Se apagó la voz firme y serena de un hombre que hizo de la justicia su vocación y de la honestidad su estandarte. Cayó el telón de su vida con la misma dignidad con la que siempre caminó por los pasillos de la Corte. Sin estridencias, con humildad, con esa luz discreta que sólo irradian los sabios. Su ausencia se siente como un vacío en el corazón del Poder Judicial Federal.

Tuve el privilegio de su amistad y el honor de haber sido su par, en el Consejo de la Judicatura Federal y en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Experiencia que agradezco a la vida, pues trabajar a su lado fue aprender cada día de su inteligencia serena, de su trato afable, de su capacidad de escuchar con respeto y responder con sabiduría. Fue un compañero leal, un jurista íntegro y un amigo generoso. Compartir la responsabilidad de juzgar, fue un ejercicio de dignidad, porque su presencia ennoblecía cada debate y su ejemplo inspiraba a actuar con profesionalismo, rectitud y humanidad.

Hoy quiero recordarlo con algunas de aquellas palabras que, con motivo de su jubilación, pronuncié en su despedida del Máximo Tribunal. Ceremonia con la que cerró una etapa luminosa de su vida institucional. Palabras que en estos momentos en los que, con tristeza, lamentamos su ausencia, cobran una dimensión más sensible y profunda.

El señor Ministro Mariano Azuela Güitrón fue un preclaro jurista, dotado de una mente firme, brillante y decidida. Llegó a este sitial, como llegan los hombres de su talla, con la naturalidad que sólo puede brindarles su experiencia y conocimiento. Sin ostentación ni jactancia.

Hombre de virtud sencilla, caballero cortés, afable y educado, amigo cuyo encuentro era una fiesta para el espíritu. Ameno conversador, siempre presto a abordar cualquier rincón del diálogo. Qué manera de transportar a su interlocutor al centro del relato, qué facilidad para trasladarnos a una época, a un lugar.

Funcionario de laboriosidad y acuciosidad siempre alertadas, inteligencia y sensibilidad en justo maridaje, férrea disciplina en el trabajo, dedicación, entrega, sabiduría, conocimiento de la técnica jurídica, nitidez en el estilo, creador de criterios vanguardistas y al propio tiempo celoso guardián de los tradicionales que ameritan ser respetados, siempre ubicado en el punto medio del fiel de la balanza.

A Don Mariano la intelectualidad le venía de abolengo. Ese gen hereditario de la familia Azuela, preponderantemente del padre y del abuelo, se impregnó en su mente con la brillantez de sus ancestros.

En los albores de su juventud, don Mariano inicia una actividad que llenó gran parte de su vida profesional, la docencia. Primero en el campo de la sociología y posteriormente en el del derecho. De sus cátedras se puede decir que fueron ejemplo de método ordenado, perfectamente documentado, exposición amena y elocuente de gran claridad y tino.

Terminada la carrera de derecho, en la UNAM, Don Mariano comenzó su vida profesional en el sector público. En 1960, inspirado por el ejemplo de su padre ingresó como Secretario de Estudio y Cuenta a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la ponencia del destacado constitucionalista Don Felipe Tena Ramírez. Año en el que inicia su brillante carrera jurisdiccional de casi media centuria.

En esa época, las condiciones de trabajo para los Secretarios de Estudio y Cuenta eran restringidas. Por esa razón, los jóvenes secretarios tomaron la decisión de integrar un Colegio. Decisión que no fue bien recibida por los señores Ministros, pues consideraron que se trataba de un movimiento subversivo. Al grado tal que les fue negado un salón para leer su Acta Constitutiva. En un acto de valentía se reunieron en el estacionamiento del Máximo Tribunal y formalizaron su asociación. Don Mariano Azuela Güitrón fue el primer Presidente del Colegio.

Posteriormente, fue designado Magistrado del entonces Tribunal Fiscal de la Federación, cargo que realizó con dedicación, entrega y profesionalismo. Don Mariano fue el artífice de la importante reforma que en 1978 consolidó dicho Tribunal, en el que fue nombrado Magistrado de la Sala Superior y más tarde Presidente.

En 1983, fue designado Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación adscrito a la 3ª. Sala. En donde desde sus inicios fue un reconocido Ministro. Fue testigo presencial de la transición de la reforma constitucional de 1994 Y junto con Don Juan Díaz Romero fue nombrado nuevamente Ministro integrante del Máximo Tribunal.

La presencia de Don Mariano en la discusión de los asuntos tanto en Pleno como en Sala, fue determinante. La feliz madurez de su mente no fue simple obra y gracia del tiempo, sino producto del estudio cotidiano reflejado en su incomparable experiencia, patrimonio de quien ha dedicado su vida profesional, a proclamar el derecho.

Justo es reconocer que en el más riguroso debate privó siempre su acrisolada educación, su señorial cortesía, pero sobre todo su extraordinaria sencillez, unidos a su capacidad de situar las discusiones y a la fertilidad de su réplica, producto de su conocimiento y experiencia.

En 2003 Don Mariano fue elegido por sus pares, Presidente del Máximo Tribunal y del Consejo de la Judicatura Federal, función que desarrolló con gran profesionalismo, como era su costumbre. Inició, entre otras cosas, esta gran apertura de la Suprema Corte, a través de la instalación del Canal Judicial, hoy Justicia TV; lidereó la creación de Asociaciones como la de Impartidores de Justicia del país, AMIJ y representó, siempre dignamente en foros internacionales a la Suprema Corte. Además de que en el CJF impulsó la meritocracia y la carrera judicial.

Durante su Presidencia vivió momentos sumamente difíciles, pero la firmeza de su carácter y la tranquilidad de su conciencia, avalada por su actuación responsable y honesta, le permitieron, con la frente en alto, sortear las tempestades.

Don Mariano, vivió una vida plena. Tuvo la enorme fortuna de integrar una familia feliz al lado de su esposa, nuestra querida, Doña Chelo, con quien sembró la raíz inquebrantable de su árbol familiar y con quien hombro con hombro luchó para construir un destino amable para sus hijas: Consuelo, Lucy, Lola, Lourdes, María Guadalupe y Pilar.

Don Mariano se fue en la plenitud de su paz interior. Como lo hacen los que vivieron con coherencia, sin renunciar jamás a sus convicciones. Hoy la memoria se nos llena de su presencia, de su mirada profunda, de su palabra templada, de sus conceptos certeros. Su partida no sólo significa el adiós a un jurista insigne, sino a un ser humano profundamente ético, sensible y comprometido con los valores que son la esencia del Estado de Derecho.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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