Algo anda mal en el cerebro de la señora Sheinbaum. A pesar de que se lo han dicho una y otra vez, no quiere entender que es presidenta de la República y no la jefa de una facción política, como lo es Morena. Aparte de lo anterior, es notorio que no sabe oír las críticas y sacar de ellas enseñanzas. Imita a su mentor en todo, incluso en la maña que éste tenía de dividir a la sociedad y de agredir a quienes no comulgan con sus ideas.
También imita a su guía y maestro en otro vicio: se la pasa hablando y, en los más de los casos, diciendo incoherencias y tonterías. Si se tratara de un particular común y corriente, el hecho sería divertido e intrascendente; tratándose de la titular del poder más importante de México, no lo es.
Algunos afirman que su problema es sencillo: no tiene conectado el cerebro con la lengua y que, por eso, todos los días sale con una barbaridad. Pudiera ser una explicación, pero no una justificación. Me han llamado la atención algunas de sus declaraciones: una, cuando dijo en Baja California “Qué para pagar menos energía eléctrica, había que consumir menos”. Genial.
La declaración que me movió a escribir estas notas es la que hizo en Progreso, Yucatán, el sábado pasado:
“La presidenta Claudia Sheinbaum desestimó las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) quien prevé que la deuda pública bruta de México subirá a 28.9 billones de pesos en 2030, tras registrar 19.8 millones en 2024.
Al encabezar la ceremonia del banderazo de inicio de las obras del tren de carga del Tren Maya en Progreso, Yucatán, la Jefa del Ejecutivo federal afirmó que el organismo no entendió que en México llegó la Cuarta Transformación y que con esto se acabaron la corrupción y los privilegios. … y el recurso del pueblo se le regresa al pueblo de México.” (El Universal, sábado 26 de abril de 2025).
Me pregunto: ¿qué relación tiene la proyección del Fondo Monetario Internacional, que se formula con base en cálculos serios, datos, variables económicas y demás elementos que la ciencia económica aconseja, con la llegada de la Cuarta transformación y con el fin de la corrupción y los privilegios?
Se trata de algo muy puntual: ¿existen elementos y se presentan las variables económicas como para suponer que son fundados o no las proyecciones que formuló el Fondo Monetario Internacional? La llegada de la 4T pudiera ser buena noticia para sus seguidores; el fin de la corrupción, de ser cierto, sería buena noticia. Pero estas dos circunstancias, por sí, no son elementos que desvirtúan la proyección. Me pregunto: ¿qué relación tiene eso con el incremento desproporcionado de la deuda pública de México? Por más que lo intento, no lo veo.
Desde hace un poco más de seis años tomaron el poder los miembros de una banda de vividores, corruptos e ineptos, que se hacen llamar transformadores; lo cierto es que con su presencia no se ha acabado la corrupción, sino todo lo contrario. Los grandes desfalcos que ha sufrido el erario público, que no han derivado en el ejercicio de la acción penal en contra de algunos de los responsables, lo prueban. El hecho de que sólo se esté procesando a subordinados y que la justicia no llegue a los mandos medios y altos es una prueba irrefutable de que la corrupción sigue viva y campante.
Lo que la presidenta llama Cuarta Transformación es algo muy simple: el viejo PRI sigue vivito y coleando con una nueva presentación: Morena.
No se han acabado los privilegios desde el momento en que servidores públicos, a la vista de todos, se pasean en las grandes “camionetotas”, como lo reconoció la misma presidenta. Cuando vemos que una ministra tiene a su disposición casi un centenar de secretarios de estudio y cuenta, ayudantes, choferes y demás personal. Hay muchos casos más.
La corrupción, en todas sus formas, es el sello de la casa. En la Cuarta Transformación, al parecer, abundan los compadrazgos, el nepotismo, el derroche, los huachicoleros, la incompetencia, que son las formas más comunes de corrupción.
Lo cierto es que la presidenta, sin tener necesidad, sólo por seguir a su mentor AMLO, se siente compelida a estar hablando todo el día. Eso es propio de los demagogos, populistas y de políticos que aspiran a un poder absoluto.
Muchos son de la opinión de que, al no haber asistido al funeral del papa Francisco, desperdició una gran oportunidad para alternar con los grandes líderes del mundo. Pueden tener razón, pero, oyendo sus declaraciones diarias, no me queda más que felicitarla a ella y a nosotros mismos de que no haya ido a Roma. Si ha de hacer ridículos, que los haga en casa, entre los que ya la conocemos y sabemos de lo que es capaz.
Por otra parte, fuera de Donald Trump, con quien, al parecer nuestra presidenta habla a diario para recibir instrucciones, a los funerales no asistieron las máximas autoridades de China, Rusia, India, indonesia, Israel y otras naciones en verdad importantes. El que hayan asistido algunos primeros ministros o reyes de Europa, es explicable, están relativamente cerca y, en los más de los casos, a ellos los unían con el pontífice fallecido nexos religiosos, mismos que no existen en el caso de ella, que se ha declarado incrédula.
Qué bueno que no fue a Roma; de los ridículos de los que nos salvamos. Desde luego que no hubiera llegado a los excesos de aquellos paisanos nuestros que en París apagaron la llama eterna a miadazos, como en su oportunidad lo declararon.
No exageran quienes dicen que en ocho meses que lleva en el cargo, la señora Sheinbaum ya superó, y con mucho, a Enrique Peña Nieto; éste comparado con ella, está pasando por se considerado como un buen estadista y un gran gobernante. Decía tonterías, pero tenía una gran ventaja: no se la pasaba hablando todo el día a tontas y a locas. Ya empiezo añorarlo. También añoro a Luis Echeverría; él hablaba hasta dormido.
Si no es mucho pedir, yo le suplicaría a la presidenta que hable menos y que, cuando lo haga, piense lo que va a decir; que conecte su cerebro con la lengua; hay cursos baratos en línea que enseñan a suplir esa carencia. No urge que hable.

