son preocupantes. Tenemos un largo camino por correr, pero tengo confianza, confío en ustedes, confío en Canadá”, agregó.

La relación con Trump será uno de los principales desafíos. El nuevo primer ministro enfrentará el reto de defender la soberanía nacional y sostener la estabilidad económica frente a presiones externas sin precedentes.

Las aristas y los peligros a corto plazo en un país tan complejo, necesitan un nuevo planteamiento de gobierno, diferente al que realizaba Trudeau. No solo por la gran extensión territorial que posee uno de los países más grandes de la Tierra: poco menos de diez millones de kilómetros cuadrando. Incluso más que EUA; el tercero del planeta. Esta riqueza territorial provoca que haya amplias diferencias entre las regiones que la conforman y, por lo tanto, su población, de poco más de 40 millones de habitantes, presenta divisiones en intereses, problemáticas e identidades difíciles de conciliar para lograr un mismo camino político sin demasiados enfrentamientos. Gobernar Canadá, no es nada fácil.

Carney no esperó ni un minuto para señalar quizás el mayor problema que tendrá que sortear (o resolver, en su caso): “EUA quiere nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua, nuestro país, y no son amenazas gratuitas. El presdiente Trump quiere quebrarnos para poseernos. Y eso no pasará, nunca jamás pasará”, dijo en Ottawa donde sus simpatizantes lo vitorearon hasta el cansancio.

Desde ese momento destacó su intención de liderar con pragmatismo en un Parlamento sin mayoría absoluta. Y marcó la diferencia con su vecino: “Canadá tiene muchas, muchas otras opciones que los EUA para lograr la prosperidad”. El punto, es que aunque muchos todavía no se percatan, se teje un futuro, regional y mundial, sin toparse con los caprichos de Trump. La vitalidad de la democracia, como el sistema de gobierno que mejor representa las comunidades populares y las minorías, debe seguir sosteniéndose en la conciliación de los distintos intereses del ser humano. Esa es la esencia de la democracia.

Los adversarios de Carney, los cuales ahora aumentaron más que cuando solo era directivo de los bancos centrales de Canadá y de Gran Bretaña, tratan de desprestigiarlo por su falta de “experiencia política”, aunque dichos “analistas” olvidan o tratan de hacerlo, que haber dirigido esas instituciones económicas significaba un gran “manejo político”, tan perfeccionado que usualmente no poseen los “políticos tradicionales”. Es más, cuando en el mundo de la política se asegura que alguien tiene “un trato político de primera”, hay que persignarse y encomendarse a Dios, pues sabrá que mañas tiene el recomendado.

Considerado como un “hombre tranquilo”, Carney combina solidez técnica y profesional (economista universitario formado en Harvard y Oxford), católico observante con convicciones sociales inspiradas por la doctrina del Papa Francisco, se le considera como un pionero en la banca internacional: el primer no británico a la cabeza del Banco de Inglaterra y ahora primer ministro sin haber sido legislador. Se dice fácil, pero los ejemplos no menudean.

El triunfo electoral de Carney marca el fin de la histórica relación de confianza con EUA ante la actitud mafiosa de Donald Trump, quien plantea abiertamente la anexión de Canadá con la Unión. “Eso nunca sucederá”, ya lo ha dicho y repetido el nuevo primer ministro canadiense, decidido a construir una nueva relación bilateral y conducir el país en uno de sus mayores desafíos contemporáneos.

A decir verdad, poco es lo que se sabe de Carney como gobernante en funciones. Su desempeño ha sido muy corto. Ya fue ratificado para demostrar de qué madera está hecho. Por lo menos, parece que el sucesor de Trudeau considera a México como “un aliado estratégico, en el discurso y en la práctica”. El economista mexicano originario de Ciudad del Carmen, Campeche, egresado de la Escuela de Economía de Londres y del ITAM, David Razú Aznar, en su Columna Punto de Equiibrio, dice que “Como ejemplo, dentro de las medidas retaliatorias que Canadá impuso a EUA en respuesta a su política arancelaria para la industria automotriz, Carney se aseguró de excluir a los vehículos producidos en aquel país que tengan contenido mexicano”.

De tal suerte, como el propio Carney dijo: “Estos son unos comicios que van más allá de la política, estamos decidiendo el futuro de nuestro país y el tipo de sociedad que queremos construir”, o lo que es lo mismo la victoria.

Liberal no se debe a una ola de entusiasmo, sino a un acto de defensa frente a las amenazas comerciales y las bravuconadas geopolíticas, si es que puede llamárselas así, del magnate, que no ceja en su empeño de hacerse, a la brava, o como se pueda, de Canadá.

El sucesor de Trudeau supo capitalizar todo esto, presentándose como un dirigente capaz de hacer frente a los desafíos económicos y políticos impuestos por su poderoso vecino, en un momento además en el que la sensibilidad de la ciudadanía con este asunto es total.

La polarización interna, consecuencia de la división regional y cultural del extenso país, obligará a la nueva administración a desplegar una gran capacidad para negociar según la idiosincrasia y las diferentes sensibilidades territoriales. Ahora se sabrá hasta dónde es capaz Carney y su equipo de dialogar y negociar con los propios ciudadanos y sus instituciones. El ex director de la banca central canadiense estará supeditado a una negociación permanente —día y noche—, tanto con el NDF como con el famoso Bloc Québécois, cuyos objetivos secesionistas supondrán un problema para las políticas nacionales liberales.

Por lo mismo, los expertos canadienses afirman que Mark Carney no tendrá margen para llevar a cabo reformas de alto calado. En este sentido, el perfil tecnocrático y moderado del economista será crucial para firmar acuerdos. La complejidad del escenario internacional lo obligará a una estrategia de equilibrio: formar una coalición de democracias afines sin convertirse en el rostro visible de una oposición frontal al magnate. Ottawa no puede convertirse en el blanco predilecto —que de alguna forma ya lo es, incluyendo Groenlandia—, pero tampoco puede permanecer mudo ante el proteccionismo agresivo estadounidense.

En fin, esta decisión se hará patente en la próxima cumbre del G7, en junio próximo en Alberta, bajo presidencia canadiense. Entonces, el primer ministro podrá establecer un tono diplomático —de tejido muy fino-,  con Trump, y hasta es posible que se formalice una reunión trilateral con la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, que por cierto ya felicitó al nuevo dirigente canadiense, así como ya lo hizo el empresario neoyorquino.

Si la jugada estratégicamente resulta, podrá Canadá colocarse como mediador crucial entre las dos potencias en tensión. Con Trump de por medio, nada se puede asegurar. Por el momento, Canadá está de vuelta en el tablero. VALE.