Después de ver la celeridad y eficacia con que la justicia actuó en contra del señor abogado don Carlos Velázquez de León, supuestamente por haber ofendido a Gerardo Fernández Noroña, senador de la República, ya no me queda duda de que vivimos en una dictadura; en ella, según lo veo, ha muerto, entre otras libertades, la de expresión; por lo mismo, a reserva de ver como caminan los negocios públicos, me abstengo de tocar, ni con el pétalo de una rosa, a los morenistas, a su gobierno y al propio senador.

Aludo a hechos que son digno de ser recordados; intervinieron en ellos, entre otros, una mujer excepcionalmente valiente: Catalina Sforza; tuvieron lugar en el mes de mayo de 1488, en Forlí, en la Romaña italiana. Esto fue hace exactamente hace 537 años. Para no incurrir en un ilícito, me limito a transcribir lo dicho por Nicolás Maquiavelo en alguna de sus obras.

Ese autor en su Historia de Florencia, proporciona el contexto geográfico y la relación de hechos:

“Hubo por aquel tiempo importantes desórdenes en la Romaña”.

Era Francisco de Orso hombre de gran autoridad en Forlí; pero el conde Jerónimo lo miraba con malos ojos, y muchas veces había llegado a amenazarlo. Vivía por ello Francisco sumido en grandes temores, y sus amigos y parientes le aconsejaron que se previniera y que, pues temía ser asesinado por aquél, se adelantara a él a matarlo y evitar con la muerte del otro los peligros que lo amenazaban. Tomada esta determinación y firme su ánimo para para llevarla a cabo, eligieron como momento más oportuno el día que se celebraba el mercado de Forlí, ya que, como ese día solían llegar de la comarca muchos amigos suyos a la ciudad, pensaron que podrían contar así con la ayuda de los mismos sin necesidad de hacerlos llamar.

Era el mes de mayo, época en que la mayoría de los italianos suelen cenar de día, y los conjurados pensaron que la hora mejor para matarlo sería después de la cena, momento en que, mientras cenaba su servidumbre, solía él quedarse en sus habitaciones sin ninguna compañía. Una vez tomada esta determinación se presentó Francisco a la hora convenida en casa del conde y, dejando a sus compañeros en las primeras habitaciones, se acercó él a la estancia donde se encontraba el conde y dijo a uno de los camareros de éste que le comunicara que deseaba hablarle. Fue introducido Francisco en la habitación y, al verlo que estaba solo, tras pocas palabras de fingida conversación, lo mató; y, llamando a sus compañeros, mataron también al camarero. Dio la casualidad de que también el comandante de la plaza había ido hablar también con el conde y, como se presentara en la sala con pequeño acompañamiento de sus hombres, fue también asesinado él por los que acababan de matar al conde.

Cometidas estas muertes, que provocaron un enorme alboroto, arrojaron por la ventana el cadáver del conde y, a los gritos de Iglesia y Libertad, levantaron en armas a todo el pueblo, que odiaba al conde por su avaricia y crueldad; y después de haber saqueado el palacio de éste, apresaron a la condesa Catalina Sforza y a todos sus hijos.

Quedaba sólo por tomar la fortaleza, si querían que su empresa tuviera éxito completo; y, como el gobernador de la misma, se negaba a entregarla, pidieron a la condesa que accediera a aconsejarle dicha entrega. Ella prometió que lo haría si la dejaban entrar a la fortaleza; y les propuso que, como garantía de su palabra, retuvieran como rehenes a sus hijos, Los conjurados creyeron en su palabra y le dejaron que entrara. Pero, apenas se vio dentro, empezó a amenazarles con que los mataría y les daría toda suerte de suplicios para vengar la muerte de su marido. Y, como ellos a su vez, la amenazaron con matarle sus hijos, les respondió ella que tenía la posibilidad de hacer otros.

Desconcertados por ello, y viendo que el papa no les ayudaba, ante la noticia de que Ludovico el Moro, tío de la condesa, enviaba tropas en ayuda de ésta, cogieron todo lo que podían llevar consigo y se marcharon a Cittá de Castello. La condesa, una vez que hubo recobrado sus estados, vengó la muerte de su marido con toda suerte de crueldades.” (Historia de Florencia, libro octavo, XXXIV, Ediciones Alfaguara, Madrid, 1979, ps. 495 y 496).

Maquiavelo, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, cuando estudió a detalle el tema de las conjuras, reiteró parte de lo dicho en su Historia; también agregó otros detalles; ahí refiere lo siguiente:

“Asesinaron algunos conjurados forlienses al conde Gierolamo, su señor; apresaron a la mujer y a sus hijos, que eran pequeños; y como no les pareció que podían estar seguros si no se enseñoreaban de la fortaleza, como no quería el castellano entregárselas, la señora Catalina (que así se llamaba la condesa), prometió a los conjurados que, si la dejaban entrar en ella, mientras que conservaran como rehenes a sus hijos.

Fiándose de esa promesa la dejaron entrar; ella, tan pronto estuvo dentro, desde los muros les reprochó la muerte de su marido y los cubrió de toda clase de amenazas.

Para mostrarles que no se preocupaba por sus hijos, les mostró sus genitales diciendo que tenía con qué reponerlos.

Los conjurados, escasos de sesos, tarde advirtieron su error y con un exilio perpetuo, como pena, pagaron su poca prudencia.” (En la obra Maquiavelo: estudios jurídicos y sobre el poder, del autor de esta columna, Oxford University Press, México, 200, ps. 62 y 63).

Como lo afirma Maquiavelo, Catalina Sforza, era sobrina de Ludovico Sforza, conocido como el Moro, duque de Milán.

El conde, esposo de la señora Catalina Sforza, era Gierolamo Riario que, como se ha dicho, fue asesinado en la conjura encabezada por Francisco de Orso en 1488. Ella era hija natural del duque de Milán (Istorie fiorentine, libro VII, 22, en Machiavelli, tutte le opere, p. 808).

En el capítulo XX de su De principatibus, Maquiavelo, refiriéndose a la inutilidad de las fortalezas, reconoce que en el caso de Forlí, sí fueron de utilidad:

“En nuestros tiempos no se ve que aquellas hayan beneficiado a ningún príncipe, salvo a la condesa de Forlí, cuando fue asesinado el conde Gierolamo; pues gracias a ellas pudo escapar a los ataques del pueblo, esperar el auxilio de Milán y recuperar su Estado. Pues los tiempos eran tales entonces, que los extranjeros no podían socorrer al pueblo.” (De principatibus, capítulo XX, 29 y 30, edición bilingüe, Editorial Trillas, México, ps. 289 y 291).

Maquiavelo, en su obra El arte de la guerra, reconoce que la condesa Catalina Sforza, finalmente perdió la fortaleza ante los ataques de César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, que comandaba un ejército francés. (Del´arte della guerra, libro VII, en Machiavelli, tutte le opere, p. 378).

Hasta aquí los hechos de la señora Catalina Sforza, de unos conjurados y la narración que de ellos hace Nicolás Maquiavelo.

Espero que por haber escrito de hechos que tuvieron lugar hace más de quinientos años y en lo que actualmente es Italia, el señor don Gerardo Fernández Noroña y el gobierno morenista no se sientan ofendidos. De no ser así, de antemano doy mis disculpas expresas y cumplidas.