En diversas entrevistas, Guadalupe Acosta Naranjo, ahora uno de los líderes visibles de Somos México —partido que busca obtener su registro ante el INE—, declaró conocer muy bien a Andrés Manuel López Obrador. En el marco de la campaña electoral de 2024, el panista Santiago Creel Miranda, en un video difundido en sus redes sociales, también afirmó conocer a fondo al expresidente, incluso compartiendo que fue su abogado.

A pesar de que destacados militantes de partidos de oposición aseguraron conocer “muy bien” al fundador del ahora partido oficial, no lograron anticipar ninguna de sus estrategias. Desde 2018, año en que ganó la presidencia de la república, y posteriormente, aprovechando el cargo, López Obrador creó una estructura paralela para movilizar a su base electoral.

Desde ese año, el uso de los programas sociales —cuya entrega, por parte de los encargados del gobierno, siempre enfatizaba que era “gracias a López Obrador”—, evidenció que esta estrategia tenía claros tintes electorales. Además, después de que la oposición experimentara un leve repunte en los comicios federales de 2021, el presupuesto asignado a la Secretaría del Bienestar, encargada de gestionar y administrar dichos programas, aumentó significativamente.

Una situación similar se ha presentado con las consultas promovidas por López Obrador: desde la que impulsó para cancelar la construcción del aeropuerto internacional de la Ciudad de México en Texcoco, la que promovió para juzgar a expresidentes, o la que planeó para cancelar la planta cervecera en Mexicali. En ninguna de estas tres consultas —ni en las otras que llevó a cabo desde la Presidencia—, la oposición aprovechó la oportunidad para revertir el resultado buscado por el exmandatario. De haberlo hecho, habría podido descarrilar la estrategia que tanto beneficio ha traído a Morena, como pudimos atestiguar el pasado 1 de junio en la elección judicial.

¿Era mucho pedir que la oposición también participara, en lugar de quedarse callada, para que el resultado de dichas consultas fuera diferente?

 

En el país del “hubiera”

Hablar en términos del “hubiera” siempre es difícil, pero si la oposición se hubiera organizado y promovido su postura en algunas de las votaciones alentadas por el expresidente —a pesar de lo improvisadas que resultaron ser, como acusó la propia oposición—, quizás la cancelación del proyecto del aeropuerto en Texcoco, la planta de Constellation Brands en Mexicali o, incluso, la elección de jueces y magistrados hubiera tenido otro desenlace.

Sin embargo, tenemos una oposición que prefiere hacerse a un lado y concentrarse en el tema electoral, en lugar de enfrentar al lopezobradorismo y modificar el rumbo de las cosas.

Por cierto, en el terreno electoral tampoco les ha ido bien, con resultados decrecientes en los últimos comicios que los han relegado a una minoría testimonial en el Congreso, sin la fuerza para evitar el avance de las iniciativas que Morena busca convertir en leyes y, con esto, reformar la Constitución o el entramado institucional del país.

Temas como la desaparición del INAI, y con ello de la transparencia gubernamental; el desabasto de medicinas; la militarización de la seguridad pública y las preocupantes cifras de delitos cometidos —sin olvidar la cifra negra que muestra las denuncias no presentadas—; o los casos de corrupción en los que se han visto involucrados miembros del gobierno o de Morena, no han sido capitalizados por la oposición para elevar el costo político al partido oficial y acelerar su desgaste.

Porque, a pesar de errores, escándalos de corrupción y conflictos internos en el morenismo, los votos que obtiene el partido oficial en cada elección le sirven para ganar. Y si bien el caudal de sufragios a su favor puede disminuir, los de la oposición también se reducen, manteniendo los triunfos de Morena, ya sea por malos candidatos de sus rivales electorales o porque sus propuestas no son del interés del electorado.

Parece que esta oposición está conforme con ser señalada como la causante de todos los males del país, el origen de la corrupción, la responsable de desmantelar las instituciones que benefician al pueblo o de darle la espalda al país. El rechazo que las encuestas han medido hacia los partidos opositores es una clara señal de que la ciudadanía ya no quiere seguir apoyando a estas fuerzas políticas. En el partido oficial lo han detectado, por lo que insisten hasta el cansancio en que es una oposición moralmente derrotada.

El problema, en realidad, es que la oposición se esfuerza en dar la razón tanto a los ciudadanos como al partido oficial.

 

Y viene el 2027

Las elecciones de este año en Durango y Veracruz mostraron que la oposición puede ganar algunos municipios, pero a costa de sacrificar sus identidades —como sucedió con la alianza PRI-PAN en Durango, que llegó a la boleta electoral sin sus emblemas—, o que Movimiento Ciudadano puede perfilarse como el auténtico partido de oposición que el electorado, desencantado con las promesas de los candidatos o con los resultados de los gobiernos morenistas, está buscando; es decir, una opción que considere válida para acudir a las urnas.

El mensaje enviado con la escasa asistencia a las casillas en la elección judicial —un 10 por ciento de la lista nominal, si descontamos los votos nulos o con recuadros sin utilizar de la cifra dada a conocer inicialmente—, es que Morena no es un partido eficaz a la hora de movilizar a sus bases electorales.

Pero esa cuestión no fue prevista por una oposición más preocupada en velar por sus intereses que por generar un cambio, a pesar de conocer “muy bien” a López Obrador.